6: Sortilegios Weasley

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—No nos queda mucho tiempo — advirtió la señora Weasley—

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—No nos queda mucho tiempo — advirtió la señora Weasley—. Sólo echaremos un vistazo y luego volveremos al auto. Debemos de estar cerca: ése es el número noventa y dos... noventa y cuatro...

—¡Vaya! —exclamó Ron deteniéndose en seco.

Comparados con los sosos escaparates de las tiendas de los alrededores, cubiertos de carteles, los del local de Fred y George parecían un espectáculo de fuegos artificiales. Al pasar por delante, los peatones se volvían para admirarlos y algunos incluso se detenían para contemplarlos con perplejidad.

El escaparate de la izquierda era deslumbrante, lleno de artículos que giraban, reventaban, destellaban, brincaban y chillaban.
El de la derecha se hallaba tapado por un gran cartel morado, como los del ministerio, pero con unas centelleantes letras amarillas que decían:

¿Por qué le inquieta El-que-no-debe-ser-nombrado?
¡Debería preocuparle LORD KAKADURA, La epidemia de estreñimiento que arrasa el país!

Harry rompió a reír, pero escuche un débil gemido a milado. Era la señora Weasley contemplando el cartel, estupefacta, mientras articulaba en silencio las palabras «Lord Kakadura».

—¡Esto va a costarles la vida! —susurró.

—¡Qué va! —saltó Ron, que reía también—. ¡Es genial!

Harry sorpresivamente me tomó de la mano y me arrastró a la tienda con Ron a su lado. Estaba tan abarrotada de clientes que no pudimos aceranos a los estantes. Sin embargo, vi alrededor las cajas amontonadas hasta el techo: allí estaban los Surtidos Saltaclases que los gemelos habían perfeccionado durante su último curso en Hogwarts, que aún no habían acabado; el turrón sangranarices era el más solicitado, pues sólo quedaba una abollada caja en el estante. También había cajones llenos de varitas trucadas (las más baratas se convertían en pollos de goma o en calzoncillos cuando las agitaban; las más caras golpeaban al desprevenido usuario en la cabeza y la nuca) y cajas de plumas de tres variedades: autorrecargables, con corrector ortográfico incorporado y sabelotodo. Tome a Harry con firmeza de la mano y agarre a Ron de la otra y comenzé a dar codazos y pisotones para dejarnos el paso libre y llegar hasta el mostrador, donde un grupo de maravillados niños de unos diez años observaban una figurita de madera que subía lentamente los escalones que conducían a una horca; en la caja sobre la que se exponía el artilugio, una etiqueta indicaba: «Ahorcado reutilizable. ¡Si no aciertas, lo ahorcan!»

—«Fantasías patentadas»... —Hermione había logrado acercarse a un gran expositor y leía la información impresa en una caja con una llamativa fotografía de un apuesto joven y una embelesada chica en la cubierta de un barco pirata—. «Tan sólo con un sencillo conjuro accederás a una fantasía de treinta minutos de duración, de primera calidad y muy realista, fácil de colar en una clase normal de colegio y prácticamente indetectable. Posibles efectos secundarios: mirada ausente y ligero babeo. Prohibida la venta a menores de dieciséis años.» ¡Caramba, esto es magia muy avanzada! —comentó Hermione 

Laila Scamander Y La Maldición de MorganaWhere stories live. Discover now