5. Escondidas.

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Las escondidas son geniales. Tú lo sabes, yo lo sé, todo el mundo lo sabe. Pero ahora, que estoy más grande, me parecería realmente extraño que llegaras y me dijeras: "Hey, Louis, juguemos a las escondidas". Yo no dudaría, pero aun así me parecería extraño, porque no todos tienen mi alma de niño.

Si ahora sé que jugar a las escondidas es increíble, antes pensaba que era lo mejor. 

Una de las cosas más graciosas era asustar a las niñas. Sí, yo las asustaba. Era fácil, solo tenía que esconderme en algún lado que ellas siempre elegían y asustarlas. Una vez una niña me golpeo por haberle hecho eso, pero el ataque de risa que tuve es lo que mejor recuerdo. Casi me orine allí mismo de la risa.

Annie era una activa socia de mi empresa de bromas. Ella incluso creaba algunas. Por ejemplo, un día llego a la escuela diciéndome que su tío tenía una tienda de mascotas y que había una araña enorme y peluda en una caja de cristal.

Estaba esta niña, Molly James, que no dejaba de perseguirme porque decía que yo le gustaba. Obviamente, como pasaba más tiempo con Annie que con cualquiera de mis compañeros, ella decidió que debía tirarle o pegarle chicle en el pelo a mi amiga para deshacerse de ella. Todo eso, hasta que Annie encontró lo de la araña.

—Lou, dejémosla en su mochila—recuerdo que dijo, mirando la araña que estaba en la caja de plástico transparente. Ambos estábamos en el salón durante el receso, comiendo nuestras galletas, hasta que Annie me había dicho lo de la araña.

—...sin la caja—agregue, sonriendo con malicia.

Cuando volvimos todos a clase, al día siguiente, Molly con la araña en su mochila, la maestra decidió que era buen momento para hacernos sacar unas cosas de la mochila. Recuerdo perfectamente la sonrisa maliciosa que Annie me dio al ir a coger nuestras cosas. Entonces, cuando íbamos a darnos vuelta, Molly pego un chillido y salto hacia atrás, espantada.

— ¡Maestra, maestra!—gritaba, con un mar de lágrimas—. Hay una cosa horrible en mi mochila.

La profesora se acercó y metió la cabeza en la mochila, y luego dio un par de pasos espantada por la araña.

Con Annie nos reíamos en voz baja, pero aun así la profesora logro captar nuestras risas y nos tuvo los siguientes recesos del día preguntándonos si habíamos sido nosotros. Al final, tuvimos que aceptar nuestra culpa porque nos amenazó con quitarnos estrellas y llamar a nuestros padres. El castigo no fue muy grave, pero ahora que lo pienso, es probable que le hayamos provocado una aracnofobia y en realidad eso me hace sentir un poco culpable. Sin embargo, Annie obtuvo su venganza y Molly dejó de molestarla tanto.

Tengo un montón de anécdotas más que contar sobre bromas y estupideces que nos ocurrió, pero una que marcó un punto crucial fue cuando precisamente jugábamos a las escondidas.

Recuerdo que era un día a principios del año escolar, porque hacia bastante calor. Yo no llevaba mi chaqueta al igual que muchos niños. Ese día, Annie llevaba el pelo trenzado hacia atrás, con unos pocos cortos pelos elevándose en su frente. Estaba todo el curso reunido en un círculo, en donde discutíamos que íbamos a hacer durante ese periodo, porque recuerdo que ese día la maestra estaba enferma y se nos había permitido jugar.

Por un voto unánime, llegamos al acuerdo de jugar a las escondidas.

Elegimos al que contaba con el piedra, papel o tijeras con grupos de tres chicos. El que perdía, seguía jugando hasta que solo quedaron dos niños. No recuerdo precisamente quienes eran, pero uno de ellos era bajo y rellenito, y yo lo detestaba un montón porque a Annie siempre le daba una margarita todos los días y ella le daba un beso en la mejilla como agradecimiento.

Cuando gano el rellenito, el que perdió se volteó rápidamente a la pared y comenzó a contar, mientras todos salíamos en distintas direcciones para escondernos. Yo tome a Annie de la mano y corrí por el pasillo principal de la escuela, viendo como mis compañeros de clase iban quitándome los escondites en los que había pensado. Cuando llegamos a la entrada de la escuela, entre en desesperación, porque podía escuchar que el chico estaba llegando al número cincuenta, que era el que habíamos acordado para que comenzara a buscarnos.

—Lou, allí—susurro Annie, apuntando a una puerta semiabierta.

Sin dudarlo, volví a tomar la mano de Annie y ambos entramos a la habitación. Había un escritorio oscuro en el centro y una silla enorme y giratoria estaba detrás de él. Sin mirar a ningún lado más, empuje a Annie para que se metiera debajo de la mesa y luego me deje caer junto a ella, riendo entre dientes cuando oímos el "¡Cincuenta!" de nuestro compañero.

Pasaron un par de minutos en los que no dijimos nada para escuchar lo que ocurría afuera. Ya varios de los niños se había librado y era nuestro turno hacerlo, pero justo en el momento en el que nos disponíamos a salir de la mesa, alguien abrió la puerta y luego la cerro. Annie abrió los ojos y me abrazo para que no me viera el que había entrado.

El hombre que entro, se acercó al escritorio y luego lo oímos hablar. —Daisy, tráeme el expediente que te deje en tu escritorio. Gracias.

Lo oímos suspirar y luego se movió por la habitación hasta llegar a su silla y dejarse caer en ella. Cuando vimos sus zapatos, ambos nos miramos con los ojos abiertos como platos. Era el director de la escuela. Él nos odiaba. Siempre que estábamos jugando, lanzado chistes, haciendo tonterías o  bromas él nos atrapaba y llamaba a nuestros padres. Mamá en ese solo año había ido diez veces ya. No eran cosas graves, pero el tipo siempre se las arreglaba para hacer que mamá me castigara. El castigo no duraba más de un día, pero aun así ella me privaba de mi delicioso jugo de zanahorias y eso era horrible.

La secretaria entro unos minutos después, disculpándose por el retraso y luego saliendo de la oficina apresuradamente. Con Annie seguíamos abrazados y respirábamos bastante mal. No era agradable saber que esa vez si estábamos en graves problemas.

El director se acercó a su escritorio, movió sus papeles y luego volvió a echarse hacia atrás, suspirando fuertemente.

Luego el tipo decidió que sería agradable... desinflarse.

—Iug—susurro Annie, riendo un poco.

Se oyó otro más y yo comencé a reírme también. Al tercero y más largo, no pudimos más y explotamos en risa. Nos reímos de él unos segundos, antes de que el mismisimo director nos tomara del cuello del uniforme y nos empujara para quedar frente a él.

La risa seso y el pánico entro. Estaba tan asustado por el rostro del director que no recuerdo nada de lo que dijo. Solo sé que nunca solté la mano de Annie, ni siquiera cuando llegaron nuestros padres y el director los hizo pasar a su oficina.

Ella temblaba de miedo y yo le apretaba la mano fuertemente. Fue la hora más larga de mi vida, lo juro. La secretaria del director nos miraba desde su oficina con cierta tristeza y yo sabía que algo malo iba a pasar.

Los padres de Annie salieron antes de la oficina y le dijeron algo que nunca voy a olvidar. —Annie, ese niño es una muy mala influencia. Si vuelve a ocurrir algo similar, no vas a verlo nunca más.

Mamá, que había salido de la oficina también, me miro entre triste y enojada. Era obvio que ella me iba a castigar, pero no me iba a quitar mi jugo de zanahoria. Eso era algo mucho más grave y mamá iba a recurrir a lo único que sabía que me podía hacer daño.

—A Annie la cambiaran de curso. Seguirá aquí, pero tiene estrictamente prohibido acercarse a ti, como tú de ella. No pueden ser amigos.

Y ahí estaba lo malo. Ellos no podían separarnos, por mucho que quisieran.

Teníamos prohibido acercarnos en la escuela, pero nadie dijo que no podíamos vernos después. Lo hacíamos a escondidas en el parque o nos quedábamos juntos conversando y riendo de nuestros chistes malos mientras esperábamos por nuestros padres. Eran solo quince minutos, pero eran los mejores de nuestra vida. 

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 Sep, voy a llorar... no quiero escribir el otro capitulo, pero debo hacerlo :(

childhood memories; l.t auWhere stories live. Discover now