Capítulo 28

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Zabdiel comenzó a preocuparse cuando al pasar veinte minutos su muñeca todavía no había aparecido por la cocina, normalmente ella era rápida en prepararse cuando estaba sola, ya que si él la acompañaba siempre hacía algo para entretenerse.

Fue hasta la habitación y frunció ligeramente el ceño al ver que ni siquiera había salido del baño, golpeó con sus nudillos en la puerta de este sin éxitos a una respuesta. Desde el otro lado se escuchaba el sonido del agua de la ducha al caer.

—Muñeca, voy a entrar.— avisó antes de hacerlo, nunca le ponían seguro a las puertas porque solo estaban ellos dos en casa y no existía privacidad entre sí.

Fiammenta no se encontraba bien desde hacía minutos pero su cuerpo le impedía moverse de donde se encontraba, tenía la espalda pegada a la pared, sus ojos cerrados con fuerza pues el dolor en su cabeza era constante al igual que las punzada en su estómago.

—Oh, por Dios, muñeca.— murmuró ayudándola a salir de allí, sin importarle que su cuerpo mojara su ropa—. Mírame en este jodido instante...

—No puedo.— susurró—. Mi vista está borrosa y si lo hago me voy a marear.

—Fiammenta, mírame.— repitió, esta vez acuñando su rostro con sus manos. La pelinegra hizo caso a su petición, tomó una respiración para después abrir sus ojos y mirarlo—. Eso es, muñeca...¿Puedes caminar hasta la habitación?

Ella asintió y, agarrándose de sus brazos caminó hasta la habitación, el dominante dejó que se sentara en la cama mientras él se encargaba de tomar su ropa del armario.
Dejó esta a un lado y volvió al baño para cerrar el agua de la ducha que seguía corriendo.

Al volver a la habitación se le cortó la respiración pues las sábanas blancas en donde Fiammenta se había sentado tenían una mancha de color carmesí, probablemente sangre.

—No, no, no...— sintió el frío sudor correr por su frente y se obligó a sí mismo a no entrar en pánico—. Muñeca, vamos a vestirte y corremos a la clínica.

Tal dicho, tal hecho. En un tiempo récord consiguieron poner un vestido en su cuerpo, calzar sus pies e ir hasta el coche que los llevaría hasta la clínica. Zabdiel no tenía ni la menor idea de medicina pero de lo que si estaba seguro era de que un sangrado durante un embarazo no podría tratarse de nada bueno.

El dominante no esperó a que alguien lo llamara en la sala de espera, pasó directo a la consulta del amigo que allí trabajada. Este se quedó un tanto molesto pues la intervención había sido una falta de educación por su parte, cuando abrió la boca para reclamar se dio cuenta del estado en el que se encontraba la chica. Se levantó con rapidez al tiempo que le indicaba que se acomodara en la camilla, echó a Zabdiel fuera de la consulta sin importarle su insistencia y llamó a uno de sus compañeros para poder atenderla.

Él no sabía como sentirse al respecto, sabía que como le pasara algo al bebé que estaban esperando Fiammenta no podría superarlo, en cambio si le pasaba algo a Fiammenta sería él quien no podría superarlo.

Los minutos pasaron y la puerta no era abierta por nadie, no ayudaba con la ansiedad que estaba sufriendo. Había empezado a caminar por los pasillos con el fin de calmar sus nervios pero no estaba teniendo un buen resultado, si tan solo pudiera estar del otro lado, tomar su mano y susurrarle que todo estaría bien (aunque esto se tratara de una descarada mentira), habría sido mejor para él. Aunque esto significase más dolor por otra parte.

Cuando uno de los médicos salió y buscó a Zabdiel con la mirada este se temió lo peor, pues no traía la expresión que deseaba ver en su rostro.

—¿Cómo está mi muñeca?— soltó la pregunta, con el aire faltándole en el pecho.

—La anestesia la dejó dormida, no debes de preocuparte por ella ahora.— le informó.

Zabdiel soltó una bocanada de aire mientras asentía, las últimas palabras seguían resonando en sus oídos con intensidad pero decidió no tomarlas como algo grave. "Por ahora", ¿eso quería decir que más adelante si debía de preocuparse?

—¿Por qué sigues mirándome de esa manera?— preguntó negando con la cabeza—. No me digas que...

—Zabdiel, quiero que me escuches con atención porque lo que voy a decirte a continuación no será del todo de tu agrado.— murmuró llevando una de sus manos al hombro del dominante—. No será fácil, ni para ti ni mucho menos para Fiammenta pero podréis con ello, te conozco desde hace años y sé que eres uno de los hombres más persistentes que existen.

—Ve directo al puto grano, por favor.

—¿Has oído hablar del aborto espontáneo?— preguntó ladeando su cabeza—. Suele suceder antes de la vigésima semana de embarazo, es un suceso que ocurre naturalmente...

El dominante dejó de escuchar sus palabras y dio un paso atrás, obligando al médico a quitar su mano de su hombro. Sin importarle una vez más la educación, entró a la consulta en donde habían atendido a la muñeca y caminó hasta la camilla en la que se encontraba, su mano tomó la suya para después dirigirla hacia sus labios y besarla repetidas veces.

—Señor, no puede estar aquí...

—Cállate.— espetó en su dirección.

El médico miró a su compañero de profesión que lo observaba desde la puerta, este le indicó que se retira pues todavía no le había dicho todo lo que tenía por decirle.

—Zabdiel.— lo llamó por su nombre cuando volvieron a quedar a solas—. No me has dejado terminar, no quiero que te alteres todavía...

—¿Qué no me altere? ¿Cómo mierda quieres que no me altere después de lo que me acabas de decir?

—Lo que te acabo de decir sólo era información, la puta realidad viene ahora así que deja de quejarte y mejor escúchame porque tu novia va a necesitarte más que nunca, ¿has entendido o tengo que repetirlo?

—No uses tu tono dominante conmigo y suéltalo de una jodida vez.

Rota Fantasía Where stories live. Discover now