32. Final.

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¡Incéndialos! —sugerí entre jadeos, mientras corría en auxilio de Jan—, ¡se pueden incendiar desde dentro!, solo necesitas una espada en llamas.

¿Incendiar...? —repitió, considerando la posibilidad sin mucha concentración—. No puedo. No tengo. No tengo fuego cerca.

Giré a la derecha en la primera cuadra, como si tuviera un mapa mental de cada sección de la nave y supiera con exactitud cómo llegar a mi destino. No fue necesario comunicarme con mis dirigidos, escuchaba cada uno de sus pasos, con una agudeza en mi oído que tampoco había detectado antes. Sabía que estaban ahí. Tenía la seguridad de que me acompañarían a donde fuera.

Dime que está ocurriendo, voy para allá —pedí a Jan, todavía por telepatía.

Yo... No puedo, estoy esquivando... Sus ataques —explicó de forma pausada—, es difícil... hacer las dos cosas. Es difícil al mismo tiempo.

Puedes con eso. Eres Jan.

Tú puedes llegar más rápido. Eres Maddie. —Hizo una pausa para tomar aire, él estaba muy agitado—. Llega antes que de Jan no quede nada —sugirió, su voz se cortó un momento y luego retomó—, ¡Maldito alíen! ¡AAH! —su último grito lo escuché fuera de mi cabeza. Habíamos llegado.

Por detenerme en seco una leve jaqueca me llegó a la cabeza, la ignoré mientras presenciaba una escena similar a la que me había encontrado momentos atrás, pero con tres monstruosas criaturas en lugar de una. Su impresionante tamaño y su terrorífica textura abarcaban gran parte del grosor del corredor, nos daba la impresión de haber llegado a un pequeño lago invadido por lagartos.

Apenas nos colocamos frente a ellos hicimos el más crudo de los silencios, en parte por miedo y en parte por inteligencia. Luché por separar mi vista de ellos, para enfocarme en el motivo de mi llegada.

Cuando lo logré, presencié la silueta de un cuerpo humano en el suelo. Se trataba de una mujer, vestía provocativas prendas de cuero negro y no estaba consciente. A su derecha se encontraban un par de esposas y su izquierda tanto un látigo como uno de sus pies se encontraban estropeados bajo el peso de uno de los invasores.

La impresión de la escena me mantuvo un breve periodo de tiempo sorda, y fue hasta que un nuevo grito de Jan surgió que pude escuchar los rugidos bestiales que dominaban el ambiente. Él no se encontraba en mi campo visual, pero era claro que estaba peleando con una de las criaturas.

No me esperé en buscarlo de inmediato, en primera porqué, aunque lo encontrara no podría acercarme todavía, y en segunda la molestia de ver a Samanta en el suelo me había revuelto el estómago. No podíamos permitir que esos asquerosos monstruos siguieran violando a las pasajeras.

—Ahora —expresé con determinación. Confiada en que mis dirigidos estuvieran listos, apreté con rabia a la criatura bebé en mis manos.

El alarido llamó la atención de tres letales criaturas de la oscuridad. Con una perfecta sincronización todos tomaron sus respectivas posiciones.

El primer monstruo en incorporarse fue el que yacía sobre Samanta. Lo acompañó el suave sonido de dos superficies húmedas al despegarse, como si de un prolongado chasquido de lengua se tratara. Con gran majestuosidad flotó en nuestra dirección, guiándose por el todavía presente alarido de la cría, pero manteniendo una inteligente cautela.

Iker se preparó para el impacto, colocando una rodilla en el piso y empuñando la espada con seguridad. Para contrarrestar la lentitud de aproximación, molesté de nueva cuenta a la criatura para incentivar el movimiento de su padre.

Extraídos del planetaWhere stories live. Discover now