Capítulo 8

1.5K 99 16
                                    


Los amaneceres nunca habían sido la parte favorita del día de Fiammenta, sin duda prefería la noche antes que el día. Sobre todo la  reciente noche.

Menuda noche.

Al abrir los ojos se encontró sola en la habitación del dominante, su lugar en la cama aún no estaba frío por lo que suponía que se había levantado hacía poco tiempo.

Tomó su ropa interior y buscó en su armario una de sus camisas, era una acción que hacía siempre que pasaba la noche en su casa. Salió de la habitación descalza, caminando hasta la cocina, en donde se encontró a Zabdiel con un pantalón de deporte y desnudo de cintura para arriba.

—Buenos días.— saludó al verla entrar—. He preparado el desayuno, te vendría bien comer algo después de lo de anoche.

—Gracias.— murmuró casi con timidez, a pesar de que habían pasado años juntos todavía había acciones suyas que la sorprendían y la dejaban sin saber como reaccionar—. Lo de anoche...

—Hablaremos de anoche cuando termines de comer.— dijo sirviéndole el desayuno—. Iré a darme una ducha mientras tanto, te dejaré también ropa limpia en la habitación para que después puedas tomar una ducha y vestirte.

—Gracias también por eso.

—No tienes nada que agradecerme, muñeca.— dejó un beso en sus labios antes de salir de la cocina.

¿Realmente quería hablar de lo de anoche?

Porque con eso de anoche estaba seguro que se refería a su casi discusión y no a la parte en donde echaban un polvazo.

A esa fue la conclusión a la que llegó mientras el agua caía por su cuerpo, muchos aclaraban sus ideas en la ducha pero él parecía que solo se confundía más y más.

¿Cómo debía de reaccionar al amor que Fiammenta sentía por él?

No tomarle importancia sería muy descortés de su parte pero darle falsas ilusiones sería todavía peor.

Pero la idea de perderla era la que más le dolía, no iba a poder superar su pérdida. Tal vez ella se hubiera vuelto dependiente de él, ¿pero y él de ella? Probablemente también, solo que no quisiera admitirlo en voz alta.

Pasaron alrededor de veinte minutos, Zabdiel ya se encontraba totalmente vestido e incluso peinado. Fue en busca de su chica y al encontrarla sonrió, se apoyó en el marco de la puerta mientras la veía lavar los platos.

—¿Cuantas veces te he dicho que para eso está el lavavajillas?— preguntó soltando un suspiro.

—Oh, calla... Supongo que me ayuda a distraerme y no pensar demasiado.— se encogió de hombros.

Él se acercó, rodeó con sus brazos su cintura y depositó un suave beso en su nuca. Podía quejarse pero le encantaba cada vez que ella lo hacía, era como una pequeña marca de identidad.

—Conozco de otros métodos para distraerse mucho mejores que lavar platos.— susurró, su cálido aliento chocó contra su piel e hizo que esta se erizase.

—No quiero ese tipo de distracción ahora.— dijo cerrando el grifo, había terminado de lavar los platos y justo en ese momento deseaba que hubiera más para así tener una opción para pasar de él.

—Mentir es malo.— dijo casi con tono burlón—. Pero allá tú si quieres mentirte a ti misma.

La hizo voltearse, ella sonrió maliciosa mientras apoyaba sus húmedas manos en su camisa y se acercaba para tomar sus labios.

Mordisqueó su labio inferior y se liberó de su agarre al tiempo que le guiñaba un ojo.

—Iré a ducharme, tú deberías de cambiarte la camisa porque está mojada.— dijo juguetona.

—Creo que mi camisa no es lo único que se ha mojado.— respondió él alzando una ceja, pero Fiammenta ya había salido de la cocina y lo había dejado hablando solo, algo que el dominante detestaba.

Intentó ser rápida a la hora de ducharse, sabía que tenían una conversación pendiente y prefería que fuese cuanto antes. Tal y como él le había prometido, tenía un conjunto de ropa interior encima de la cama, un bonito vestido y unos zapatos. Todo sin estrenar. Ella al principio había pensado que le dejaría ropa que se había dejado olvidada en su casa de anteriores ocasiones. Pero no, él se había tomado la molestia de comprarle ropa para ocasiones como esa.

Se contempló en el espejo y sonrió al verse en el reflejo, el color hacía resaltar todos y cada uno de sus tatuajes (que no eran pocos). Eso era algo que le encantaba de Zabdiel, todos los hombres decían que tanta tinta en una mujer podría verse vulgar, pero él no. Le encantaba acariciarlos con la yema de sus dedos y repasarlos con su lengua.

—Luces como una diosa, muñeca.— dijo Zabdiel entrando a la habitación desabotonándose la camisa.

—Tal vez lo sea.— respondió con diversión.

—No niego verdades.— le guiñó un ojo al tiempo que tomaba una nueva camisa del armario y la vestía.

Ella lo miró, o más bien admiró, porque Zabdiel estaba buenísimo y cualquier persona con ojos en la cara lo sabía.

Rota Fantasía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora