2. Un mundo pequeño

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     Me levanto con un exquisito olor a canela inundando mis fosas nasales. Abro los ojos y tengo a Romeo comiéndose unos bastones de tostadas francesas a centímetros de mí. Con su espalda contra el sillón y el plato arriba de la mesita ratona.

     Después voy a tener que limpiar bien el piso, para que no queden migas… No quiero cucarachas en el departamento.

     Se ve que se dio cuenta de que me levanté y se dio vuelta.

     —Buen día, mami.

     ¿Ya dije que mi hijo es hermoso y bueno? Creo que nunca me voy a cansar de decirlo…

     —Buenos días, hermoso, ¿te portaste bien con la abu?

     —Sí, siempre. —Contestó contento.

     Me senté y bostecé, estirando los brazos. Miré que también estaba la chocolatada de él en la mesita y fui a buscar algo para mí en la cocina.

     —¿Cómo estuvo la noche? —Preguntó mi abu, en cuanto entré.

     —Bien, solo quedé un poco cansada.

     Miré el reloj y eran recién las nueve de la mañana… Espero que hoy no tenga mucha energía porque yo no quiero hacer nada… Ya quiero que terminen las vacaciones del jardín para que vuelva y me lo cansen ahí adentro.

     Agarré una taza y me preparé una chocolatada para mí también, porque es lo único que tomo. Odio el café o el té… No sé que le ven de rico.

     Fui con Romeo y desayunamos juntos hasta que la abu se fue. Lo dejé coloreando en el piso después de que limpiara todo bien y fui a fumarme un cigarrillo al balcón, mientras lo miraba.

     Estaba por mi cuarta calada cuando me di cuenta que el vecino o la vecina de al lado estaba afuera fumando también. No se podía ver, porque hay una pared que nos separa, pero me di cuenta que era hombre cuando se escuchó un bebé gritar y él maldijo por lo bajo.

     —Mier*da. —Balbuceó y se escuchó su puerta abrirse y cerrarse.

     Yo miré a mi hijo y seguía tranquilo, así que entré después de terminar mi cigarrillo.

     Me acuerdo que me pasaba lo mismo cuando él era bebito y yo quería salir a fumar. Recién empecé a fumar cuando él tuvo casi dos años y yo ya no le daba más la teta para que tome. No me acuerdo porque específicamente empecé, pero creo que vi algo de que servía para los nervios y el cansancio o algo así y solo lo hice. Necesitaba cualquier cosa que me ayude y siendo honesta funcionó, al menos como una distracción.

     Volví a entrar, me lavé los dientes y me senté en el piso a dibujar con él. No hay tele en el departamento y aunque a muchos les parezca una opción fácil yo no quiero que entre en contacto con la tecnología desde tan chico, prefiero que dibuje, aprenda a leer y juegue con sus juguetes. Me parece más educativo.

     Terminé dibujando unas flores y Romeo me dibujo a mí y a él. Sus dibujos eran los normales para supongo que cualquier niño de cuatro años, pero me derretía el alma cada vez que nos dibujaba a los dos.

     Me lo regaló y le agradecí con un beso para después ir a pegarlo en mi habitación con los demás. Tenía una pared ya con más de veinte dibujos, pero los amaba todos, quería verlos todos los días.

     Cuando volví, él estaba mirando mis flores.

     —Mami ¿me vas a enseñar a pintar así?

     —Vos vas a dibujar más lindo todavía, si practicas un poco más. Solo necesitas práctica.—Me sonrió y yo le pasé los lápices de colores. —¿Querés colorearlas por mí?

Romeo & yo [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora