Capitulo 25/ Un cumpleaños no tan feliz (I)

406 34 57
                                    

Abrí los ojos de golpe con el corazón agitado después de haber tenido una pesadilla. Volteé hacia mi ventana quedando deslumbrada por un tenue rayo de sol. Me froté la cara y me senté en mi cama para poder ponerme de pie sin marearme. Bostecé un par de veces antes de ir a ver a Mila. Pude alcanzar a ver mi reflejo en el tocador, sonreí burlonamente por lo demacrada y despeinada que me veía. Agarré mi bata y salí a revisar que todo estuviera bien. No había rastros de Felix haciendo de las suyas ni de Mila jugueteando por toda la casa. Me asomé a su cuarto y sorprendentemente seguía dormida. Fui a la cocina por algo de agua y cuando miré el reloj entendí por qué Mila seguía dormida, acababan de dar las 7 de la mañana. Le quedaría media hora de sueño a lo mucho a esta niña.

Regresé a mi habitación y salí a mi balcón a tomar la luz del sol de la mañana. Todavía estaba procesando todo lo que había pensado aquella noche después de que visité a Dominik en el hospital, quien se encontraba mucho mejor. Había pasado un poco más de una semana y el recuerdo de mi estado vulnerable y mi pequeñez ante el abismo no salía de mi cabeza, no podía poner mis pensamientos en orden y continuamente me daban pesadillas. Y si mal no fuera poco, había llegado el día del cumpleaños de la señora Jakov.

Pasé toda la mañana divagando en mi pensamientos, haciendo desayuno, leyendo, jugando con Felix, haciendo un pequeño almuerzo posteriormente, tratando de olvidar aquella noche y pensando con qué cara llegaría a la comida de la señora Jakov. Emmil era un ángel caído del cielo, era un hombre caballeroso, atento y educado. Tenía sentido del humor y no era nada rencoroso. Todo lo contrario a su familia a decir verdad. Su padre era algo huraño, frío y descortés en algunas ocasiones. Tenía buen alma pero dejaba ver su lado cruel la mayoría de las veces. Su hermana, Natia, era celosa, te juzgaba hasta los pies, competitiva y muy exclusiva con sus amistades por lo que nunca hice una buena y honesta amistad con ella, era mero compromiso. Y su madre ni se diga, no la quería ni empezar a describir porque me arruinaría el día. Esa señora desde el momento en que me conoció me hizo la vida imposible. Su obsesión por su hijo mayor perfecto e impecable le impedía ver todo lo bueno que yo podía aportar a su familia. Solo quería a la gente que tuviera su misma genética porque solo así se merecerían un lugar especial, como Mila.

Decidí arreglarme al fin después de un buen rato. No encontraba por ningún lado la motivación que necesitaba para ir. Vestí a Mila rápidamente y le puse un lindo vestido azul con flores blancas y amarillas. Le puse un pequeño moño y dejé que sus rizos cayeran sobre sus hombros. Antes de salir fui a mi tocador a ponerme labial, el cual se me había olvidado por completo. Lo saqué del cajón y me lo puse cuidadosamente para que no saliera de mis labios. Mientras hacía esto un fuerte impulso me brotó repentinamente. Me miré a mi misma al espejo y confiadamente dije: "Hoy es el día. Les diré que me voy a ir de Polonia". Sonreí y posteriormente guardé el labial en su lugar para ir por Mila y salir.

Caminamos unas cuadras hasta la estación del tranvía para dirigirnos a casa de los señores Jakov. En el trayecto Mila iba contando todos los pájaros que veía por la ventana, claro que el orden en el que contaba los números no hacía sentido en lo absoluto, "tres, cuatro, cinco, veinte, cinco y veinte, dos y tres..." Bajamos en la estación y caminamos otro par de minutos. Mila iba saltando de la alegría porque vería a sus primos, hijos de los primos de Emmil, pero yo solamente pensaba en lo miserable que me haría sentir la madre de Emmil. Cuando al fin nos encontramos frente a la puerta, toqué un par de veces y nos abrió el mayordomo.

—Buen día— sonreí amablemente y entré.

Cuando estaba transitando por el largo pasillo de la casa en donde se encontraban todos los retratos familiares, a punto de llegar al jardín en donde toda la gente se encontraba alegremente bebiendo y platicando, me acorde que había llegado con las manos vacías.

Edelweiss: el pasado al acechoWhere stories live. Discover now