CAPÍTULO 10

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Desperté aterrada con la frente empapada en sudor. Tenía la vista borrosa y la garganta seca. Busqué con una mano el reloj sobre mi cómoda, pero no estaba. Seguía tocando las sábanas. Estiré la otra mano esperando tocar la pared, pero me golpeé contra una cómoda de metal.

Pensaba que todo había sido una pesadilla, que estaba en mi cama, en mi apartamento. ¿Qué estaba pasando y dónde diablos estaba? Un profundo sentimiento de miedo me invadió al sospechar que en realidad no había sido un sueño. Sí, había ido a la fiesta pero, ¿y luego? ¡Por Dios! ¡¿Acaso estaba aún en la habitación de Aaron?! ¿Estaba él aquí? ¿Cómo lograría escapar sin que se diera cuenta?

Me senté con dificultad, sentía dolor en las articulaciones y un poco de mareo. Me restregué los ojos intentando visualizar algo en la oscuridad, traté de enfocar algún cuerpo a mi lado o algo que me indicara que Aaron estaba aquí, pero no fue así, estaba sola. Cuando por fin logré asimilar la oscuridad, comprobé que en efecto no era mi habitación y por fortuna tampoco la de Aaron, pero seguía sin sentirme segura. Luego de cerrar mis ojos en esa habitación no supe qué diablos pasó, si Aaron se había salido con la suya o si yo había logrado correr con suerte. En cualquiera de los dos casos, solo podría sentirme a salvo una vez saliera de donde sea que me encontrara y llegara a casa.

La luz de la calle entraba escasamente por la ventana. Junto a ella había un sillón de cuero desgastado el cual me parecía bastante familiar, pero realmente no lograba armar mis ideas en ese momento. Me levanté de la cama y caminé sigilosamente sin desviar mi mirada de la puerta. Me detuve frente a un espejo de cuerpo completo colgado en la pared y vi horrorizada mi propio reflejo, mi aspecto era una mierda. Tenía una coleta desecha con un puñado de cabellos finos enredados al frente y mi cara parecía la de un fantasma con restos de maquillaje en los párpados y alrededor de los labios. Lo más sorprendente eran los moretones que tenía en el cuello, algunos eran casi insignificantes, pero al centro tenía uno del tamaño de una moneda de veinticinco centavos que lucía asqueroso. Mis brazos no lucían mejor, en las muñecas comenzaban a formarse un par de hematomas. No podía creer que Aaron fuese capaz de hacerme esto. Una lágrima rodó por mi mejilla, pero rápidamente la sequé con la manga de la camiseta que llevaba puesta, ni siquiera era mía y tenía un horrendo estampado de una Harley al frente. No quería llorar, pero sentía dolor por la traición y más que eso, sentía rabia y frustración por lo que había ocurrido, por los moretones, por mi aspecto demacrado; sentía impotencia de no haber podido defenderme y huir de ahí.

Caminé alrededor de la cama en busca de mis cosas, seguramente Scarlett y los chicos estarían preocupados. En una montaña de ropa amontonada en el suelo logré reconocer la chamarra de Aaron, recordé que mi móvil estaba ahí y rápidamente lo busqué con desesperación. Al darme cuenta que estaba sin batería quise morirme, no tenía forma de comunicarme con alguien y temía lo que me esperaba al salir de la habitación o peor aún, lo que me esperaba si alguien entraba. Tiré la chamarra de nuevo al suelo y la pateé con resentimiento. Continué buscando mi ropa, pero no había más que ropa de hombre por todos lados. Esto se ponía cada vez más tétrico. ¿Habrían tenido que ver los demás tipos de la fiesta en esto? ¿Estaría en casa de alguno de ellos? ¿Seguía siquiera en Nueva Jersey?

Sentía que estaba a punto de un colapso nervioso. Me iba a dar un ataque de ansiedad si no descubría donde estaba, necesitaba encontrar algo con que protegerme, cambiarme de ropa y salir de ahí cuanto antes. Corrí hacia una cómoda junto a la puerta, abrí los cajones intentando no hacer mucho ruido y mientras buscaba unos shorts me percaté de una de las fotografías que estaba sobre ella. Fue entonces cuando supe dónde estaba.

Me volteé llena de asombro observando detenidamente las paredes, la habitación del baño; todo lucía muy diferente, desde la posición de la cama, la cómoda, incluso los afiches en las paredes eran diferentes. Solo una cosa no había cambiado. El sillón desgastado. Una reliquia familiar que poseía tantas buenas historias, pero que ahora parecía más un perchero adornado con camisetas y calcetines. Permanecía en el mismo lugar desde la última vez que estuve ahí, siempre junto a la ventana para ver las estrellas.

Una vez másМесто, где живут истории. Откройте их для себя