Capítulo 25

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No era la primera vez que empleaban juguetes sexuales en la cama pero la sensación siempre se sentía única. Y más teniendo en cuenta que sus tamaños eran idénticos, para Fiammenta era como tener a dos Zabdieles follándola, uno por cada entrada.

Los orgasmos siempre se sentían explosivos y brutales, esta vez no había sido la excepción.

Gimoteó todo lo que su garganta le permitió, se corrió al menos unas tres veces y lastimó la piel de la espalda del dominante, quien no había suspendido sus manos y le había dado el privilegio de hacer con ellas lo que quisiera.

—Jodida mierda, voy a correrme por segunda vez.— siseó Zabdiel entre dientes, si por él fuera habría aguantado un poco más para hacer sufrir a la sudorosa joven que tenía debajo de su cuerpo.

—Por favor, que esta vez sea en mi boca.— pidió mirándolo a los ojos, los suyos se encontraban vidriosos de placer y para Zabdiel ese era uno de sus puntos débiles.

El dominante salió de ella para cumplirle el deseo, la chica abrió su boca mientras lo observaba masturbarse a tan solo centímetros de su rostro. El semen no tardó en salir, cayendo en los labios de la joven que ansiosa lo esperaba.

Lo saboreó gustosa bajo la atenta mirada del dominante, tras hacerlo lo miró con descaro poniéndole esa cara de insaciable que repetía cada vez que terminaban uno de sus grandiosos polvos.

—¿Que voy a hacer contigo, muñeca insaciable?— preguntó mientras recogía con su dedo índice pequeñas gotas de semen que habían quedado alrededor de sus labios—. Chupa.

Ella lo hizo gustosa, envolviendo su lengua alrededor de su dedo para después succionarlo, haciendo que él siseara entre dientes al tiempo que lo retiraba de tal lugar.

—No voy a darte más hoy, tendrás que conformarte con los dos polvos recientes.— le hizo saber mientras tomaba el juguete que habían usado durante el acto—. Me encargaré de esto, puedes ir haciendo tu rutina de cada noche. Prometo estar de vuelta antes de que termines.

Fiammenta sabía que no debía de hacerle un berrinche ahora, se calló la boca mientras lo miraba irse de la habitación, el calor en esta empezó a disiparse quedando el ambiente neutral. Soltó un largo suspiro para después atar su cabello de mala manera y buscar ropa interior limpia en el cajón del armario. Tras vestir esta tomó prestada una de las camisas de Zabdiel, acto seguido se dejó caer en la cama. Así sin más.

Cuando el dominante volvió a la habitación miró con disimulo las cosas que había encima de la cómoda y frunció ligeramente el ceño.

—¿No te olvidas de algo?— cuestionó tumbándose en su lado y pegando su cuerpo al suyo, dejando que su cabeza descansara sobre su pecho permitiéndole escuchar con claridad los latidos de su corazón.

—No.— respondió breve.

—Muñeca, no te has tomado la píldora.— le informó, esperando que ella se diera de cuenta y se levantara para hacerlo—. Recuerda que me corrí dentro de ti la primera vez...

Siempre era muy cuidadosa con eso, era casi imposible que se le olvidara semejante cosa.

—No me olvidé de eso, simplemente no quise tomármela.— le hizo saber—. Bueno, sé que no solo es decisión mía pero... Un día hablando creo que me diste a entender que tú si querías tener hijos, tal vez lo malinterpreté...

—Fiammenta, muñeca.— murmuró enternecido—. Tener un hijo es una responsabilidad enorme, una decisión muy importante en nuestras vidas que no solo debo de tomar yo. ¡Por supuesto que me encantaría hacerte un muñequito! Joder, eso es incuestionable... La pregunta es, ¿verdaderamente quieres ser madre? Esto no es algo en lo que yo ordene y tú me complazcas.

—Hace tiempo me aterraba la idea de tener un hijo.— confiesa—. Pero creo que estoy preparada para eso... Quiero ser madre y quiero que tú seas el padre de  nuestro muñequito.

Zabdiel sonrió ampliamente e hizo un movimiento para que ella lo mirara a los ojos.

—¿Estás cien por ciento segura de que quieres intentarlo?— preguntó para asegurarse.

—Estoy al doscientos por ciento segura.— bromeó—. Este tema no es un chiste y no lo mencionaría si no estuviera del todo segura.

El dominante estaba que quería levantarse de la cama y ponerse a saltar. Deseaba tener un hijo desde que sus compañeros habían empezado a tenerlos, antes veía a los niños como un impedimento a la hora de muchas cosas, ahora lo veía desde otra perspectiva y sabía que no necesariamente tenía que ser así.
Estaban en la edad de serlo, ya habían pasado la década de los veinte, ya eran adultos con las ideas claras y la cabeza amueblada.

Llevaba años con Fiammenta, tal vez nunca fue su novia pero siempre hubo algo entre ellos que los unía más allá del BDSM, ese algo que bien podría catalogarse como amor.

Quería a Fiammenta y no solo para atarla en la cama, vendarle los ojos, azorarle el culo y hacerle todo tipo de sucias perversiones. La quería para él, para tenerla a su lado hasta que ella se lo permitiese, para hablar de todo y de nada, para salir a dar una vuelta por ahí, para comer juntos e incluso para tener un hijo.

Nunca se había molestado por ser un buen hombre, era serio y reservado, con palabras justas y necesarias. Pero cuando la pelinegra se cruzó en su vida supo que debía de ser más por ella. La seriedad con ella no tenía importancia porque hacerla reír era uno de sus pasatiempos favoritos.

—Te amo, dominante perseverante.— murmuró con diversión buscando sus labios para besarlo.

Zabdiel dejó que sus labios capturaran los suyos y lo besara con dulzura, un simple toqueteo de labios sin lengua de por medio que al dominante le fascinó solo porque de su boca se trataba.

—Y yo te amo a ti, muñeca.— admitió en voz baja, temiendo a decirlo más alto y que el secreto se escapara de su habitación—. Como jamás creí que podría amar.

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