Bienvenido otra vez.

58 7 0
                                    

Mis vacaciones habían empezado oficialmente. Había llegado la última nota de mis finales, la cual había sido de siente puntos con cincuenta centésimos. Una de las más altas. En dos semanas sería mi graduación. Toda mi familia estaría aquí. Tenía todo el verano y luego me tocaba buscar trabajo con mi título. Hoy también volvía Calum de Nueva York. No habíamos hablado en toda la semana. Bueno, excepto un mensaje de él que me decía que sí iba a volver un tiempo más porque no iba a hacer el curso de verano de su universidad. Muy egoísta, pero me alegró que no lo hiciera.

Esa mañana me levanté con los nervios de punta. No iba a ir buscarlo al aeropuerto o cosas cursis por el estilo. Iba a hacer mi vida normal, o algo así. Hoy, domingo, no tenía nada interesante para hacer. No trabajo, no estudio y Amber había salido con Luke. Ese rubio idiota empezaba a caerme bien. De todas formas, mi idea era ir a elongar un rato al parque, precisamente donde nos habíamos encontrado por primera vez después de tanto tiempo. El lugar donde todo esto había comenzado otra vez. Si me conocía lo suficientemente bien (que lo hacía), me iba a encontrar más fácil que si estuviera en mi casa. De una forma u otra, cada día estaba más confundida de que éramos.

Ya en mi/su/nuestro lugar, empecé a estirar mis piernas y brazos en todos los sentidos que conocía. Me estaba por retirar, resignada, cuando pude distinguirlo sentado a mi lado. Bueno, no tan a mi lado pero si a unos metros míos. Estaba tan distraída que ni me había fijado en si aparecía o no. Me levanté, caminé unos pasos y me senté a su lado. Los dos teníamos la vista puesta en el lago. Ni siquiera nos saludamos.

—Siento no haberte hablado en esta semana.

Asentí con la cabeza, nada dispuesta a dar el brazo a torcer tan fácil.

—Tenía la cabeza en otro lado.

Por alguna razón me acordé de Marlene y supuse que era ella. Las conclusiones llegaron rápido. No mensajes porque estaba con ella. Quizá había ido a Nueva York por algún problema familiar, y había aprovechado. Todos sus sentimientos hacia mí se habían ido. Volvía nada más a decirme decentemente en la cara que no quería volver a verme en toda su vida. Todas esas conclusiones pasaron tan rápido como un picaflor se aleja cuando tratas de tocarlo.

—¿En Marlene?

En realidad se me escapó. No estaba en mis planes decirlo, pero como siempre, mis instintos me ganan. Hablo, después pienso. Y me arrepiento.

—¿De qué estás hablando, Consuelo?

Ya no podía tirarme atrás, por más que quisiera.

—Sé que te fuiste por temas familiares, pero allí está Marlene y... —me encogí de hombros-—, bueno, sería lógico que quieras volver con ella o algo.

Miré mis pies, uno cruzado sobre el otro. De reojo, observé las manos de Calum, abiertas sobre el pasto. De golpe se sentó derecho, serio y realmente me asusté sobre qué iba a decirme. ¿Había estado con Marlene? ¿Se había acostado con ella? ¿Nos íbamos a despedir? ¿Era el adiós? ¿Me había engañado? ¿Por qué me sentiría engañada, si ni siquiera estábamos oficialmente juntos? ¿O sí estábamos? Sentí su mano sobre la mía y me tensé, pero no se alejó.

—¿Enserio estás insinuando que aproveché estar en Nueva York para estar con Marlene, mientras el amor de mi vida me esperaba aquí, pensando que yo estaba enojado?

Me ruboricé, sonreí, agaché la cabeza, me arrepentí de haber pensado eso y me sentí una estúpida, todo al mismo tiempo. Tenía razón. Pero mi miedo a volver a perderlo era mayor que razonar dos veces las cosas antes de decirlas. Un minuto estábamos sin tocarnos y al otro tenía sus labios sobre los míos y yo ni había podido anticipar ese movimiento. Me separé y nos quedamos con las narices pegadas, mirándonos a los ojos un rato. Después volví a mi posición inicial (pero más cerca de él).

—¿Qué pasó allá, en Nueva York? Digo, con tu familia.

Él sonrió.

—Me habían dicho que tenía que ir urgente, yo pensaba que era algo grave. Ni te imaginas las cosas que se me pasaron por la mente —sacudió la cabeza—. Resulta que había una cena con mis padres, mi hermana y su pareja. No entendí nada hasta que llegué allá y mis padres me contaron que él le iba a proponer casamiento a ella esa misma noche. Me alegré de que me hayan llamado para presenciarlo.

—¡Calum! Eso es precioso. Enserio me alegro por tu hermana. Mándale mis felicitaciones el día de la boda, ¿quieres?

—¿Y por qué no tú?

Fruncí el ceño. Digamos que ella y yo no habíamos quedado en las mejores condiciones después de que dejé a su hermano con el corazón roto en Nueva York.

—Hablé con ella uno o dos días después de la propuesta. Le conté cómo iba todo por aquí. Me costó, pero accedió a que vayas. Al fin y al cabo, en su momento fueron muy amigas. Quizá podría volver a pasar, ¿no?

Me encogí de hombros. No podría volver a pasar. Yo no iba a volver a Nueva York a vivir, y Calum no vendría a Maine y dejaría todo lo que tiene. Cuando la hermana se enterase de que, aunque él me hubiera venido a buscar, yo no volvería... Bueno, me odiaría más de lo que ya lo debe hacer. Yo había tenido mis razones para irme y para no querer volver. Razones que nadie, en realidad, sabía. Ni mis padres, ni Calum, ni Amber. Prefería que fuera así. Todos tenemos un secreto. Este es el mío. Nueva York seguía sin ser un lugar seguro para mí, por ahora.

—Calum, no tenías que... —empecé, pero no sabía cómo seguir, así que dejé la frase en el aire.

La tarde se pasó más rápido de lo que pensaba que pasaría, en un abrir y cerrar de ojos el sol se estaba ocultando entre los árboles y podía empezar a ver las primeras estrellas. Calum me acompañó a casa, pero no entró. Nos despedimos con un beso, como si jamás hubiera pasado ninguna pelea o viaje entre nosotros dos. Me gustaba nuestra capacidad de superar cosas juntos. Todo marchaba bien, hasta que mi mamá llamó. Estas fueron las palabras que rompieron mi burbuja cristalina de felicidad.

—Consuelo, necesito que vengas a Nueva York, mañana como muy tarde. La tía Ruth ha tenido un accidente, y está muy grave. El tío Arthur está destrozado. Todos te necesitamos, tienes que venir.

Le dije que al día siguiente saldría temprano, armé la valija y me tiré en la cama mirando el techo. Le mandé un texto a Calum de que me tocaba a mí irme, y que si quería venir. Me dijo que era injusto, pero que no iba a poder volver a gastar plata en pasajes. Una corriente de aire frío entró por la ventana y tuve escalofríos, la piel se me puso de gallina. No puedes escapar de tus miedos toda tu vida, eso dicen. Mañana, en cuanto llegara a Nueva York, me tocaba enfrentarlos. El peor de mis miedos, de mis secretos, estaba allí. Y no iba a poder escapar tan fácil.


Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now