Dieciocho años.

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Esa noche me desperté toda mojada, tanto por lágrimas como por sudor. Agitada, sentía que el aire que entraba en mis pulmones nunca iba a ser suficiente. La habitación estaba apenas iluminada por la luz de la otra punta. Me bañé a pesar de que eran las 2:30 am y volví a la cama, con los ojos fijos en el techo. Por más que trataba de empujarlas, las imágenes de la pesadilla (o más bien, del recuerdo de dieciocho años de tortura) hasta que me rendí y dejé que llegaran a mí, por peor que me hicieran.

«—¡Tío! Hoy fui a la casa de una amiga, y le conté de nuestros juegos. Esos que no les podemos contar a papá y mamá. Me dijo que ella nunca había jugado así con nadie.

—¿Otra vez? Por Dios, ¡Consuelo! Ya pasamos esto —se escuchó la voz de mi tío retumbando en la misma habitación de siempre, pero con paredes color rosa pastel. Tenía poco menos de diez años de edad.

Se acercó a mí y me pegó una palmada en el trasero. Maldita inocencia. Rodé los ojos, empezaba a ser rebelde. O a hacerme respetar, en este caso.

—No quiero jugar hoy, tío, estoy cansada.

—¿Acaso yo te pregunté si querías?»

Las próximas imágenes fueron tan rápidas como repugnantes. Me encantaría borrarlas para siempre de mi mente. Maldito pervertido. Apreté los ojos, una lágrima cayendo, y detrás de mis ojos pasaron casi cuatro años. Ya tenía trece y medio. Ya sabía cómo eran las cosas.

«Volvíamos a estar solos. Mis padres habían salido. Mi tía no estaba. Éramos solamente mi tío y yo. De sólo pensarlo, me daba escalofríos. Venía el peor momento del día, los peores de mi vida se desarrollaban cuando estábamos solos. Entró al cuarto.

—Quítate la remera —ordenó, ya sacándose el cinturón.

—¿Podemos terminar con esto? No soy más una nena, pudiste aprovecharte de mi inocencia pero todavía puedo delatarte con mis padres y con tu esposa. Con toda la familia. Y lo sabes. ¿Cómo es que no tienes miedo? Nada me frena.

—El dinero de tus padres y sus trabajos dependen de mí, pequeña idiota. Me estoy cansando de hablar. Sigue las órdenes, o quedas feliz con tu hermana mayor y tus padres en la calle pidiendo limosna. Elige.

Me quedé en silencio, sabiendo que si no accedía todas las consecuencias serían puramente mi culpa. Empecé a recordar y era verdad, sus trabajos dependían del asqueroso de mi tío.

—¿Te tomará mucho más? Me cuesta solo una llamada dejarlos de patitas en la calle.

Bajé la cabeza, no podía exponer a mis padres a eso. No podía ser tan egoísta. No podía dejarlos sin trabajo, dejarnos sin educación, en la calle, vacíos; porque yo no quería hacer ciertas cosas que podrían ser peores.»

Que no podían ser peores. Eso pensaba. Me condenaron a esto toda mi vida. Hasta mis dieciocho años. Hasta que pude escapar. El último recuerdo fue cuando pasó por última vez, cuando sabía que me iba a ir, que nunca más me iba a tener entre sus manos, a su gusto.

«—¿Qué se siente? —preguntó.— ¿Saber que te tengo condicionada, de la forma que me encanta tenerte?

¿Y qué se siente?, pensé, ¿saber que es la última vez que me tienes así, condicionada a tus pies? Pero no contesté. Sentí un golpe en mi estómago, mis ojos vendados. Una de sus manos bajaba mi ropa interior. Ante el tacto, y como siempre, la piel se me ponía de punta. Pero no podía moverme. Los golpes eran, digamos, la peor parte de todo.»

El resto es historia, recuerdos aterradores que prefiero no contar. Son imaginables, de todas formas. Lo peor fue la parte de la pesadilla que, en realidad, no recordaba hasta que me atacó. Una escena mucho más violenta que la última se desarrollaba. Yo trataba de gritar, pero mi garganta estaba seca y no lograba que saliera ningún sonido. Me dolía más que nunca, y no solo físicamente. Me dolía en lo más profundo del alma. No me podía escapar, no tenía salida, solamente el sufrimiento, el padecimiento de mi tío abusador.

Me sobrepasó, hice lo que nunca pensé que haría. Lo que no entraba en mi cabeza, algo que no tenía razón para hacer. Por lo menos no por una estúpida pesadilla. Iba a arruinar todo después de haber padecido tantos años los maltratos. Y así y todo, mi instinto hizo que llamara a Calum. Ni siquiera lo dejé hablar. Le conté todo. Por primera vez, el peso de mi dolor era compartido. Una gran parte se había ido de mis hombros, ahora Calum lo entendía. Me arrepentí de haberlo llamado cuando escuché su «estoy comprando el primer boleto que salga para allá». Traté de convencerlo de que no, y me dijo que estaba bien, que esperaría a que yo vuelva. Cortamos el teléfono, era demasiado tarde. Y no estaba tranquila, de todas formas.

Volví a llamarlo la mañana siguiente, pero el teléfono estaba mudo. Supuse que estaba dormido. Lo volví a intentar más tarde y seguía sin contestar. A la tercera vez me preocupé y lo llamé en lapsos más cortos. Para la quinta vez, mi mamá me llamó de abajo. Tenía un visitante. Y adivinen quién era. El amor de mi vida, más enojado y asustado que nunca.


Okay, es un capítulo un poco fuerte. Sé que es corto y que me estoy tomando mucho tiempo en actualizar. Mi problema es que tengo el colegio, actividades extras y, además, ahora empiezo a trabajar (!!!). Trataré de hacer capítulos más cortos, igualmente buenos, pero actualizar más seguido. Entiéndanme, es difícil. Tampoco quiero bajar el nivel de la novela. Ojalá les guste. POR FAVOR, comenten y voten, u s t e d e s me incentivan a seguir. Las amo.

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⏰ Última actualización: Jun 13, 2015 ⏰

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