Capítulo 24/ Al borde del vacío

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Al día siguiente me desperté y reuní las cosas de Mila para volver a casa, ya no quería incomodar a Alenka. Mientras estaba guardando todo en la maleta Alenka entró escabulléndose entre los muebles. La miré confundida y seguí con lo que estaba.

—¿Cómo te fue con Johan?— dijo pícaramente. Paré inmediatamente lo que estaba haciendo.

—¿De qué hablas?— tragué espeso. 

—No te hagas tonta, por casualidad leí la carta. La dejaste a la vista de todos— dijo riendo.

—Por casualidad...— rodeé los ojos.

—Pero, en serio, ¿cómo te fue? ¿Se aclaró algo?— dijo sentándose en la orilla de la cama.

—Nada. No sé qué pasa entre nosotros. Creo que tenemos demasiadas cosas que procesar y en este momento no sé si sea bueno que estemos juntos, si es que llegara a pasar. Ninguno de los dos sabe lo que quiere y Johan no ha sido capaz de expresar verdaderamente lo que siente por mi. No tengo nada en contra de él pero nos hacemos más daño que bien, ¿sabes?— dije algo triste.

—Entiendo. Como el aceite y el agua— asentí.

—Pero al mismo tiempo hay algo que me impulsa a seguir ahí, tratando de averiguar lo que siento por él. Todo lo que me viene a la mente son enojos repentinos, arrepentimientos, lástima, felicidad, tristeza, preocupación, enamoramiento... todos a la vez. No soy capaz de controlar tanto— Alenka acarició mi pelo suavemente al ver que estaba al borde del colapso.

—Sé que no nos conocemos desde toda la vida, pero lo que si sé es que no eres la misma Bianka— miré a Alenka y me eché a llorar.

—No sé que debo hacer, estoy perdida, suspendida en una realidad que no tiene pies ni cabeza. Estoy anclada a recuerdos que no tienen un futuro cierto y ya no estoy como para averiguar a donde llevan. Me siento culpable, como si todas las veces que veo a Himmel a los ojos traicionara a Emmil.

–Bianka, para. Sé que es muy duro y que no ha pasado mucho tiempo desde que Emmil murió, pero no es traición es parte del duelo. O quizá Emmil mismo fue parte de otro duelo que aún no logras superar.

–Ni si quiera se la respuesta a esa pregunta. No quiero preocuparte más. Es solo que ya no sé quién soy o si soy feliz.— Paré unos instantes recordando la misma pregunta que me había hecho Johan. —Soy adicta al té, solo me encargo de los aseos de la casa, leo y paseo a Félix, voy al parque, regreso... eso no es vida. Y parezco disco rallado diciéndote que no es vida. No sé qué debo hacer.

—No te preocupes, date tiempo para aclarar tus pensamientos, así llegarás a una decisión más concisa. Cualquier cosa que decidas te apoyaré siempre, lo sabes— Alenka trataba de consolarme mientras yo me hundía en mis rodillas.

—Por lo pronto debo volver a casa. Un tiempo a solas calmará mi ánimo— dije levantándome nuevamente.

Agarré mis cosas y las de Mila y me dirigí a mi casa en busca de algo de paz. Cuando llegué Mila se dirigió a su habitación y yo fui a ver a Felix, quien se había quedado solo un par de días. Salí al jardín y me lo encontré sentado admirando una ardilla que se balanceaba sobre la rama de un árbol. Me acerqué a él y lo abracé, éste me lamió toda la cara y saltó de alegria.

—Siento haberte dejado— dije frotándole la barbilla. Le serví un plato de comida y dejé que devorara.

Fui a ver a Mila, quien se encontraba jugando con sus muñecas como siempre. Decidí ir por un café y relajarme un poco. Me quedé todo el día con Mila, descansando y leyendo. La noche cayó rápidamente y empecé a dormitar. Mi cuerpo cada vez perdía mas fuerzas y lentamente se fue cayendo sobre el sillón hasta quedar profunda... Unos golpes en la puerta me despertaron inmediatamente. La persona que estaba detrás se oía desesperada. Me paré rápidamente y fui a ver quien era.

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora