35. Hoy es noche de...

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No sé cuánto tiempo estuve esperando en la acera. 

Me senté junto a la puerta de entrada del departamento de Noah y cerré mi chaqueta lo mejor que pude para resguardarme del frío. Las piernas se me estaban congelando, porque sólo llevaba la falda y la calza debajo, y mi pie herido estaba al aire.

Lo primero que vi fueron las luces traseras de color rojo. Cuando levanté la cabeza me encontré con la motocicleta de Charlie deteniéndose junto a la acera. Ella llevaba la misma chaqueta roja con tachas de la fiesta de Tania y detrás suyo estaba Jade.

Se quitó el casco de la cabeza y volvió el rostro para mirarme.

Durante un segundo creí que estaba enfadada.  Entonces, sus cejas se levantaron con preocupación.

—¿Estás bien?

—No hables con vagabundos —dijo Jade antes de bajarse.

Él se acercó y me extendió una mano para ayudarme a levantarme. La acepté a regañadientes pero rechacé su ayuda cuando me ofreció su brazo de camino a la motocicleta. Le di un empujón suave para que se apartara de mi camino y me acerqué cojeando a Charlotte.

Ella comenzó a reír mientras aguardaba por mí.

—¿Por qué te estás burlando? —me quejé sin saber si reír o volver a llorar.

—¡Pareces el Bambi recién nacido! —dijo y levantó los brazos para atraerme en un abrazo sin bajarse de su motocicleta.

Me recargué contra su pecho un momento y cerré los ojos cuando dejó un beso en la coronilla de mi cabeza. Me subí a la motocicleta detrás de ella y me aferré a su cintura con fuerza.

Jade recogió mi bicicleta del suelo.

—¿Qué harás con ella? —pregunté cuando me di cuenta de que se estaba subiendo a ella.

—Venderla —contestó sin mirarme—. Voy a llevármela ¿O prefieres ir tú en la bicicleta hasta la casa de Charlie?

Solté a mi novia un momento para enseñarle el dedo del medio.

El viaje fue corto y silencioso. Creí que nos detendríamos frente a la casa de Jade para dejar la motocicleta, pero Charlie entró con ella a la suya y la metió en el garaje. Aguardó pacientemente a que me bajara antes de hacerlo ella y luego levantó el visor de su casco para mirarme con un brazo en jarra.

—Te cargaría —dijo—. Pero eres muy pesada.

—Claro que voy a estar pesada —refunfuñé mientras me quitaba el casco. El cabello salió alborotado y enredado—. Soy puro músculo. ¿Tienes idea de cuánto pesa un kilo de músculo?

—¿Un kilo?

Me detuve un momento a pensar qué formulé mal en mi pregunta, pero ella me apremió para que entrara.

Dentro de su casa todo estaba en absoluto silencio, pero incluso con sus padres en ella ya era así.

La seguí hasta la sala de estar. Las luces estaban encendidas y el televisor pausado en medio de un episodio de Mindhunters. Sobre el enorme sofá negro reposaba la manta de Charlie y en la mesa baja, un plato con la posible cena que ella había preparado a medio comer.

Dentro estaba caliente. Probablemente la calefacción estuviera encendida.

Se quitó la chaqueta y la dejó caer sobre uno de los sofás antes de encender la chimenea eléctrica. Debajo llevaba una de esas blusas sin mangas con la parte de atrás descubierta.

Eché una mirada rápida a su espalda y la aparté cuando ella se volteó a verme.

—¿Tienes hambre? —me preguntó. Un delgado mechón rosa se había escapado de su cola de caballo baja y colgaba a un lado de su cara. Ya no se veía preocupada como lo había estado antes. Ahora estaba seria de nuevo—. Te calentaré una hamburguesa.

¿Escuchas Girl in Red? | PRONTO EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now