°1°

3.5K 249 173
                                    


Estoy apunto de quemar la página con la mirada. Debería saber esto. Normalmente puedo analizar una ecuación con facilidad, pero hoy no soy capaz de encontrar una respuesta.

Suena la campanilla de la puerta, así que me apresuró a ocultar los deberes debajo del mostrador y levanto la mirada. Veo que entra un chico hablando por el móvil.

Esto es nuevo.

No lo del teléfono móvil, sino lo del chico. No es que los hombres suelan entrar en las tiendas de muñecas de porcelana...vale, no, en realidad no lo hacen. Los hombres no suelen entrar en la tienda. son una visión extraña. Cuando entran, caminan arrastrando los pies tras figuras femeninas y parecen extremadamente cohibidos...o aburridos. Pero este chico no parece cohibido o aburrido. Se encuentra completamente solo, y se lo ve muy confiado. La clase de confianza que solo el dinero es capaz de comprar. Muchísimo dinero.

Sonrió un poco. Hay dos clases de personas en nuestro pequeño pueblo costero: los ricos y la gente que vende cosas a los ricos. Al parecer, tener dinero significa coleccionar cosas inútiles, como muñecas de porcelana (el adjetivo "inútil" jamás debería utilizarse cerca de mi madre para referirse a las muñecas). Los ricos son nuestra fuente constante de entretenimiento.

-¿Cómo que quieres que sea yo quien elija? -dice el señor ricachón al teléfono-. ¿No te dijo la abuela cuál era la que quería? -Suelta un prolongado suspiro-. Vale, yo me encargaré.

Se guarda el móvil en el bolsillo y me hace señas para que me acerque a él. Si, me hace señas. Eso es exactamente lo que hace. Ni siquiera ha mirado en mi dirección, pero ha levantado la mano para mover dos dedos hacia él. Con la otra mano se rasca la barbilla mientras examina las muñecas que tiene delante.

Lo evalúo con la mirada mientras camino hacia él. Un ojo poco entrenado talvez no captaría la riqueza que emana, pero yo lo conozco bien, y el chico apesta a ella. Tan solo el conjunto que lleva puesto probablemente cueste más que toda la ropa que hay en mi pequeño armario. Sin embargo, no parece caro; es un conjunto que trata de disimular a propósito lo mucho que cuesta: unos pantalones cargo y una camisa de botones color negro, con las mangas enrolladas. Pero la ropa está comprada en algún lugar especializado en conteo de hilos y puntadas triples. Es evidente que el muchacho podría comprar la tienda entera si quisiera. Bueno, el no, sus padres.

No me había dado cuenta al principio, porque la confianza lo hacía parecer mayor, pero ahora que me encuentro más cerca de él puedo ver qué es joven. ¿Talvez de mi edad, diecisiete años? Aunque puede que tenga un año más que yo. ¿Cómo es que alguien de mi edad es tan experto en hacer señas? Habrá tenido una vida de privilegios, evidentemente.

-¿Puedo ayudarlo señor? -Solo mi madre habrá sido capaz de oír el sarcasmo que envenenaba esa única pregunta.

-Si, necesito una muñeca de porcelana.

-Lo siento, se nos han acabado todas. -Muchas personas no entienden mi sentido del humor. Mi madre dice que soy demasiado irónico. Creo que eso significa que no le parecen graciosas las cosas que digo, pero también significa que yo soy el único que sabe siempre si está bromeando o no. A lo mejor, si me riera después de una broma, como hace mi madre cuando está ayudando a los clientes, más gente me comprendería, pero no soy capaz de hacerlo.

-Què gracioso -dice, pero no lo hace como si pensara que es gracioso de verdad, sino más bien como si deseara que yo no hablara en absoluto. Todavía no me ha mirado ni una sola vez-. En cualquier caso, ¿cuál de estas crees que le gustaría a una mujer mayor?

-Todas -un músculo se tensa en su mandíbula, y entonces se dirige hacia mí. Durante una fracción de segundo veo sorpresa en sus ojos, como si hubiese esperado tener delante a un anciano...sin embargo, eso no le impide decir la frase que ya se está derramando de sus labios:

La distancia entre tú y yo [afterdeath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora