18. La estampo contra la pared (padre nuestro que estás en el cielo)

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No era la primera vez que una amiga se sentaba sobre mis piernas. No había nada de Girl in red en eso y en la mayoría de las ocasiones no me importaba.

Pero esta no era una de esas. En primer lugar, porque Noah no era una amiga cualquiera ¿Saben? ¿Ustedes cómo estarían si su ex se les sentara encima?

En segundo lugar, porque estábamos en un maldito cubículo escondiéndonos de otra chica.

Apoyé mis manos en su cadera sólo para ponerlas en algún lado y recibí una mirada de advertencia en respuesta. Me alcé de hombros para que viera que no tenía dónde más ponerlas y entonces llamaron a la puerta.

Noah se hizo pequeña sobre mis piernas y yo sólo atiné a sostenerla con fuerza como si temiera que se cayera.

—¿Noah? —volvió a preguntar la chica.

Alzó la cabeza y me entrecerró los ojos en una amenaza tácita.

—Ocupado —respondí, tal vez más contenta de lo que debería.

¿Lo estaba disfrutando? Absolutamente.

Las dos sabíamos que yo podía abrir la puerta en cualquier momento y delatarnos. No me faltaban las ganas de hacerlo. Pero me agradaba más la idea de dejar que ella se fuera para poder estar a solas con mi amiga.

La chica del otro lado de la puerta suspiró con derrota.

—Noah, hija de puta —dijo y se fue.

Estallé a carcajadas, incapaz de aguantarme. Noah se removió sobre mis piernas e intentó apartarse, pero no la solté.

—¿La has escuchado? —le pregunté sin dejar de reír. Cuando bajé la cabeza para verla ella estaba con el rostro completamente rojo—. Qué maleducada.

—¡No es gracioso! —protestó—. Estás arruinando mi cita.

Me tomó por los hombros para apartarse de mí y se levantó. Apoyó la espalda contra la puerta para mirarme desde cierta distancia mientras yo me quedaba sentada. Estaba más concentrada en detener mi risa que en otra cosa.

—¿Esa es tu nueva novia? —Levanté una ceja y presioné los labios para no reír—. ¿Así dejas que te hable?

—¿A ti qué te importa?

Destrabó la puerta y salió.

Me levanté con prisa y la seguí afuera antes de que se escapara, un poco más alarmada. Volvíamos a ser las únicas en el baño, como si la otra chica nunca hubiera entrado.

—Claro que me importa —dije y eso la hizo detenerse—. Tú me importas. Pensé que habíamos dejado eso claro.

—Lo que dejamos claro es que eres una cobarde.

La sangre me hirvió.

¿Cobarde? ¿Cobarde por qué?

¿Por no estar lista para decirle a mis padres sobre nosotras? ¿Por no darme cuenta de que Charlie sentía algo por mí?

Avancé hasta quedar justo frente a ella.

Noah no retrocedió ni parpadeó, como si ya se hubiera esperado esa reacción.

—Sabes que no lo soy —dije.

Ella rodó los ojos.

—Sí, repítete eso hasta que...

La besé.

Una vez, y luego otra. Y otra más. La besé incluso cuando separó nuestros labios para exhalar y también para interrumpir su débil intento de pronunciar mi nombre. La besé hasta que supe que ya no recordaba lo que estuvo a punto de decir.

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