Minhyuk y Kihyun llegan a ese pueblo remoto en la isla Jeju con el objetivo de encontrar al primer amor de su abuelo Lee.
Lo que no esperaban de ese improvisado viaje es desterrar una historia desconocida para su familia, y, además, adentrarse en l...
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Kihyun siguió las indicaciones de la Sra. Hyunja y se dirigió a la casa de Son Hyunwoo al día siguiente, martes. Con cierta dificultad para orientarse, caminó por las veredas del pueblo y pudo llegar hasta allí cuando ya había empezado a rayar el día.
Vio el paredón que protegía su terreno y el portón de madera abierto de par en par. Leyó la insignia de la familia Son puesta en una plaquita al lado de la entrada, por lo que ya no le cupo duda y entró con pasos decididos.
La casa de Hyunwoo era una edificación coreana tradicional, muy hermosa, con tejas verdes, paredes blancas, puertas corredizas, gruesos pilares y amplios pasillos exteriores hechos de madera, un patio de terracería, extenso, justo en frente de la fachada principal, con un árbol de cerezos en medio, con rosas de castilla plantadas en un pequeño jardín al extremo izquierdo, y una parte destinada al cuidado de animales de granja al lado derecho. Era un lugar precioso, con un aspecto acogedor y cálido.
—¿Hola? ¿Hay alguien en casa? —se paró a mitad del patio, en frente de la fachada de la casa, pero no recibió respuesta y entonces vio a la izquierda un camino de gravilla roja que conducía a un bajo muro de piedras con un pequeño portón de madera en medio, y decidió entrar, guiado por la curiosidad, preguntándose si allí encontraría a Hyunwoo.
Luego de cruzar el umbral, se encontró con una vereda que llevaba a un campo de árboles plantados perfectamente en filas, con unos centímetros de distancia entre uno y otro. Kihyun arrancó una hoja de una rama, la estrujó entre su mano y la llevó cerca de su nariz. La hoja desprendió un agradable olor a naranja. Evidentemente estaba en un plantío de naranjos.
Avanzó un poco más por las veredas hasta que divisó a cierta distancia a Hyunwoo. Parecía estar revisando las hojas de los árboles y no se percató de su presencia, por lo que sacó, con sigilo, la cámara de la bolsa que siempre cargaba consigo y le tomó una foto haciendo un poco de zoom en su rostro.
