Discrepancias y flores.

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Amber no se había tomado nada bien la noticia de que Calum estaba en la ciudad, todavía menos que nos habíamos visto y ni siquiera les explico su reacción cuando le dije que estábamos tratando de entablar una amistad nuevamente. Decidí callarme el detalle del beso. Me parece que no se lo tomaría muy bien que digamos.

—Entonces te lo cruzaste así como así, ¿y decidiste darle otra oportunidad? ¿Después de tres años te tomo solamente dos días? —recalcó la palabra "dos".

—Bueno, si lo dices de esa forma... —dejé la frase en el aire.

—Dios, Consuelo, estuviste llorando tres años atrás de él para que vuelva y ya estés a sus pies nuevamente. No puedo creerlo.

—No me digas consuelo, Amber.

Rodó los ojos.

—Lo que sea. De todas formas, sabes que dentro de un mes volverá a irse, ¿verdad? Él ya tiene una vida casi terminada en Nueva York. Y tú aquí, en Maine.

 —Mira, ¿qué te parece si el viernes a la noche salimos? Nosotros tres, ¿vale? 

—Cons... —la fulminé con la mirada.— Amelie, no lo hagas.

Tomé mi celular y en apenas un minuto ya había planeado todo.

—El viernes en el bar de la Tercera y George Street. Ocho treinta de la noche, ¿qué dices? Vienes un rato antes de mi casa y nos preparamos...

—¿Tengo opción? —se resignó.

—Supongo que no —contesté feliz.— Y tampoco yo, son las tres, me voy a poner el delantal o Gary me matará.

La besé en la mejilla y me metí directo en la cocina del café. Aquí era donde trabajaba. No era mal lugar, estaba bastante bien situado en medio del centro de la ciudad, y alrededor de las cinco de la tarde se llenaba de gente por ser el horario de salida del trabajo. Era un café familiar y muy conocido en la ciudad, pero en realidad jamás había salido de Maine. La gente de aquí prefería un café de Riptide a uno de Starbucks. A menos que estuvieran apurados. Simplemente así era la gente de aquí, y por eso jamás me había arrepentido de venirme a vivir por estos lugares. 

Salí con mi rodete ya hecho y recogí lo que habíamos tomado con Amber. Iba a mi cuenta, por supuesto, como cada vez que salían esta clase de cosas. Pero usualmente Gary no me las cobraba por ser una buena empleada. Lo lavé mientras veía a una madre con su hijo entrar al negocio, y lo dejé secar mientras tomaba las cartas y las dejaba en su mesa acompañado de un "buenas tardes, espero que estén bien". La simpatía era lo más importante de este café, y por eso me sentaba tan bien trabajar aquí. 

Para las seis y media de la tarde ya había pasado todo el ajetreo, pero aun seguían entrando algunas personas, solas o acompañadas, para merendar o simplemente tomar un café. Como hoy Quinn no había podido venir por temas de estudio, todas las mesas habían quedado a mi cargo. Fue complicado, pero la propina fue buena así que valió la pena. Todavía me tenía que quedar hasta las nueve de la noche. Como no quedaba casi nadie en el bar, todos estaban pagando o levantándose y yéndose tomé mi libro de Producción de Eventos Publicitarios y empecé a transcribir conceptos importantes. Creo que estuve así unos quince minutos, hasta que una voz me interrumpió.

—Señorita, ¿podría atenderme, por favor?

Suspiré, sabiendo que si Gary se enteraba de esto probablemente me suspendería la paga una semana. 

—Lo siento mucho, enserio. Es el trabajo final y los exámenes que me tienen loca — contesté mientras cerraba todo.

Cuando levanté la vista, estaba Calum sentado sobre los bancos de la barra con una sonrisa de costado. 

—¿Podría servirme un café irlandés, por favor? — preguntó, claramente eligiendo cualquier cosa de la carta.

—¿Ahora tomas café con whiskey? — pregunté graciosa.

Él se pegó una palmada en la cabeza y me reí. Me fije en el café y no había nadie, pero una mujer de unos sesenta años estaba entrando. Definitivamente se había acabado mi tiempo de estudio en medio del trabajo.

—Dame solo un café con crema —rodó los ojos.

—Ahora tiene un poco más de sentido —lo cargué.

Puse a calentar el café y llevé la carta a la mujer mayor con la misma frase de siempre, que rechazó mi oferta y me pidió una porción de torta mil hojas con un capuchino estilo italiano. Asentí y fui a preparar lo solicitado. 

—¿Qué haces por aquí? — le pregunté a Calum mientras le servía su café con un poco de chocolate rallado encima, como sabía que le gustaba.

—Gracias —dijo sonriendo.— En realidad estaba solo de paso, aunque no lo creas. No sabía que trabajaras aquí. 

—De lunes a viernes, excepto por los feriados — informé mientras cortaba la porción de torta.

—Por eso no te había visto —llegó a la conclusión él.

—¿Es que te pasas por aquí todos los días? —pregunté mientras llevaba a la señora su pedido y se lo dejaba junto con un "que lo disfrute".

—Quizá —dijo él tomando un buen sorbo del café. 

Volví a abrir mi libro, pero Calum puso una mano en él y me vi obligada a mirarlo con una ceja alzada.

—¿Qué era eso de que vamos a salir el viernes con...? —tosió, tratando de dejar inconclusa la frase, pero no emití palabra.— ¿Amber?

—Ya sabes —traté de suavizar la cuestión,— reencuentro de viejos amigos.

—Amber me dejó de responder los mensajes de un día para otro. ¿Por qué debería querer verla?

—Mira, Calum, no puedes juzgarla. Ella hizo lo que sintió correcto. Por algo deberá de haber sentido que lo correcto era dejar de contestarte, ¿no crees?

—Jamás le di una maldita razón para que no me conteste.

—Ah, ¿no? —aventuré, algo cabreada esta vez. ¿Me lo iba a negar?— Pues tú tampoco habías...

Sonó la campanilla del café, indicando que alguien más entraba. Un grupo de chicos, los mismos de siempre. Debían de ser las ocho de la noche. 

—¡Lo de siempre, morocha! —gritó al que yo conocía como Adam.

Pero la campanilla me había hecho volver a la realidad, no podía sacar así como así el tema de las cartas, mientras estaba a mitad de mi turno de trabajo y con mucho estudio por terminar. 

—¿Yo qué? —preguntó brusco.

Trasladé los tragos ya terminados a la barra, llamando a gritos a Adam para que los busque. Rutina. 

—Nada Calum, olvídalo.

—No, dime —insistió.

—No quiero discutir, tengo mucho que estudiar —alegué, señalando los libros.

Lo noté cabreado, porque sacó lo que suponía que sería la paga y la propina y lo dejó (o más bien, lo tiró) sobre la barra y se retiró. Suspiré. La había cagado esta vez, pero él no podía cabrearse conmigo por algo que él había hecho. No tenía maldito sentido. Nada estos últimos días tenía maldito sentido. La mujer mayor ya se había ido y a los chicos no les quedaba mucho. Me saqué mi delantal y lo colgué, antes de cobrarles y saludarlos con un gesto de la mano. 

Volví a mi casa y me quedé hasta quién sabe qué hora sacando las ideas importantes de mi estúpido libro. Enserio, estaba cansada. Calum no me había mandado ningún mensaje, y yo tampoco a él. No iba a hacerlo después de lo sucedido. Era lo mismo que cuando le mandaba cartas. Solo que esta vez él imprimiría los textos para mandármelos de vuelta. Me reí ante mi ocurrencia.

A la mañana siguiente, en la puerta de mi departamento había tres rosas rojas con una nota atada a ellas. "Una por cada día desde que nos reencontramos. Lo siento. C."

Retrouvailles » c.hWhere stories live. Discover now