21-Veintiuno

593 48 0
                                    

—Iré a por ropa de mi hermano, tal vez le queda— anuncia Becca saliendo de la habitación. Miro al chico que está desplomado en el sofá bonito que tiene la pelinegra. Solo espero que esté dormido y no desmayado.

—¿Sabes dónde está el baño?— pregunto volviéndome hacia Zefora que está sentada en el borde de la cama.

—La puerta que está al costado del pasillo—  responde, salgo con cuidado de no hacer ruido. Con facilidad encuentro la puerta, ¿cuánto tiempo ha estado aquí?.

Enciendo la luz, busco algo para poder llevar agua, encuentro un pequeño balde de plástico color celeste junto al WC, lo lleno con agua del grifo y cojo una de las toallas de la repisa. Salgo y entro de nuevo ala habitación. Becca ya está acá.

—Ayúdenme a colocar la manta o algo abajo de él— pido. Ambas hacen un gesto desagradable pero se acercan a mí. Becca trae las sábanas blancas de su cama.

—Nos estamos tomando muchas molestias por él— se queja Zefora a mi lado. Tiene razón pero ya noa hemos metido hasta el fondo no podemos hacernos para atrás. Bien, podemos. Pero no quiero.

—Sólo ayúdame—. Zefora y yo lo tomamos de brazos, lo atraemos hacia nosotras, el peso del chico cae de un tirón provocando que perdamos el equilibrio. Joder, Becca se apresura a colocar la manta abajo. Una vez ya está mi amiga y yo lo dejamos ir hacia atrás, éste cae sin delicadeza al sofá.

—No vuelvo hacer obras de caridad— la pelinegra se arrepiente. Reímos, tiene mucha razón —Mientras tú terminas nosotras estaremos en el baño, toma tu tiempo— avisa y quedo estupefacta ante su falta de vergüenza.

Coge la mano de Becca y sin decir más salen dejándome sola en la escena del crimen. Aún aturdida por el cinismo de Zefora sacudo la cabeza, está claro que nada inocente estarán por hacer. Sacudo mi cabeza borrando el resiente acontecimiento.

Me coloco a horcajadas sobre Damián para poder sacarle la camisa llena de sangre que ya no es blanco, primero un brazo, al segundo ya estoy más cansada y harta de no poder hacerlo, le insulto en susurros. Busco una idea de cómo sacarle la camisa y en el escritorio de Becca hay unas tijeras.

—Qué estúpida— digo para mí. Las tomo sin dudarlo ni un segundo cortó la tela blanca y mojada, la hago trizas que es más fácil así. El torso del chico queda descubierto. Dejo lo que queda de la prenda a un lado. Mojo la toalla y sentándome a horcajadas –otra vez– inicio limpiando su rostro.

Los mechones color azabache le caen por la frente, tiene un gran hematoma en ambos pómulos, se están tornando morados y verdes, una fina línea de sangre le cae por la comisura de los labios y, siendo sincera, no se le quita lo atractivo. Su piel está más pálida que de costumbre y tiene ojeras visibles.

Le paso la tela húmeda por la frente llevándome el sudor y la suciedad, admiro esas cejas tan perfectas que me atrapan sin siquiera notarlo, las pestañas lo hacen ver más vulnerable así. Limpio cada una de sus facciones marcadas, vuelvo a  mojar la toalla, a la hora de limpiar sus labios me detengo y los admiro.

Son finos y provocativos, están rosados y creo que me estoy volviendo paranoica porque me mandan un mensaje muy claro: «besame, besame, yo sé que quieres» no despego la mirada de sus labios. Lo dudo pero muy en el fondo hay algo en mí que ordena a que lo haga. Paso la toalla sobre sus labios, le quito la sangre una vez están limpios acerco mi boca a la suya.

Mis labios se encuentran con los de él, a comparación de la vez pasa (por obvias razones), es solo un roce delicado y sutil. Me separo un poco, no lo resisto, vuelvo a unir nuestros labios aprovechando  que  está inconsciente. Sé que está mal y puede catalogarse como abuso pero si tenemos en cuenta que él también quiere o quería besarme, puede que no tanto. Lo beso delicado, sus labios no responden pero el hecho de sentirlos es un gustito.

Amistades RotasWhere stories live. Discover now