9-Nueve

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La primera jornada para cada uno de nosotros los universitarios ya ha acabado y ahora toda esta multitud está en cada uno de los rincones de los pasillos, el campus y la cafetería enorme, lo bueno de todo es que la universidad es demasiado  grande para todos nosotros.  Salgo de la fila con la bandeja y comida en manos y busco a las chicas, por suerte las localizó rápido y voy hasta ellas.

—Hola chicas— saludo cruzando mis piernas en la banca para poder sentarme mejor.
—Zefora, ¿lo trajiste?— ella asiente con una cuchara en la boca. Se da la vuelta, Becca nos mira con confusión.

—Aquí está. Si quieres más hazlos tú— se queja una vez liberándose de la cuchara con comida. Le sonrío con una de mis mejores sonrisas y parpadeo seguido para darle un toque especial. Ella niega.

¿Qué sino recuerdo que peleamos?, pues claro que lo recuerdo, han pasado cinco horas de ello y ¿qué?. Somos amigas y una pelea entre nosotras jamás será  tan fuerte como para hacer las pases. Yo le podría haber dicho "—Púdrete, Zefora" y seguiríamos igual. Pocas personas lo entienden. Así somos de locas.

—No quiero ser metiche, como mi perro, pero… ¿no estaban peleando?— la voz de Becca es cuidadosa y tímida como si temiendo muestra respuesta. Mi amiga  suelta una risotada.

—¡¿Yyy!?, sin ofender, Becca. Eres muy inocente, ¿aún eres virgen?— pregunta sin dejar de ser burlona y arrogante como es ella. La pelinegra abre los ojos  y juro que quiso morir en ese instante.

—¡Zefora!, no preguntes esas cosas. No todos son igual de abiertos que tú— difiendo. Las mejillas de la chica se tornan rojas como tomates, acomoda sus lentes de pasta y no sabe hacia dónde mirar.

—Okay. Mensaje recibido— se disculpa, bueno, eso no es una disculpa pero viniendo de ella es mucho.
—En serio, responde—pide luego de una larga pausa.

—¡¡Zefora!!.

—… Ah, … ah— balbucea, le doy un zape a mi amiga. Becca no es de las chicas que discute su vida sexual con un par de degeneradas como lo somos nosotras —Bueno. No. Aún no—dice avergonzado —¿… Ustedes?— se atreve a preguntar.

Zefora y yo nos miramos, yo recriminando su comportamiento y ella con un brillo en los ojos. No, no puedo. Me rindo, no habrá ningún poder en la tierra que haga que ella cambie.

—Sí, a los catorce— responde indiferente. Espera, no lo dijo ¿cierto?. ¡Era una cría!. Realmente Zefora es tarada de nacimiento y no tiene arreglo.

—Yo a los dieciséis— respondo. Ella asiente y coge su lata de coca cola.

—¿Podrías abrirla?— me la tiende. La tomo con rareza. Becca se ve inocente pero no creí que no pudiera abrir una lata de coca cola.

—¿Tú no puedes?— habla ésta vez Zefora masticando.

—Sí, pero tengo miedo. No sé cuánto tiempo atrás, estaba en casa sola. Abrí una lata y de paso mi dedo se quedó ahí atrapado, al sacarlo el filo del metal cortó mi piel. Nadie para ayudar...— No puedo evitar reírme. Incluso la chica a lado mío, la femenina se incorpora en su lugar.

—Lo siento, pero… es algo estúpido y tardado— abro la lata y de paso mi dedo se queda atorado en el interior. ¡No!

—Sí, claro. Solo una tonta le dice eso—  comenta mi amiga. Con cuidado lo saco. Se la entrego a Becca que no esconde su risa de burla.

—Vale, lo merecía— admito  de mala gana. Nadie intercambia  más palabras y nos dedicamos a tragar y moler como bien lo sabemos hacer.

Becca mientras estamos acá nos cuenta un poco de ella, tiene dos hermanos y sus padres. Las dos mujeres en familia, se lleva bien con todos y al parecer sus hermanos cuidan de ella hasta por cada pestaña que deja caer. Son sobre protectores y cuidan mucho de su pequeña hermanita. Si supieran lo que le sucedió el primer día. Nos invita a comer el fin de semana que viene. Aceptamos siempre y cuando haya comida y sus hermanos sean guapos, ríe.

Amistades RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora