𝒪𝒸𝒽𝑒𝓃𝓉𝒶 𝓎 𝑜𝒸𝒽𝑜

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𝔓𝔥𝔦𝔫𝔢𝔞𝔰

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𝔓𝔥𝔦𝔫𝔢𝔞𝔰

Omnisciente

A medida que avanzaba agosto, el descuidado rectángulo de césped que había en el centro de Grimmauld Place iba marchitándose al sol hasta quedar reseco y marrón. Los muggles que vivían en las casas vecinas de esa plaza nunca habían visto a los inquilinos del número 12 ni la casa en sí, pero hacía mucho tiempo que habían aceptado el gracioso error de numeración, en virtud del cual los números 11 y 13 eran colindantes.

Y sin embargo, la plaza atraía un goteo de visitantes que, por lo visto, consideraban esa anomalía de lo más intrigante. Así pues, no pasaba ni un día sin que una o dos personas llegaran a Grimmauld Place con el único propósito (al menos aparentemente) de apoyarse en la pequeña valla que cercaba la plaza, frente a los números 11 y 13, y observar la unión de las dos casas. Esos individuos nunca eran los mismos, aunque todos solían vestir de una forma muy rara. La mayoría de los londinenses que pasaban por allí, acostumbrados a ver personajes excéntricos, no se fijaban mucho en ellos, aunque de vez en cuando algún viandante volvía la cabeza y se preguntaba cómo se le ocurría a alguien salir a la calle con una capa tan larga, visto el calor que hacía.

No obstante, parecía que esos observadores no obtenían mucha satisfacción de su vigilancia. A veces, alguno echaba a correr hacia los edificios, como si por fin hubiera visto algo interesante, pero siempre regresaba decepcionado.

El 1 de septiembre merodeaba más gente que nunca por la plaza. Ese día, ataviados con largas capas, había media docena de individuos en actitud alerta escudriñando con esmero los números 11 y 13, pero lo que esperaban ver seguía ocultándose. Al anochecer cayó un inesperado y frío aguacero por primera vez en varias semanas, y entonces se produjo uno de aquellos inexplicables momentos en que los mirones parecían haber visto algo fascinante: el hombre de la cara deforme señaló los edificios y el que estaba más cerca de él, un tipo pálido y gordinflón, hizo ademán de correr hacia allí, pero un instante más tarde ambos volvían a estar inmóviles, con aspecto frustrado.

Entretanto, Harry entraba en el vestíbulo del número 12. Había estado a punto de perder el equilibrio al aparecerse en el escalón de la puerta de la calle, y temió que los mortífagos le hubieran visto un codo que se le había salido un instante de la capa invisible. Cerró la puerta con cuidado y se quitó la capa; se la colgó del brazo y cruzó el tétrico vestíbulo hacia la puerta que conducía al sótano; en la mano llevaba un ejemplar robado de El Profeta.

Lo recibió el habitual susurro: "¿Severus Snape?" Acto seguido, lo envolvió la ráfaga de aire frío y la lengua se le enrolló.

—Yo no te maté —dijo Harry en cuanto la lengua se le hubo desenrollado, y contuvo la respiración mientras explotaba la figura de polvo. Se dispuso a bajar la escalera que conducía a la cocina y, cuando la señora Black ya no podía oírlo y se hubo librado de la nube de polvo, gritó—: ¡Tengo noticias, y no les gustarán!

𝒟𝒶𝓀𝑜𝓉𝒶//𝒟𝓇𝒶𝒸𝑜 ℳ𝒶𝓁𝒻𝑜𝓎Where stories live. Discover now