5.26 Cicatrices (2)

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Saki olfateó su ropa ligeramente y recordó que Romeo se trepó a la cama y él lo abrazó, era cierto, había un olor a hierba mojada y tierra mezclada con perro muerto. Sus ojos se abrieron y se fijaron sobre el rostro de Liam.

Apestaba, y aun así lo abrazó – eres raro – no estaba siendo modesto, si fuera al revés, Saki estaba seguro de que no lo abrazaría, lo mandaría a darse tres duchas y solo después lo dejaría subir a la cama, para estar seguro lo olería de pies a cabeza – eres muy raro.

– Mira quién lo dice, no veo que intentes bajarte.

– Tú fuiste quién me cargó, estoy aprovechando el transporte.

La casa era lo bastante grande para tener dos baños, uno en el primer piso y otro en el segundo, Viola bañaba a Romeo en una gran tina cubierta de jabón, espuma y aceites con olores fragantes que estaban apuntalando su nariz y sobre su cabeza bailaban un par de senos cubiertos con tela tan delgada que era posible ver a través de ella.

Romeo no sabía decir si estaba en el cielo o en el infierno.

En el segundo piso Liam llenó la tina gracias a un cristal de agua, al terminar se quitó la camisa.

– ¿También te bañaras?

– El otro baño está ocupado.

– ¡Ah! – no le prestó mayor atención, hasta que giró la vista y se encontró con el torso desnudo de Liam.

Esa no era la primera vez que Saki miraba el cuerpo de Elliot Reikon desnudo, antes en la incursión al castillo dorado tuvo una vista muy clara y precisa de cada centímetro desde el cuello hasta los tobillos y se aseguró de mirar con mucha atención, es por eso que sabía, que todas las cicatrices y marcas eran nuevas.

Liam estaba acomodando su ropa cuando notó la mirada de Saki empañada por las lágrimas y se preocupó – ¿qué sucede?, ¿te duele algo?

– ¿Por qué?

Liam habría preferido algo más específico.

– ¿Por qué estás herido?

Cinco marcas de latigazos en la espalda, líneas de cortadas en los brazos y docenas de pequeñas cicatrices que sobresalían en la piel, si Saki deslizaba sus manos podía sentir cada pequeño corte, la vista de un cuerpo con esas marcas realmente hacía que su corazón llorara.

– ¿Quién hizo esto?

Liam suspiró, siendo precisos, todas esas cicatrices no le ocurrieron a él, sino al Elliot Reikon original.

Los latigazos y cuchilladas fueron una venganza de la secta Amatista por el fracaso de su matrimonio con Mirella Dala, muchas personas de la secta creían que él mismo se provocó la esterilidad porque no soportaba la idea de tener un hijo con ella y lo tomaron como un insulto personal, por esa razón estaban tan decididos a aplastarlo como una cucaracha.

Otras de las heridas fueron en batallas y las marcas en su piel que sobresalían fueron quemaduras por el ácido de las serpientes en el castillo dorado.

Fiel a su naturaleza tacaña, no invirtió en un medicamento para borrar las cicatrices porque consideró que no eran importantes, de haber sabido que le provocaría tal dolor a Dogo, lo habría considerado.

Como si se tratara de un pensamiento compartido, Saki sacó de su espacio un recipiente donde guardaba un medicamento y lo destapó.

Liam le sujetó las manos – lo usaremos antes de dormir, te lo prometo – le acarició el cabello.

Saki no podía olvidar el tema de las cicatrices – ¿me dejarás aplicarlo?

Como un niño pequeño, Saki jugaba con las burbujas de la tina, sopló algunas en sus manos y levantó la cabeza, el jabón líquido bajó hacia sus ojos y él se los talló, al ver que solo se llenaba de jabón giró la cabeza hacia Liam.

Ese era el motivo por el cual, usó jabón para bebes – yo lo haré – le limpió los ojos y Saki sonrió regresando su atención a las burbujas.

La escena de ambos en la tina con Liam lavando su cabello podía considerarse romántica o erótica, nada más alejado de la realidad, Liam tenía el presentimiento de estar lavando el cabello de su hermano menor, de forma inconsciente su mano bajó hacia la oreja izquierda de Saki y él agachó la cabeza metiéndola en el agua, luego salió muy lentamente – haces cosquillas.

– Lo lamento – le acomodó el cabello y al hacerlo lo abrazó.

Con la cabeza recargada sobre el borde de la tina, Elliot le acomodó el cabello recordando que debía cortárselo, al tener suficiente tiempo buscó unas tijeras y cortó en línea lo más recto posible cinco centímetros debajo de sus hombros, luego comenzó a recortar los mechones que quedaron en picos y siguió cortando hasta llegar a la altura de sus hombros.

No era un trabajo muy limpio, pero era suficiente, con el cabello recortado podía ver los hombros descubiertos de Saki, se veía tan pequeño y delgado.

Algo tan pequeño, podía darle tantos problemas.

El cabello de Saki era de un negro muy brillante y reluciente que caía sobre sus hombros como una cascada, cuando estaba en el castillo dorado cada cabello se iba hacia donde quería y en los días calurosos se pegaba a la piel de su cuello, brazos, hombros y se sentía pesado sobre la espalda, tenía las puntas rotas, era quebradizo y después de mucho tiempo sin peinarse sus dedos se atoraban en los nudos, esos días habían quedado muy lejos y sin duda alguna, lo primero que hizo fue ir a presumir.

Viola y Romeo salieron más temprano del baño y estaban esperando en la sala, Saki llegó corriendo y señaló su cabello – mira, mira, mira – dio vueltas como si estuviera modelando.

Viola ocultó su sonrisa – te ves muy bien, realmente bien, creo que incluso podrías hacerte el peinado de Elliot, ¿eso te gustaría? – se refería a la media coleta que Elliot usaba – ven y siéntate, cuando termine contigo podrías ser la pantalla de inicio de cualquier servidor.

– ¿La qué?

– Quiero decir, la portada de cualquier revista de moda.

Saki alzó una ceja y junto a Viola, Romeo bajó la cabeza y miró a Saki levantando la pata derecha tres veces.

Los ojos de Saki se iluminaron – ¿de verdad?

Viola de inmediato asintió – si – antes de meter la pata de nuevo – ven, tengo un peine de plata, es un artefacto mágico, terminaré en pocos minutos – en History ese peine se usaba para cambiar el peinado de forma automática, por eso no tenía dudas.

Saki se sentó en el sillón y dejó que peinaran su cabello.

Era una escena muy armoniosa.

Elisa Amer estaba doblando un hermoso vestido azul topacio con piedras de fantasía en el área del pecho, un cinturón a la cadera, abertura en ambas piernas y mangas colgando de un brazalete con la forma de una serpiente.

Si tan solo la señorita André lo usara.

Suspiró.

La sensación que se producía cuando se era observado pesó sobre su nuca y rápidamente giró mostrando una espada oscura, diez flechas fueron lanzadas en su dirección y para evitarlas levantó un muro de tierra.

– ¿Quién está ahí? – lanzó la pregunta en la oscuridad, pero nadie respondió.

El clima se volvió frío, tres figuras de tierra se crearon, todas con estaturas de apenas cincuenta centímetros y con ojos afilados, Elisa los mantuvo frente a ella provocando que su enemigo apareciera detrás y lo enfrentó con su espada.

Lo que cortó, fue una figura de hielo y al hacerlo, el aire frío congeló su espada y su cuerpo a gran velocidad dejándola como una estatua de hielo viviente.

No soy un virus, soy un acosador (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora