Capítulo 12

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Las palmas de sus manos sudaban debido a los nervios que se habían almacenado en su cuerpo hasta ese entonces, se reprochó una y otra vez haber aceptado la propuesta de Zabdiel y cenar esa noche en casa de su padre.

Debería de estar tranquila con respecto a eso, pero cuanto más se acercaba el momento peor era. Ya no había marcha atrás. Solo le quedaba la opción de afrontar la realidad, por muy jodida que esta fuese.

—Solo voy a decirlo una vez, Fiammenta.— dijo Zabdiel cuando estuvieron frente a la puerta de ese lugar al que ella llamó hogar en algún momento de su vida—. Calma tus putos nervios, solo se trata de tu padre, y yo estoy aquí contigo.

—¿No te has parado a pensar que tal vez ese sea el problema?— cuestionó rodeando sus ojos—. Se trata de mi padre y tú me acompañas, ¿que puede salir bien?

El dominante pone los ojos en blanco ante el dramatismo de la chica y en lugar de decir algo con respecto a sus palabras decide tocar el timbre de la casa. Ella traga saliva de forma notaria y baja la mirada hasta el suelo, como si mirar sus zapatos en ese momento fuese lo más interesante que sus ojos pudiesen ver.

Ambos se sorprendieron cuando la persona que abrió la puerta no era quienes se esperaban, se trataba de un chico joven, aparentemente unos veintitantos años. Su cabello era negro azabache, al igual que el de Fiammenta, y sus ojos color café, idénticos al de su progenitor.

—Eh... ¿Quien eres?— preguntó ella sin poder evitarlo—. ¿Y que haces en casa de mi padre?

—Es una larga y divertida historia, deja que sea él quien te la cuente.— dijo con una sonrisa divertida en el rostro mientras les dejaba espacio para que entrasen.

Fiammenta y Zabdiel compartieron una mirada antes de caminar dentro, el largo pasillo los llevaba al amplio comedor en donde una única persona estaba sentada en la mesa. Él alzó la mirada al verlos entrar y dio un ligero asentimiento para que se acercasen.

—Veo que sigues saliendo con este chico.— murmuró su padre levantándose de la silla, ella sonrió de lado antes de acercarse a él y abrazarlo.

—Zabdiel, papá... Se llama Zabdiel.— le recordó en un susurro, su padre río, dándole a entender que no tenía intenciones de aprenderse su nombre ni nada por el estilo.

Cuando se separaron fue el turno del dominante de saludarlo, a tan sólo unos metros se encontraba el chico de antes mirando la escena con cierta ternura.

Pero, ¿quien era él?

Fiammenta no había dejado de hacerse esa pregunta desde que habían llegado y sus ojos de vez en cuando se desviaban hacia él, tratando de adivinar quién era y qué hacía en su casa.

—Frigdiano, ¿puedes servir la cena?— le preguntó al joven, él asintió en su dirección—. Oh, no os quedéis de pie, poneros cómodos... Ninguno de los dos somos demasiado buenos en la cocina pero pudimos hacer tallarines.

—Lo que sea estará bien, papá.—  murmuró Fiammenta mientras se sentaba, Zabdiel no tardó demasiado en hacer lo mismo a su lado—. ¿Puedo preguntarte quién es él...?

—Ya te lo contaré durante la cena, no quiero que te vayas tan pronto.— dijo más para sí mismo que para los demás, tomó la copa de vino que estaba tomando y la acercó a sus labios para beber de un trago todo su contenido.

Zabdiel posó una de sus manos en su pierna y apretó ligeramente esta, haciéndole saber que estaba ahí, que lo estaría durante todo el tiempo que ella quisiera estarlo y que si necesitaba levantarse e irse porque la presión de esta cena era demasiado para ella, aceptaría su decisión.

La cena se pasó con tranquilidad, Zabdiel aportó un par de respuestas a las preguntas que el padre de Fiammenta le hacía, él se dedicaba a refutarlas pero finalmente no le quedaba de otra que aceptar lo que le decía.

La pelinegra enrrolló unos cuantos tallarines en su tenedor y se los llevó a la boca para farfullar después—. Papá, ¿podrías dejar de hacerle siempre las mismas preguntas? Entiendo que el trabajo de Zabdiel no te agrade pero tampoco es para matarlo, él al menos es sincero y no como otros.

—No es necesario lanzarle indirectas.— saltó a su defensa Frigdiano.

—Tampoco es necesaria tu presencia aquí y nadie dijo nada al respecto.— saltó, ahora Zabdiel, en defensa de Fiammenta.

El hombre de mayor edad tomó una servilleta para limpiarse los labios y mirar a las tres personas con las que compartía mesa esa noche.

—No soy el mejor padre del mundo, al menos contigo no lo fui.— miró a su hija soltando un suspiro—. Pero hay un secreto que no me quiero llevar a la tumba y es por eso que esta noche él está aquí.

—¿Qué pasa? Te juro que ahora solo estoy más confusa que antes.

—Hace años, cuando tú apenas habías empezado a ir al colegio, tuve una aventura con otra mujer... Esa mujer era la madre de Frigdiano.— fue breve, claro y preciso—. Sois hermanos.

Fiammenta se quedó con el tenedor a medio camino entre el plato y su boca. Intentó ganar unos segundos para pensar en su contestación comiendo, pero el nudo de tallarines que se metió en la boca se le quedó atascado en la garganta. Tomó la copa que Zabdiel tenía en su mano en ese momento y dio un largo trago al vino que esta tenía.

—Lo siento.— se disculpó—. Sé que es lo último que querías escuchar en este momento de tu vida, pero... tenía que ser sincero contigo, yo más que nadie quiero que sepas la verdad.

Lo miró fijamente por unos segundos y después chasqueó su lengua contra su paladar.

Su vida era un caos, un completo caos.

Situaciones como esta no ayudaban en lo más mínimo.

Rota Fantasía Where stories live. Discover now