21. Errores peligrosos.

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A veces un cálido hombro para llorar y una cómoda cama para dormir, es todo lo que se necesita para recuperar la motivación

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A veces un cálido hombro para llorar y una cómoda cama para dormir, es todo lo que se necesita para recuperar la motivación. Francia no solo lo supo, sino que se encargó de que yo lo tuviera. Bajo su cuidado y compañía, dormí mucho más de lo que lo hubiera hecho por mí cuenta.

Cuando abrí los ojos, me sentía renovada y optimista. Mis preocupaciones seguían siendo las mismas, pero ahora las podía ver desde otro enfoque. Pude apreciar el hecho de que con lágrimas y negatividad nunca las resolvería.

Me desenredé del abrazo de Francia y en sigilo me escabullí entre las sabanas. Descendí de la cama y llegué a la pequeña sección de la habitación, que había sido estructurada especialmente para mí. El limitado espacio, lo abarcaba una silla y un diminuto escritorio, sobre el que descansaban algunas libretas, útiles escolares y mi bello libro.

Lamenté no haber tenido la oportunidad de aprovechar mejor ese libro. Su contenido alterable era una garantía anti-aburrimiento, en él aparecía la historia que yo pidiera, no había límites claros. Sin embargo por increíble que parezca, desde que pisé la nave no había tenido tiempo de indagarlo.

Lo acerqué a mi nariz para disfrutar de su aroma, pero después lo cerré y lo coloqué lejos de mi vista. Sin duda merecía más atención, pero no se la daría en ese momento. Tomé uno de los cuadernos y empecé a plasmar letras. Las palabras fluyeron con tal naturalidad, que parecían estar destinadas a ello. Los minutos pasaron y me mente seguía enfrascada en cumplir una conmemorativa misión.

Cuando terminé de escribir mi carta, todavía no amanecía por completo. Con ese tiempo extra, desayuné y repasé en mi cabeza los planes que tenía para ese día. A las ocho en punto salí, y a las ocho con un minuto ya me encontraba afuera del cuarto de Adam.

Tomé el sobre y lo pegué en la pared contraria, en el primer lugar que él vería al salir. Con rotulador azul se podía leer; "para la mejor parte de mi alma", frase simbólica de nuestra familia que decidí plasmar en el espacio correspondiente al destinatario.

Con una sonrisa la dejé ahí y me marché. Confiaba en las palabras de Francia; sí él necesitaba espacio se lo daría, no sin antes dejar en claro que no era por falta de amor.

Retorné con mis dirigidos, justo cuando ya se encontraban despiertos. Francia, Iker y Marissa ingerían su almuerzo de forma casual, sin ninguna actitud en especial.

Los que si sobresalían eran los otros dos; Alex desayunaba entretenido, mientras Rebeca le platicaba algo con mucha euforia. No supe que me llenó más de sorpresa, si ver a ese chico lejos de Francia, o ver que Rebeca no estaba comiendo. Pensé en su dieta ya era diferente.

 —Que bien que los encuentro reunidos —comenté, decidida a manejar esos pensamientos con inteligencia, de forma que no apañaran mi actitud positiva—. Hoy tendremos un día muy productivo.

—¡Hola desaparecida! ¿Te vas dos días y ni hola, dices? —reprochó Iker, con una actitud despreocupada y luciendo muy recompuesto.

Sus blancos dientes deslumbraron en una sonrisa amplia. Pero aun siendo ésta la más perfecta, yo no creía en ella. Lo único que podía ver dibujado en su rostro, eran los signos demacrados que lo cubrirían en poco tiempo, cuando Rebeca terminara de consumírselo.

Extraídos del planetaWhere stories live. Discover now