Accidente #21: Cordero negro, Cordero blanco

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En un páramo olvidado de la tenue guía del sol, todo se hallaba plagado de colores fríos y tenues. Unas ventiscas fulminantes arrasaban con el silencio, rasgándolo sin cuidado mientras con su ayuda todo aquel lugar era cubierto por un blanco uniforme mientras desagarraba las pocas hojas que ya hacían en sus alrededores. Unos árboles de cerezo se hallaban en colores grises y moribundos mientras sus ramas eran pobremente cubiertas por hojas de color cyan, unas hojas que se hallaban flotando de lado a lado sin cesar, haciendo girones en el cielo nocturno mientras se perdían en la nada.

El frio era atroz, ninguna persona podría sufrir a semejante tempestad sin protección alguna, ni los animales en hibernación en dicho lugar sobrevivirían sin el cálido abrazo de esperanza ante aquella espeluznante escena; sin embargo, había solo una persona caminando en dicha tempestad similar a un invierno infernal. Era una silueta que buscaba calor a través de un abrazo hacía si misma, temblaba sin parar mientras con la vista al frente trataba de buscar alguna salvación en su fatídico camino. El sonido crocante del viento arremetía fuertemente en ella, solo dejando escuchar su corazón a mil por hora debido a la falta de calor que tenía. Sus extremidades empezaban a sentirse rígidas y sin esperanza alguna de salvarse. Todo a su alrededor era una desesperación blanca y azul que no le dejaba ni mantener la vista en su camino.

Con cada paso que daba, sentía como aquella capa de nieve le entumía cada vez más su caminar. Ignoraba ese sentimiento, no debía de afectarse por cosas tan patéticas, lo único que importaba era mantenerse con vida; sin que lo supiera, su voluntad se estaba quebrando poco a poco. Pero todo empeoró cuando el viento trajo consigo risas tenues como velas en deceso, unas risas que entre poco suplantaban el rugir del viento. La figura se detuvo abruptamente mientras miraba de lado a lado... Pero solo pudo encontrar el frio fantasma que era el viento a su alrededor, y eso no hizo más que empeorarlo todo.

Las risas empezaban a intensificarse en su cabeza mientras la mirada de la persona finalmente empezaba a flaquear en temblorosos deslices que le arrancaban las ultimas sensaciones cálidas que se llevaba gracias a su corta respiración. Trato de conservar la cordura mientras las risas la sumergían cada vez más... Pero todo se acabó con una tenue frase que se le susurro con cierta suavidad...

-Te amo, Byako

Fue ahí donde todo a su alrededor se empezó a desmoronar, la nieve empezaba a tornarse agresivo y su impacto se sentía como si cristales rozaran su piel una y otra vez. Su reparación se cortó mientras sus extremidades dejaban de enviarle señales. Abrazó su propio cuerpo mientras lagrimas inconscientes caían por sus ojos, todo lo que le restaba era la desesperación a la cual se entregó completamente mientras perdía sus últimos sentidos.

-Estás maldita...

-Me decepcionaste...

-¿Qué has hecho? ...

Diferentes tonos de voces recaían en sus sentidos, todo le traía devuelta una sensación sobre su pecho, esa misma desesperación de no lograr sus objetivos, de un fracaso estrepitoso... Una nueva masacre que se acuño en su corazón mientras lo apuñalaba repetidamente. Solo deseaba morir, quería que todo cesase; todo lo que quería era...

-¡Solo quiero paz!

Una voz familiar para ella, la despertó finalmente... Todo había acabado, todo se esfumó, todo se quedó como un mal recuerdo. Un mal sueño del cual fue rescatada por otro grito desesperado, un grito que le devolvió el calor en su pecho.

Unos ojos azules finalmente se abrieron, se podía notar como estos aún se hallaban conmocionados por la falta de descanso mental con respecto a sus horas de sueño. Sus sentidos seguían aturdidos; pero fueron lo suficientemente activos con tal de hacerle ver que no estaba sola en aquella cama donde pasó la noche. Sus brazos se hallaban inmovilizados mientras abrazaba una cabeza cuya cabellera revuelta le daba cierto suave tacto que ella gustosa abrazaba contra su pecho, un poco debajo de su cuello, sintiendo así una suave y tibia corriente de viento; en sus piernas recorría una leva brisa fría, haciéndole notar que no se había cubierto y que no llevaba nada más que sus medias y falda escolar; y su cabeza estaba levemente encorvada con tal de apoyarse en aquella cabellera que le traía suavidad.

El maestro del rey del mundo (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora