Querer y poder.

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Salí bastante emocionada del departamento, no traté de disimularlo. Calum estaba al lado de la puerta de copiloto de su auto, sosteniéndola bien abierta para que entre.

—Se te nota feliz —dijo mientras yo cerraba la puerta del edificio—, ¿piensas dejarme?

Me di cuenta que estaba haciendo puchero con su labio inferior y me reí. Sin pensarlo dos veces, lo besé intensamente, ignorando la puerta abierta. Pasó un rato, y él se separó a buscar aire. Le di unos segundos, pero volví a intentar atacar. Él me dio un corto beso, y se separó lentamente.

—Me encantaría pasar la velada así, pero hay una mesa reservada que nos espera.

Me besó la punta de la nariz y se apartó para dejarme entrar y cerrar la puerta detrás mío. Se subió de su lado y puso el auto en marcha, yendo tranquilamente por las calles.

—Bueno, Cal —hablé, rompiendo el cómodo silencio—, ¿qué tanto tenías para preguntarme?

—¿Ansiosa por saber?

Asentí con energía.

—Tienes que esperar —se rio.— Todo a su tiempo, bonita.

Me crucé de brazos y miré por la ventanilla. La mano de Calum se apoyó en mi rodilla, y no me resistí. El enojo (falso o verdadero, daba igual) no se quedaba mucho. No cuando era sobre Calum. Pero seguí mirando la ventanilla. Habíamos salido de las calles y tomado una pequeña ruta. Desde ahí arriba, podía ver incontables casas y las luces prendidas. Era una vista preciosa. No íbamos a gran velocidad, así que lo podía apreciar sin problema. Se me ocurrió tomar una foto, pero preferí guardarme la vista para mí misma. Bajé la ventanilla, aunque esa noche hiciera frío, y cerré los ojos, con el viento moviendo mi pelo. Estaba relajada. 

Pude notar que tomábamos una bajada y después de unos minutos el auto iba perdiendo la poca velocidad que tenía. Abrí los ojos y estábamos en un estacionamiento casi lleno. Daba a la parte trasera de un restaurante, que por lo que podía ver, era bastante lujoso. Quedaba prácticamente en el medio de la nada, pero supongo que debía de haber una razón. Quizá la tranquilidad. 

Atravesamos la puerta y entramos del brazo a un lugar con piso de madera, paredes de colores celestes y dos puertas que estaban hechas de espejo. No había forma que vieras qué había más allá de ellas. A mi izquierda, tenía las puertas de entrada y salida a la cocina. También eran de espejo, pero lo deduje por la cantidad de meseros que entraban y salían. A mi derecha, había un escritorio con una recepcionista, vestida en tonos violeta. Detrás de ella, un cartel que señalizaba los baños. No había mesas en toda la estancia. Supuse que estaban detrás de las puertas espejadas, que para mí, eran sin destino. La mujer nos recibió con una sonrisa y nos preguntó si teníamos reserva.

—Hood —habló Calum.

Ella asintió y buscó en la computadora.

—Perfecto. Señor y señora Hood, síganme.

¿Señora? 

—¿Se supone que estamos casados? —pregunté acusadoramente a Calum, caminando detrás de la mujer hasta las puertas.

—Más simplificado —dijo con satisfacción.

—No te vas a salir con la tuya, Hood —empecé. Las puertas se habían abierto, y la luz había disminuido notablemente, pero yo no quitaba mis ojos de él. —Yo no soy...

Había empezado a hablarle a la recepcionista, pero en cuanto saqué la vista de Calum, me quedé fascinada con lo que tenía ante mis ojos. No habíamos ido solamente por la carretera. No habíamos ido lejos, más ben habíamos ido hacia arriba. Era como una colina varios metros (como cuatro o cinco cuadras) por encima de la ciudad. Era prácticamente de noche, así que volvía a ver las luces, como en el auto. Simplemente que esa vez la vista era más amplia. Era todo al aire libre. Había un sector de mesas, y más adelante había una barra circular iluminada. Había espacio para caminar y una baranda, el borde, donde te asomabas y era práticamente como si volaras.

Calum, me sacó de mi ensueño con un apretón en la mano. La mujer ya se había ido y estábamos frente a nuestra mesa. Realmente esto era tan irreal que ni siquiera me había dado cuenta de que había caminado, o de que me había frenado.

—Puedes ir a dar una vuelta por ahí, si quieres. Ya sabes, a conocer. 

—¿Vienes? —le pregunté.

Él negó con la cabeza.

—Prefiero hacerlo después de comer.

Asentí y me senté frente a él, nuestras manos entrelazadas arriba de la mesa.

—No puedo creer que hayas hecho esto, Calum. Es simplemente hermoso.

—Sabía que te iba a gustar, por eso lo hice —sonrió triunfante.

Rodé los ojos riéndome y pedimos nuestra comida. Estaba delicioso. Calum no podría haber elegido un mejor lugar para hacerme esa pregunta que tanto ansiaba escuchar. Tengo que admitir que me había apurado a terminar la comida para que salgamos de la mesa y poder responder algo que ni siquiera sabía si quería escuchar. Nos levantamos y caminamos por toda la plataforma, alrededor del bar. Le pregunté por la cuenta, pero me dijo que se pagaba al salir. Nos apoyamos contra la baranda, con la vista en las luces. El cielo ya había oscurecido, y gracias a la falta de iluminación en la zona (solamente la del restaurante se encontraba alrededor), podía ver claramente estrellas que, estando en la ciudad, ni siquiera me había enterado de su existencia. 

—Es lo más bonito que vi en mi vida —murmuré. 

Podía notar su mirada en mi costado, pero de todas formas, no podía apartar las mías del cielo. Quería que la imagen quedara marcada en mi retina por siempre. 

—Consuelo —habló él.

Suspiré, obligándome a mirarlo a él. Después recordé que debía hacerme una pregunta, y el nerviosismo empezó a carcomerme por dentro.

—¿Sí? —pregunté cautelosa.

—¿Tú quieres que esto siga? Me refiero a que, algún día, volveré a Nueva York. Aunque sea a terminar mi carrera. ¿Quieres seguir esto ahora? ¿Querrás seguir esto entonces? 

Me quedé helada. Sabía que tenía que preguntarme algo, pero no me imaginaba algo como eso. Claro que quería seguir pero... ¿Sería lo mejor para mí? Me refiero a que, cuando vine aquí, le escribí y jamás respondió. ¿Qué pasaía si me volviera a arriesgar? Dicen que todos merecemos una segunda oportunidad, pero también dicen que las personas no cambian por más que quieran. Por más que quieras.

—Sí, Calum. 

—Sé que tienes tu carrera, aunque ya la hayas terminado hace dos semanas —prosiguió, tomándome las dos manos entre las suyas— y sé que prácticamente tienes tu vida aquí, pero...

Dejó la frase en el aire. Sabía lo que venía. Estaba deseando profundamente que no lo dijera. No tengo poderes psíquicos, así que, claramente, lo dijo. 

—¿Volverías a Nueva York conmigo?

Los ojos le brillaban, y podía ver la esperanza salir por cada poro de su cuerpo. Detestaba tener que destrozarlo de esta forma.

—No Calum —solté mis manos de las suyas, y las dejé caer a mis costados. —No puedo.

—Todo lo que se quiere, se puede —insistió.

—Entonces, me corrijo —contesté bastante triste por él, pero siendo sincera.— No Calum. No quiero volver a Nueva York contigo.

Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now