19. La excepción que niega la regla

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Hay momentos en que la motivación nos abandona

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Hay momentos en que la motivación nos abandona. Momentos en los que las responsabilidades dejan de parecernos importantes, las cosas que nos emocionan ya no lograr ese efecto, y lo autodestructivo se vuelve atractivo. Lo llaman tristeza.

El camino a ella puede ser lento, un cúmulo de eventos desafortunados; o rápido, determinado por un único momento desgarrador. Me auto clasifiqué en la última opción, no podía soportar el rechazo de la única familia que tenía en aquel lugar.

No entendía que me dolía más, si la actitud cruda que desencaja con el chico dulce que recordaba, o pensar en aquello que le había arrancado la ilusión de la mirada. ¿Qué le habían hecho a mi hermano?

—Ya no es como antes —cité sus palabras en voz alta, con un perpetuo dolor en mi garganta—. ¿Qué es diferente, Adam? 

Me deslicé en la pared para llegar al suelo. Flexioné mis piernas y acerque mi pecho hacia ellas, para poder abrazarlas. Ya en posición fetal, me permití llorar estrepitosamente por un corto tiempo.

Pero no se puede llorar por siempre. Las lágrimas reducen, pero no sosiegan del todo a la tristeza. Es ahí cuando uno busca otra salida. Di una bocanada de aire y tambaleante me paré.

Me dispuse a recorrer el pasillo a pie, con la ligera impresión de que eso me ayudaría, pero sin ninguna idea en concreto. A cada paso que daba, una idea nueva se sumaba al ruido de mi cabeza.

Mis intentos por callar los pensamientos angustiantes fueron en vano. Para mi fortuna, con el paso de los minutos algo externo los silenció por mí; un olor penetrante e insistente.

Quise retirarme de la fuente que lo provocaba, pues me resultaba desagradable. Sin embargo un extraño deseo de incrementar mi malestar; me fue obligando a dirigirme a él. Cosas que hacía cuando la tristeza rondaba.

El olor parecía ser de algún fruto conocido, pero no lograba distinguirlo. Mi mente se esforzaba en identificarlo, ¿podían ser almendras? No podía asegurar nada.

Giré en la esquina y sin reparo llegué a su origen. Se trababa de un nuevo cadáver, de inmediato el olor se modificó en mi nariz para volverse hedor a muerte. Ese si lo identifiqué de inmediato.

Arrugué la nariz, pero no retrocedí ni mostré signos de asombro. Por tétrico que resultara, me estaba acostumbrando de nuevo a la muerte. Aunque mí estado emocional también debía de contribuir a algo.

Reconocí a la chica. La acababa de ver hacía un par de horas; fue una de las últimas dirigentes que visitamos, se había mostrado comprensiva y colaboradora. Me frustré por no recordar su nombre, pero entre tantos me era imposible.

Quité el cabello castaño de su rostro rosado y frágil. Me contrairó que su cabello fuera más suave que su piel; cuya rigidez no podía ser normal, porque no más de dos horas atrás aún estaba viva. ¿Sería un efecto relacionado con la gravedad?

Extraídos del planetaWhere stories live. Discover now