Capítulo 26.

151 25 2
                                    

Ya casi ha pasado un año desde que vivo aquí y no he tenido ni un sólo día de paz, desde que salí de casa. Siendo pequeña todo era mucho más fácil y mamá siempre estaba ahí. Mi familia sigue aquí hospedada, con lo cual quiero buscar a mi madre y pasar tiempo con ella. Louis no aparece y cada día que pasa me preocupo más. Le echo de menos.

Por suerte para mi, Brisa tenía razón e hizo maravillas, porque mis heridas ya no me duelen y notoriamente mis cicatrices van desapareciendo, anormalmente rápido. No sé mucho de medicina, pero eso no es lógico e incluso, ciertas heridas no se curan en años y dejan marcas para toda la vida.

Sé que está relacionada con ellas y quiero averiguarlo. Si me ha ayudado quizás pueda ayudarme con todo esto.

—¿Cedrina?

La voz de mi madre me despierta de mi trance y corro hacia sus brazos. Ella suspira menos tensa y se dispone a inspeccionar mi rostro, con suma atención.

—¿Qué te ha hecho ese bárbaro? —inquiere crispada.

—Todo bien mamá, no te preocupes —contesto, fingiendo una sonrisa despreocupada.

No quiero que se preocupe de mis cosas, bastante tiene con vivir cerca de papá.

—Mientes mal, hija —me recrimina acariciando mis mejillas.

Sonrío con tímidez y entonces me viene a la mente aquel hombre, que quiso sacarla a bailar en mi primera boda.

—Mamá —la llamo sonrojada y mordiéndome el labio inferior curiosa —. ¿Has vuelto a saber de él?

Ella se me queda mirando dubitativa y echa un paso atrás. Zarandea la cabeza varias veces y se queda murmurando cosas para sí misma, ignorando mi presencia. Comienzo a reír al verla ruborizarse y pelear en silencio con su conciencia, para no contármelo. Pero, finalmente... asiente con cierto rubor en su rostro y, se sienta en un banco del pasillo en donde nos hemos encontrado. Agita la mano invitándome a sentarme con ella y tomo mi sitio, conforme.

—¿Y bien? —insisto, arqueando las cejas espectante.

—Uhm, bueno... Sigo viéndolo —admite finalmente.

Me quedo mirándola boquiabierta y ahogo un grito eufórica. Me veo obligada a llevarme las manos a la boca para no chillar, y doy saltitos de alegría.

—¡Basta! No es nada serio —agrega rápidamente.

—¡¿Cómo que no?! Te sigue buscando mamá —insinúo conmocionada —. Le importas.

—Estoy casada cielo —me recuerda compungida.

—¿Y? —cuestiono con tozudez dispuesta ha apoyarla cueste lo que cueste —. Mamá, no es tarde para dejar que te amen —vuelvo a repetir con delicadeza —. Papá no te ama.

Ella se echa las manos a la cara y suelta un ligero sollozo, dejando caer los hombros. Yo la abrazo y la acuno entre mis brazos. Estamos así por un buen rato, quizás me haya precipitado demasiado, no obstante... Sé que tiene que abrir los ojos. Papá casi nunca se preocupa por su felicidad, destroza su autoestima con cada palabra que le dice. No deja que viva. Quiero que ella tenga lo que yo quiero tener.

—Lo sé, aún así... —inquiere confundida — ¿Y si me equivoco? ¿Y si él no...

—Pues te levantas de nuevo —la aliento con resolución.

Mi madre sonríe agredecida y asiente, secándose las lágrimas rápidamente y mirando de reojo, para comprobar que nadie la ha visto en este estado. Ella odia que la vean llorar, se siente avergonzada si lo hace, aunque no tendría porqué. Siempre he discutido esto con ella, necesita desahogarse, es huamana y eso está bien. No tiene nada de malo. Sobre todo cuando alguien vive con un ser como papá.

MENTIRAS EN LA REALEZA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora