𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐀𝐝𝐚́𝐧 𝐚𝐦𝐨 𝐚 𝐒𝐚𝐭𝐚́𝐧.

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Dios triste por la traición
quiso crear una adoración similar a él, pero sin ningún
don.

Sin embargo se
equivocó otra vez, por aquel
egocentrismo disfrazado de
amor.








Cuando abrió los ojos observo con suma curiosidad si entorno. Y con esa curiosidad, propia de un alma joven e inocente, como la de un niño, el muchacho corrió entre los árboles. Escuchó a los pájaros y paso horas imitando a los leones.
No tuvo hambre porque gozaba de la vida plena, no sintió frío porque el clima era perfecto para él y tampoco sintió vergüenza de su desnudes, porque no era consciente de ella.

Paso tres días, tres días en los que contó y descubrió que había noche. Donde observo otro tanto de animales, y se sorprendió por la cantidad de seres diferentes a él, que habían. Sin embargo notó que los había en mayor medida, pero ningún era igual a él. Entonces se sintió extraño.
Fue durante la noche del cuarto día, cuando una voz extraña lo llamo. 

—Adán. ¿Me escuchas? Adán. Soy tu padre.

El muchacho suspiró, mientras era iluminado por una luz que inexplicablemente venía desde el cielo. Adán no sabía lo que era un padre, y tampoco sabía cómo hablar.

—Si quieres hablar, hazlo Adán. Sabrás hacerlo.

—No sé cómo. —apenas las palabras fueron pronunciadas, se llevó ambas manos a los labios. Asombrado y confundido. — Pude hacerlo. —afirmó con una sonrisa. — ¿Qué es un padre?

—Yo soy quien te dio la vida, Adán. Quién te cuidará. Pero también se la di a todos los animales que ves a tu alrededor. Se la día también a los árboles y a las flores. Yo le di vida a este mundo, Adán. Yo soy Dios y te he creado a mí semejanza.

Adán miró todo a su alrededor, enfocando su vista en una de sus manos mientras movía los dedos.

—Si eres igual a mí, ¿Por qué no estás aquí conmigo? ¿Por qué estoy solo, padre?

Antes de recibir una respuesta, la luz poco a poco se apago entre la iluminación de la noche. Adán miró el cielo atentamente con sus ojos azules, tragó saliva, sintiéndose tan solo.
Dio media vuelta. Al día siguiente fue nuevamente visitado por aquel que era su padre, pero nunca le respondía sus preguntas. Y Adán hacía demasiadas preguntas, como también cuestionaba demasiado.

Mientras se bañaba junto a unas criaturas extrañas, que el llamo tortugas, los pájaros salieron volando de los árboles cercanos. Y la curiosidad brillo en los ojos azules de Adán. Miró atentamente el lugar al cuál su padre le prohibió ir. Un lugar donde había un árbol grande con frutos curiosos, negó y volvió a concentrase en mirar a los animales.

—Hey, Adán.

Una voz llamó al instante. De forma profunda y clara, busco a quien lo llamaba. Teniendo la certeza de que no era su padre él que estaba por ahí. Camino fuera del agua, con curiosidad y algo de miedo. Aunque bien sabía que nadie nunca le había hecho daño ahí.

—¿Hola? —preguntó, acercándose al árbol tan extraño, que su padre parecía cuidar con paciencia.

Sostiendosé del tronco grueso busco a alguien. Suspiró cansado, cuando algo le tocó el brazo. Dio un salto, volteando al instante. Se encontró con...Era igual a él. Sus ojos se abrieron por la sorpresa y su sonrisa se expandió.

—¿Qué eres? —preguntó entusiasmado. Tenía dos ojos, un brazo que acaba en una mano, dos piernas y. Sí era igual a él. — ¿Eres un yo?

Aquel muchacho rió de forma cantarina y profunda, enfocando sus ojos color fuego en Adán. Lo miró como lo hizo anteriormente el otro, pero con la diferencia de la lentitud. Y otra cosa, que no sería nunca inocente curiosidad.

—Sí, soy un tú. —respondió. Ladeó la cabeza, mirando con mayor atención al otro. Acercándose de a poco. — Eres muy bonito.

Esa fue la primera vez que Adán comenzó a venerar su propia belleza.

D

espués de aquella vez, hubieron más veces. Más días, tardes y noches que Adán termino hablando con el otro muchacho bajo el árbol prohibido. Según le había dicho, su nombre era Zuko y le parecía bastante gracioso. Pero intrigante, porque pese a ser iguales, tenían diferencias gigantescas.
Pero su amistad era un secreto impronunciable para su padre. Porque lo podría castigar, según las palabras de Zuko. Y eso sería algo que lo pondría triste.

Así que guardo el secreto, sin embargo el que lo hiciera intrigó mucho más a Zuko. Porque Adán era demasiado inocente incluso para Dios. Había demasiada pureza en su corazón, para poder seguir hablándole, pero entre más lo hacía, más florecía en él algo extraño. Algo inquietante. Porque Adán en lugar de temer y alejarse de él, siempre lo estaba ahí.

Adán le brindaba calor, amor. Aquel amor que el padre del todo le negó. Adán no era hermoso, quizás no como él. Pero eso lo hacía perfecto.

—¿Qué pasa Zuko? ¿Por qué has arrancado ese fruto? Padre ha dicho que está prohibido. —se alarmó el muchacho de piel morena. Al ver el fruto rojo entre los dedos largos y blancos de Zuko.

—Quiero que vengas conmigo, esto te ayudará a conocer mí hogar.

Los ojos azules se abrieron expectantes. Mirando con decisión la fruta. Asintió de manera entusiasta. Dándole una mordida grande para tragarse el primer bocado de su perdición. Apenas el fruto fue mordido, el suelo tembló, los pájaros aletearón y las criaturas de la tierra corrieron. El cielo pareció nublarse. Aquella forma jamás la habían visto sus ojos azules.

—Como pudiste traicionarme. —dijo la voz, sonando con furia. Diferente a la que siempre uso. — ¿Cómo pudiste hacer la única cosa que te pedí que no hicieras?

—¡No fue su culpa! ¡Yo lo insite!

—¡Satán! Por tu culpa Adán será desterrado de mí paraíso. Para vivir en el mundo de caos. ¡Y si nombre le quitaré! En señal de su traición. Será llamado Sokka.

Cuando un trueno surco el cielo. Aquel que fue llamado alguna vez Adán despertó en una tierra árida, sin vida y seca. Con un ambiente catastrófico. Mientras se levantaba fue consciente de su desnudez y con manos temblorosas trato de cubrirla. También con ello sintió el dolor, al notar como había amado y sido botado por lo mismo.

Un grito desesperado salió de los labios de Sokka. Donde vio el mundo que su padre consideraba el caos. Ese mundo que sería el hogar de la humanidad.

Paso dos días perdido. En los que sintió sueño, hambre y frío. En los que cubría su cuerpo con vergüenza y en los que sintió enojo por primera vez. Hasta que fue encontrado por esos ojos de fuego, en medio de esa tierra árida.

—Me hiciste amar, Sokka. Y lloré por ti. Me has devuelto mí humanidad.

Sokka corrió a su encuentro, derramando lágrimas, llorando también por primera vez.

—Esto duele mucho, Zuko. Duele todo.

—Padre jamás nos entenderá. Porque nos hizo a su semejanza, pero no a su sentir.





Ni idea qué hice aquí (ಠ_ಠ)
solo estoy obsesionada con
Devilman, y ocurrió esto.

ᴀᴠᴇɴᴛᴜʀᴀs ᴅᴇ sᴏᴋᴋᴀ ʏ ᴢᴜᴋᴏ.Where stories live. Discover now