Cartas.

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Me quedé mirando la carta fijamente un buen rato, analizando si sonaba convincente, fijándome en que no quedara nada fuera de lugar. Luego de imprimirla, firmaría debajo de mi nombre por última vez después de tantos años, y la llevaría al correo. En realidad, solía firmar como “la persona que más te ama en la Tierra” o similares. Entonces fue cuando se me ocurrió. Borré la palabra “Consuelo” letra por letra y la reemplacé por un “la persona que solía amarte más que nadie”. Me pareció algo dramático, y quizá dejaría en evidencia que lo seguía amando. Pero no me importaba. Sentía que era la mejor forma de convencerme a mí misma. Después de todo, no respondía mis cartas. Quizá incluso las tiraba a la basura apenas leía el emisor. Era probable.

Una vez que hube impreso y firmado la dicha carta, busqué el último papel que él me había escrito, uno que decía “por siempre mía”, pero en inglés. Maldito. Él había sabido manipularme, si es que lo había hecho. Porque lo había hecho, ¿no? Claro que lo había hecho.

Una vez en mi scooter color blanco, volviendo de dejar la carta para que viaje a través del mundo (¡okey, okey!, no tan dramático) se me fueron los pensamientos a cualquier lado, y terminé donde podría decirse que esperaba. En mi hermosísimo bar literario “Chocolate Letters”, como cada día que le enviaba una carta a Calum. Entré y asentí con la cabeza hacia Brandon, dándole a entender que me traiga lo de siempre. Deben pensar “seguro que se tomará un tequila”, pero no en realidad. Tomo una taza de café con leche y chocolate blanco (suena raro, pero créanme, es riquísimo) y como un brownie con nuez. Es mi mejor remedio para este nostálgico humor, y Brandon ya sabe las razones.

 Cuando Brandon se acercó con mi pedido a la mesa, tomé con ambas manos la taza, calentándolas del frío de afuera.

—¿Sin noticias? —preguntó algo acomplejado.

Negué con la cabeza.

—De todas formas, fue la última.

—¡Eso es genial! —exclamó, pero cambió de actitud al ver mi mueca. —Me refiero a que ya no dependerás de él para ser feliz, y podrás conocer otras personas, incluso podríamos...

—No, Brandon. Él aún es mi felicidad. Este es el primer paso, queda un largo camino por recorrer.

Él se limitó a asentir y continuó con su trabajo. Yo terminé mi pedido, dejé el pago y una buena propina y me volví a mi casa. Allí me había dejado mi teléfono celular, porque no quería saber de nadie. Pero debía fijarme por si llamaba mi madre o alguien importante. Me encontré con una llamada de Amber, mi mejor amiga de toda la vida. Supuse que devolverle la llamada sería una buena idea.

—Amber al habla.

—Hey, pelirroja.

—¡Consuelo! ¿Cómo estás?

—Amber, tienes un millón de apodos hacia mí, ¿por qué me llamas por mi primer nombre?

—Lo siento, lo siento.

Podía imaginármela alzando las manos y una sonrisa se formó en mi rostro.

—¿Estás ocupada esta noche?

—Sí, no me odies. Saldré con un chico, ¿sabes? ¡Después de tanto tiempo! Estoy nerviosa, ¿qué debería usar?

—¿Qué tipo de salida es?

—Iremos al cine y supongo que luego al Mc Donald's.

—Hace frío, tus jeans ajustados negros y el top blanco que hace que tus pechos realcen.

—¡Oldson! —me gritó por mi apellido riéndose. —No quiero que me desnude con la mirada en el cine.

—No en el cine, tu lo dijiste. Llevate abrigo, pero que no tape la zona.

—¡Pervertida! Eres un caso perdido.

—Sigues sin negarlo —retruqué.

—Mañana por la tarde te llamaré y te contaré como fue, deja de acosarme, ¡te amo!

Y cortó. Esa era su manera de escapar. Yo tenía razón, claro que quería ir a la cama con ese tipo. Yo no lo conocía, pero me había hablado un par de veces de él. Su nombre era Luke. Alto como una jirafa, rubio como el sol y con unos ojos azules como el océano, se llevaría el corazón de cualquier chica. Sobre todo el de Amber, claro está. Pero como toda excepción, a mí me gustaban con ojos chocolate profundo. Bueno, en realidad me gustaban los ojos de Calum. Eran únicos.

Con mi pijama puesto, las palomitas de maíz a mi lado y una buena película en el televisor, daba mi noche por hecha. No era tarde, debían de ser las diez de la noche como muy tarde. A la película no le quedaba mucho tiempo para terminar y luego de eso, me acostaría calentita en mi cama y me tomaría unas hermosas ocho horas mínimas de sueño. 

Para cuando terminó la película, mis párpados ya estaban pesados y con suerte mi cerebro procesaba lo que tenía que hacer para hacerlo. Algunas cosas incluso las procesaba luego de hechas. Era bastante entretenido de ver, creo. Con solamente la luz de mi pasillo prendida, me metí en mi hermosísima cama y no tardé mucho en caer en las manos de Morfeo.

Morfeo no había sido generoso conmigo esa noche, porque por la mañana me levanté bañada en sudor y bastante agitada. Había vuelto a soñar con Calum, claro, como cada noche después de enviarle una carta. Pero por alguna razón, esta vez había sido más intenso. Supongo que por ser la última, me merecía más pesadez. 

Me cambié a algo no muy abrigado porque, a pesar de estar en invierno, podía sentir al sol calentando mi habitación a través de las ventanas. Haciéndome una coleta, salí por la puerta decidida a hacer algo productivo con mi vida. Era domingo. Aunque sea tenía que ir al parque y escuchar a los pájaros cantar. Pero vi que tenía correo. Los domingos no hay correo, pensé. Pero luego me acordé que había pedido en el correo que si tenía algo muy importante (familiar, o Calum) que me lo mandaran urgente y que yo luego pagaría el servicio. Habían cumplido, y yo no sabía de quién quería que sea la carta. Si era de mi familia, tenía que ser una muy mala noticia, y no quería una de esas. Pero tampoco quería a Calum en mi correo. No ahora que había decidido eliminarlo de mi vida. 

Abrí el buzón y saqué la carta. Era un sobre bastante grande, como si no hubiera solamente una carta ahí dentro. ¿Emisor? “Calum Hood, Albany, Nueva York”. ¿Receptor? “Consuelo Oldson, Augusta, Maine”.

Mi vida no tiene sentido, tres años enviando cartas, ¿para que me conteste la última? No, señor. Claro que no. Yo lo ignoraría. No iba a caer tan fácil. Y para comprobar mi teoría, entré a mi casa, dejé el sobre cerrado encima del sillón y me dirigí a la puerta. Para cerrarla, volver al sillón, abrir el sobre e inspeccionar el contenido. De acuerdo, no era tan fuerte como creía. Por lo menos no con Calum Hood. Luego de cinco años, seguía teniéndome a sus pies como el primer día.

Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now