Letras de chocolate.

115 11 2
                                    

Llegué a Chocolate Letters aproximadamente una hora antes de lo que habíamos acordado con Calum. Tenía que leer un poco y tomar un jugo de naranja para poder calmar mi nerviosismo. Brandon, sabiendo la situación y a pesar de estar en contra de mi decisión, me había regalado una galleta casera de chocolate. No la había tocado, no podía probar bocado. Miré el reloj. Cuatro cuarenta y cinco minutos. Mis sentimientos se enredaban conforme pasaban los minutos. Brandon me brindaba algunas sonrisas alentándome, aunque sabía que no me apoyaba. Era algo egoísta, porque él quería a toda costa intentar algo conmigo. Me lo había dejado claro. Pero de todos modos, lo entendía. Supongo que en su lugar, yo hubiera tomado la misma posición.

Cuatro y cincuenta minutos. Seguí hojeando el libro y encontré un fragmento de un libro conocido que llamó mi atención. Era un poema de una novela romántica. Diario de una Pasión, de Nicholas Sparks. Una bonita película e incluso un mejor libro.

“Jamás, hasta aquel día,
me había asaltado un amor tan dulce y repentino.
Su cara hizo eclosión como una tierna flor,
robándome entero el corazón.”

Primero me acordé de la triste y hermosa historia de amor entre Noah y Allie, pero después relacioné el poema a mi enamoramiento con Calum. Lo describía tan bien, que sería en vano gastar más palabras en explicarlo. Mientras divagaba en los últimos cinco años de mi vida, el morocho se sentó delante mío con una sonrisa. Miré el reloj. Cuatro y cincuenta y nueve minutos.

—No quería hacerte esperar.

Le sonreí y llamé a Brandon, que vino serio, pero respetuoso a la mesa.

—Un frapuccino de chocolate sin café y un jugo exprimido de naranja grande, por favor —pidió Calum.

—¿Para comer? —preguntó Brandon.

—Nada.

—¿Señorita? —preguntó él con una ceja levantada.

Suspiré. Él sabía mi nombre y quería hacer como si no me conociera. No le daría el gusto. A pesar de todo, él era mi amigo.

—Es todo, Bran. Gracias.

Le ofrecí una sonrisa sincera y tímida, pero él nada más asintió y se fue.

—¿Como se te ocurre venir a tomar algo en el bar donde trabaja tu novio? —preguntó Calum, visiblemente enojado.

—¿Qué?

—Está celoso, se nota. No quiero volver a Nueva York con un ojo morado.

—¿Y tú? ¿Estás celoso?

—No —contestó corriendo la vista, signo de que mentía. Lo conocía demasiado bien.— Pero podrías haberme contado que salías con alguien.

Me reí fuerte.

—Calum —llevé una mano a la suya y la apreté.— No es mi novio, por el amor de Dios.

Él asintió sin mostrar sentimientos, pero en sus ojos lo podía notar aliviado. Sonreí ante tal hecho y quité la mano de la suya cuando Brandon se acercó. Me daba pena, pero no tenía ojos para nadie más que para Calum. Él siempre había sido mi primer amor, el más verdadero, y supongo que jamás iba a dejar de serlo. Le duela a quien le duela.

Nuevamente, el tiempo con Calum había pasado tan efímero como una estrella fugaz. Me sentía como las primeras veces que salimos, cuando apenas estábamos conociéndonos. No existían silencios, porque teníamos miedo de que sean incómodos; igual que ahora. Estábamos tratando de volver a forjar una amistad, y debo admitir que nos estaba yendo bastante bien. Teniendo en cuenta que nos conocíamos muy bien y que en tres años ninguno había cambiado, sabíamos cómo actuar. Sabíamos qué cosas podíamos decir, cuáles no, qué cosas molestaban al otro y cuáles les gustaban. A veces sentía que Calum trataba de conquistarme otra vez (como si alguna vez lo hubiera olvidado), pero luego las cosas volvían a ser normales y llegaba a la conclusión que era mi imaginación. Todo un laberinto que creaba mi inconsciente solamente porque quería a Cal de vuelta a mi lado, como antes.

A veces era como si el tiempo no hubiera pasado, como si en realidad el día anterior hubiésemos tenido una discusión estúpida y esta fuera la reconciliación. Otras veces me sentía como si hubieran pasado treinta años y cada uno tuviera su marido/mujer e hijos, y hubiéramos salido a tomar un café para reírnos del pasado. Prácticamente no existía el punto medio, o por lo menos yo no creía estar en un punto medio.

Podía notar como Brandon lo fulminaba con la mirada a veces, o como otras fruncía el ceño con curiosidad. Me dije que al día siguiente debería pasarme y contarle todo con cada detalle. Sino, él nunca me lo perdonaría.

Calum quiso pagar la cuenta él, me prohibió sacar la billetera y me calló cuando traté de rechistar. Tan Calum. Increíble que después de tres años, haya mantenido su esencia. Podía parecer poco tiempo, pero para alguien que conoces mucho puede parecer una eternidad.

Me gustaba pensar en Calum, estar con él, pero a veces quería pegarle a mi propio cerebro. Los pensamientos siempre eran los mismos, no se renovaban, y los sentimientos igual. Admito que soy una persona bastante histérica, como probablemente se habrán dado cuenta. Odiaba ese aspecto de mí, pero llevaba mucho esfuerzo cambiarlo y no tenía la voluntad suficiente.

Otra vez estábamos en la puerta de mi casa. Todavía no sabía dónde se quedaba Calum, y pensar en eso dolía. No porque era una psicópata que quería saberlo (quizá en parte sí, pero no es el punto), sino porque me daba la pauta que no se quedaría mucho. Él pertenecía a Nueva York, y yo ya pertenecía aquí, en Maine. Por eso no quería recordar mis sentimientos y salir con él, pero me era inevitable.

—Cal —hablé—, ayer vacilaste cuando te dije de salir hoy. ¿Por qué?

—Nada importante, créeme.

Asentí y cuando nos íbamos a despedir, simplemente lo saludé con la mano y entré al edificio.

Una vez arriba, en mi habitación, pude ver como el cielo se tornaba negro. Indudablemente, se avecinaba una tormenta potente. Rezaba para que Calum llegara a su lugar de hospedaje antes de que la lluvia caiga.

No habíamos quedado en volver a vernos, pero nos habíamos pasado nuestros nuevos números y prometimos mantenernos en contacto. Pensaba esperar a que él me mensajeara, aunque sabía que no podía soportar mucho.

Y otra vez pasaba a preguntarme, ¿por qué? Apenas anteayer había recibido mis cartas y la foto. Aquí había gato encerrado. La foto con las cartas el mismo día que me cruzaba a Calum en mi ciudad actual y que él me proponía volver a entablar una amistad... Era extraño.

De todas formas, en cierto modo estaba dejando la foto atrás, así de rápido. A pesar de todos los signos de pregunta. Otros pensamientos invadían mi mente. Por ejemplo, que Calum volvería a Nueva York pronto. Por ejemplo, cómo le contaría esto a Amber. Por ejemplo, que me estaba fallando a mí misma. La idea era olvidarlo, y una parte de mí quería hacerlo. Sabía que no podía dejar que se fuera como yo me fui, porque si se iba volvería la rueda de no superarlo. Sabía que funcionábamos juntos. Pero también sabía que él tenía su vida allá, y yo no iba a volver. A veces creía que la vida me odiaba, enserio.

Hoy tenía que dormirme temprano, mañana tenía una de mis últimas clases de universidad antes de entregar el trabajo final de fin de curso. No podía creer que estaba terminando mi carrera. Además, a la tarde tenía trabajo. Gracias a Dios hoy había sido feriado, y me había dado tiempo de descansar y relajarme un poco, antes de volver a la rutina.

Ni bien estaba en mi pijama, un mensaje de Calum llegó a mi celular.

“Llegué hecho sopa. Descansa.”

Me reí ante su expresión, bloqueé el celular y por primera vez en mucho tiempo, dormí sin soñar. Tranquila. Ni sueños ni pesadillas. Y aunque me lo negaba, sabía que Calum tenía mucho que ver con eso.

Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now