Recuerdos.

151 14 3
                                    

Una semana había pasado desde que el paquete a nombre de Calum había llegado. Contenía todas las cartas que yo le había mandado, inclusive la última.Y lo único que había recibido de su parte era una foto de él besándose con alguna chica, ¡en Maine! Yo no podía creer en lo hipócrita que se había transformado este hombre. Entendía que quería olvidarme y que mis cartas mensuales podían no ayudar. Entendía que él no quería saber nada más de mí, y que quizá él nada más no entendía mi preocupación por saber cómo se encontraba. Entendía que él incluso podía llegar a tener una familia. Y podía escribírmelo, ¡tuvo tres años para decírmelo! Pero prefirió callárselo y mandarme de vuelta todas mis esperanzadas cartas, con una foto de él besándose con otra tipa.

No podía ponerme celosa, en realidad no tenía ningún derecho. Él podía rehacer su vida. Pero, ¿no podía simplemente decírmelo? No pedía una carta pidiéndome disculpas, solamente un  “Hey, Consuelo, estoy en pareja. Déjate de cosas de niños. Déjame seguir con mi vida”. Quizá no me lo tomaría bien, pero me lo hubiera tomado mejor que esta foto.

Todavía daba vueltas en mi cabeza. Él estaba más alto, y los pocos rasgos que llegaba a ver, lo mostraban más maduro. Detrás, la fecha databa unos seis meses antes. La época de mi viaje a Florida. Qué casualidad. El destino me odia. Podría haberme enterado hace seis meses, pero no, yo me encontraba en una ciudad a quién sabe cuántos kilómetros de distancia. O podría haberlo visto desde lejos, y haberme callado. Pero claro, tampoco pasó. Y pensar en  “qué podría haber pasado si...” no sirve de nada ahora.

Aunque claro, no puedo evitar preguntarme qué hubiera pasado si, tres años atrás, hubiera aceptado quedarme en Nueva York. No venirme a Maine a armarme una vida nueva, escapando de todo el ajetreo de la ciudad. No hubo forma humana de convencer a Calum para venir conmigo. Todavía recuerdo sus palabras.  “Es la ciudad de los sueños, aquí nada es imposible. Tanta gente daría la vida por vivir un día aquí, y tú te quieres ir”. Estaba indignado, pero yo más cuando le contesté  “Lo siento Calum, pero yo daría incluso más que mi vida para irme de esta endemoniada ciudad”. 

Esa fue nuestra primera pelea, una de tantas. Creo que fue la más leve, aunque estuvimos dos días sin dirigirnos la palabra. En esa época, yo ya tenía unos 19. Mis ideas de irme se fortalecían, y Calum sin querer venir no ayudaba en lo absoluto. Después vinieron peores. Que cómo íbamos a seguir la relación, que no queríamos separarnos, que él no quería venir, que yo no me quería quedar. Que esperara unos años más y él me acompañaría, que yo no podía soportar un segundo más allá. Que yo ya estaba comprando la ropa para irme, ¿por qué compraba la ropa para irme?, no podía irme. Que no podía dejarlo allí, solo, contra el mundo. Que el momento se acercaba, que no queríamos que se acerque, pero cada día faltaba menos. Que “¡te odio, no puedes dejarme!”, que “¡lo siento, Calum, tengo que hacerlo!”. Que “tú nunca me quisiste”, que “no Cal, yo te amo”. “No me dejes”. “Lo siento”. “¿Es el final?”. “No quiero que terminemos así”. “No hay opciones”. “Quédate”. “No puedo”.

Después de eso, era una yo soltera subiéndose al avión y un Calum soltero, con lágrimas en los ojos, mirándome desde abajo. Supongo que me juzgaba y me culpaba. Y tenía todo el derecho de hacerlo. Había sido mi capricho venirme a Maine. Las lágrimas comenzaron a caer, como cada vez que recordaba las cosas desde el día que empeoraron. No controlaba los gemidos. ¿Por qué no viniste, Calum? Podrías haber venido, pero no quisiste. Estoy feliz de que hayas logrado seguir tu vida, encontrar una pareja... Pero, ¿después de tres años me lo vienes a contar? ¿Y de esta forma? No puedo seguir así.

Me puse mis pantalones y sudadera para salir a correr. Me sequé debajo de los ojos y limpié el poco maquillaje que se había corrido de su lugar. Me hice una coleta como Dios manda y salí a correr. Los auriculares con música fuerte, los pies pegando y despegándose del piso, algunas gotas de sudor y ver gente que hacía lo mismo que yo, me calmó un poco. 

Para cuando llegué a mi parque favorito, ya había corrido kilómetro y medio. Iba a caminar alrededor del pequeño lago unas dos veces y después volvería a casa, corriendo. Un almuerzo, un buen libro, y... ¡mierda, tenía que llamar a Amber para saber cómo le había ido! Hacía bastante no salía con un chico, o por lo menos no con uno que sea lo suficientemente digno de ella.

Conocí a Amber un tiempo después de haber entrado a la secundaria. Ambas estábamos en Arte. Al menos nos interesábamos en lo mismo. Supongo que eso nos unió, ya que nuestras personalidades son bastante diferentes. Pero así son las amistades, se dan cuando menos te lo esperas, y luego no puedes vivir sin la otra persona. Como un enamoramiento, pero sin ir tan lejos.

Cuando estaba terminando de dar la segunda vuelta al lago, vi algo que llamó mi atención. Un castaño tirado en el pasto, boca arriba, con lentes negros. Llevaba unos jeans ajustados, color azul francia. A su lado, reposaba una remera color crudo. Su torso estaba desnudo. Inconscientemente, me acerqué un poco más. La cercanía me dejó ver algo que estaba segura que no quería ver. Cerca de una clavícula, una hermosa pluma. Enfrentada a esta, en la otra clavícula, “MMXII”. No había muchas chances de que sea otra persona.

Se debe de haber sentido bastante observado mientras yo me quedaba parada como idiota mirándole fijo los tatuajes, porque se sentó en mi dirección y se quitó los anteojos. Sí, era él. Mierda, Hood, acababas de romperme el corazón otra vez hacía unas horas. Estaba tratando de recomponerlo, y te me apareces en mi ruta. 

 —¿Cons...? Quiero decir, ¿Amelie?

Lo recordaba. Recordaba que odiaba que me llamaran por mi primer nombre. Recordaba mi segundo. Supongo que también recordaba que cuando nos conocimos, lo obligué a llamarme así. Pero negué con la cabeza, todavía en estado de shock, dando algunos pasos para atrás. Él se levantó de un salto y se puso la camiseta, acercándose a mí.

—Ha pasado tanto tiempo, ¿cómo has estado? —preguntó inocente.

No me iba a tragar su cuentito para niños. Estaba cansada, harta. Apenas esta mañana habían vuelto todas sus cartas, y él ya creía tener el derecho de venir a mi parque favorito a tomar sol. No señor.

—No —susurré lo más firme posible.

Me di vuelta y empecé a correr. Sabía que él solía ser más rápido que yo, y solía alcanzarme en un abrir y cerrar de ojos. Pero yo llevaba corriendo estos tres años, y conocía la ciudad mucho mejor que él. Así que, después de tres años esperando que apareciera para abrazarlo, gritarle y besarlo... solo corrí.

Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now