32. F

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—¿Cómo que tu novia? —preguntó su madre.

Todos nos congelamos en ese momento. Incluso Charlie, borracha y colgada de mi brazo, clavó los dedos con fuerza en mi camiseta cuando se percató de lo que dijo.

Entonces, Jade soltó una risa nerviosa.

—¿Novia? —Pateó con disimulo las latas de cerveza en el suelo—. Quiso decir novio, con O de...

—Onvre —completé.

Los dos nos miramos e intentamos sonreírle tanto a la madre de Charlotte como a los oficiales. Pero ella no nos estaba siquiera prestando atención. Su semblante serio estaba fijo en el rostro de su hija.

Charlie no flaqueó. Le mantuvo la mirada sin pestañar, igual de seria que ella, como si la estuviera retando a que dijera algo. Sus mejillas estaban rosadas por el alcohol y la luz del alumbrado público se reflejaba en el brillo de su cabello y pestañas.

Los tres sabíamos que la poca posibilidad que teníamos de que ella nos creyera dependía de Charlie, quien no parecía estar dispuesta a contradecirse. Me imaginé la cantidad de coraje del que estaba haciendo uso para mantenerse firme, pero temí que sólo fuera obra del alcohol y se arrepintiera al día siguiente.

Se oyó otro click detrás de nosotros y esta vez sí fue la puerta, que comenzó a abrirse con lentitud. Un perro salió con prisa y se abalanzó sobre mí. De haber sido más grande o haberse acercado con intenciones más violentas, probablemente yo hubiera pasado a mejor vida, pero el animal parecía ser apenas un cachorro.

Era un pastor alemán. Probablemente no tuviera más de un par de meses. Ya no se veía como un bebé, pero su cuerpo aún era bajito y gordito. Extendí mis brazos para recogerlo y lo abracé. Él se removió con entusiasmo e intentó lamerme el rostro a mí y luego a Charlie. Ella se tambaleó.

Convencimos a la policía de que todo había sido un error. O, mejor dicho, la madre de Charlie lo hizo. Porque dudo que nosotros tres, borrachos y calentones, hubiéramos podido aportar algo útil a la discusión.

Charlie mintió y dijo que ella estuvo forzando la puerta y que no tenía idea de cómo lo hizo. Me supo mal que ella se estuviera culpando de todo cuando en realidad yo era la responsable, pero sabía que lo hacía porque su madre podría sacarla del problema fácil, a diferencia de a mí.

Noté cómo muchos de nuestros compañeros comenzaron a abandonar la casa en silencio, con temor de que la policía los notara. La mayoría se detenían confundidos, sin comprender qué estaba pasando, pero ninguno parecía tener la suficiente curiosidad como para venir a preguntar.

La policía se marchó media hora después. Dejaron a Jade quedarse con el perro hasta que los vecinos volvieran de sus vacaciones y la madre de Charlie se puso en contacto con ellos para ponerlos al tanto.

Una vez que quedamos sólo los cuatro, la mujer volvió a centrarse en su hija. Le tendió una mano sin moverse de su sitio.

—Vamos, Charlotte —dijo.

Había cierto rastro de enfado en su voz, pero no sabía si se debía a la policía o a la revelación.

Charlie vaciló. Soltó mi brazo, pero no movió los pies de su sitio.

Envolví mi mano alrededor de la suya para que se sostuviera de mi de nuevo, reacia a dejarla. Ella volvió el rostro hacia mi con sorpresa.

—Charlotte —repitió su madre.

Esta vez su hija obedeció.

Se zafó de mi agarre con suavidad y se acercó a su madre. Ella comenzó a caminar de regreso a su casa sin decir una palabra.

¿Escuchas Girl in Red? | PRONTO EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now