Reencuentro.

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Llevaba una hora viendo la mancha de humedad del techo sobre mi cama, pero sin mirarla en lo absoluto. Él era mi karma, esto tenía que ser el karma. No encontraba otra explicación lógica. Con Calum en la ciudad, ¿cómo iba a ser capaz del simple hecho de salir a la calle sin miedo a topármelo? Tenía que seguir adelante con mi vida, no podía tenerle miedo a un ex. Qué ridiculez.

Pero, de todas formas, ¿por qué estaba en mi ciudad? No para buscarme, claro, sino lo habría hecho mucho antes. No habría esperado tres años, ¿verdad? No tenía que hacerme ilusiones, él ya había estado en mi ciudad antes y no me había buscado. Ahora estaba de vuelta, y seguía sin buscarme. Me había encontrado en un golpe de desgracia para él, y de... bueno, supongo que de suerte para mí.

Un golpe en la puerta me hizo salir de mi ensueño/pesadilla y salté de la cama, quedándome sentada en ella. El golpe se repitió una, dos y tres veces. No contesté gritando, como solía hacerlo. Tenía miedo de quién pudiera estar atrás de la puerta. Y otra vez con la ridiculez del miedo...

—Amelie... ¡Ábreme! ¡No puedes ocultarte ahí para siempre!

Me acerqué a la puerta muy lentamente, tratando de no hacer ningún ruido. ¿Quién lo había dejado entrar? Vivía en un maldito departamento en el primer piso, alguien debía de haberle abierto la puerta principal. Pero, ¿quién? El encargado estaba de vacaciones, y después se me cruzó por la mente... Pero no llegué a completar el pensamiento, porque en mi silencioso camino me llevé una mesita por delante y tiré todo lo que encontraba encima de esta. Genial, qué discreta soy.

—Amelie no se encuentra disponible en este momento, por favor deje su nombre y mensaje después de la señal, pip —respondí.

Automáticamente me golpeé la frente con la palma de mi mano. ¿No se me podía ocurrir algo mejor? ¿Algo menos idiota? ¿Algo más normal? Algo como “Hey, Calum, ¿cómo has estado?” o “No quiero hablar contigo, idiota”. Pero no, mi nerviosismo atacó en mi contra otra vez. Impulsos 1, Consuelo 0.

—No me iré hasta que me abras —gritó aporreando la puerta otra vez.

Tomé un par de respiraciones profundas varias veces, coloqué una mano en el picaporte y exhalé el aire que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. Lo giré y ahí estaba, tal como lo recordaba. La camiseta y los pantalones que llevaba hoy, cerca del lago. Pero no, no era eso lo que había hecho que se me ponga la piel de gallina o que varias mariposas resuciten en mi estómago. Era la forma en que su cabello estaba peinado de la misma manera que hace tres años atrás. Eran todos sus lunares. Eran sus malditamente gruesos y rosados labios, tan besables como siempre. Era la forma en que sus ojos eran demasiado redondos, pero luego sonreía, me sonreía, y automáticamente se transformaban en una fina línea con unas pequeñas bolsas debajo de sus ojos. Supongo que era un poco de todo eso, pero también era que ¡me sonreía! A mí. Después de tres años, había logrado ver su reluciente sonrisa otra vez, con sus dientes blancos y su alegría echando chispas (en el buen sentido, claro) por los ojos. 

—¿Puedo abrazarte? —me pidió.

Solo logré asentir una vez, antes de que sus fuertes brazos estuvieran alrededor de mi fisonomía. Me seguían sosteniendo como siempre, haciéndome sentir protegida, como si fuera algo frágil que fácilmente pudiera quebrarse. En estos momentos, sus brazos tenían razón. Podía quebrarme, y más fácil de lo que se creía. Por el simple hecho de estar entre sus brazos, otra vez. Sé que puede sonar cursi o pegajoso, pero imagínense estar lejos de la persona que aman durante tres años, ¿resulta insoportable, no? Bueno, ahora imagínense que luego de eso, la misma persona aparece de la nada y las abraza, ¿cómo se sentirían? Apuesto mi cabeza a que de la misma manera que yo.

Él se separó y me tomó la cara entre sus dos manos, observando cada detalle de mi rostro. Sentía su mirada atravesarme como si fuera un simple pedazo de cristal. Él tenía esa capacidad, poder verme a través de todo. No se le pasaba nada por arriba.

—Estás tan igual, pero tan cambiada, Consuelo... —dejó la frase en el aire.

Cuando escuché mi primer nombre golpear mis oídos fue cuando tome consciencia de la realidad. Calum era al que tenía enfrente, pero claramente no era el Calum de siempre. Tres años habían ido y venido. Este Calum era el que no había sido capaz de acompañarme en mi viaje. Este Calum era el que no había respondido mis cartas durante tres años. Este es el Calum que me había mandado todas mis cartas de vuelta cuando mandé la última, junto a una foto de él y alguna chica en Maine. Este es el Calum que no había tratado de ponerse en contacto conmigo desde el día que me fui. Y si bien lo quería mucho, con todo mi corazón, también lo odiaba. Lo odiaba por haberme superado tan rápido, cuando a mí se me habían ido tres años y aún me temblaban las piernas cuando lo tenía enfrente.

—No me llames Consuelo —lo corté.

Saqué bruscamente mi cara de entre sus manos y abrí del todo la puerta para que entrara y la cerrara. Me adentré a mi departamento, y rápidamente escondí el sobre con las cartas y la fotografía bajo el sillón individual. Calum no podía saber que seguía aferrada a él.

—¿Café, té, agua..? —pregunté con una ceja levantada.

—Lo que tú tomes —se encogió de hombros, observando todo el lugar. Mi lugar.

—Dos cafés marchando.

Me fui a la cocina para mantener mis manos ocupadas y no salir a pegarle con todas mis fuerzas. Me di vuelta con las tazas humeantes en la mano y me lo encontré recostado en mi mesada, mirándome. Le entregué una y agradeció con un movimiento de cabeza.

—Por los viejos tiempos, cuando estabas en mi casa en pijama preparando el desayuno —levantó la taza Calum, con una sonrisa de costado.

Negué con mi cabeza, lo esquivé y encaminé al sillón de dos cuerpos. Me senté en una de las puntas, lo más lejos de la otra posible. Calum debió de haber interpretado mi gesto, porque se sentó en uno de los sillones individuales. 

—¿Podemos hablar? —dijo después de tomar un sorbo de su café.

—Ya estás aquí, aunque en realidad yo no tengo mucho más para decir.

Una expresión de confusión cruzó su cara, pero luego sacudió la cabeza y decidí ignorarlo. No se dignaba a empezar, supongo que no sabía cómo hacerlo. Así que empecé a preguntar algunas cosas tontas.

—¿Quién te abrió?

—La señorita Mills.

—Debí imaginarlo —escupí.

Otro silencio incómodo.

—¿Cuándo llegaste? —volví a atacar.

—Ayer por la noche. Hoy estaba tomando un poco de aire y pensando, cuando me encontraste.

—¿Qué te trajo aquí, Calum? Sé sincero.

—Tú.

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero en este caso, lo revivió. O por lo menos le dio esperanzas, lo que era bastante parecido.

Retrouvailles » c.hDonde viven las historias. Descúbrelo ahora