Interludio III

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—No hables, no susurres y, oigas lo que oigas, pase lo que pase, no salgas de aquí —le ruega

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—No hables, no susurres y, oigas lo que oigas, pase lo que pase, no salgas de aquí —le ruega. El chico se encoge aún más. Dobla las rodillas y se hace un ovillo. Su madre termina de cubrir el hueco del árbol con ramas y hojas secas.

—Ya están aquí —increpa Amadi.

Colette vuelve a dirigirse a él.

—Todo irá bien, cariño —Echa algo de barro húmedo por encima, dejando tan solo su cabeza a la vista.

El chico la observa. Los cabellos desordenados y cubiertos de polvo caen sobre los hombros rasgados. Aún tiene sangre en el rostro y los ojos vidriosos clamando venganza. Y así, en el fragor de la batalla, el joven se da cuenta de que su madre está más hermosa que nunca.

—Daos prisa, mi señora —insiste el hechicero disfrazado con pieles de esclavo.

—Cariño... Si no volviéramos a vernos, recuerda mis errores para no repetirlossolloza. Adami la sujeta del brazo y le muestra las antorchas que viajan en su dirección—. Te quiero, mi vida. —Le besa una vez más en la frente y él sabe que será la última vez que lo haga—. Adiós...

El adolescente escucha pasos alejarse y otros tantos que se le acercan.

Se mantiene en el hueco, en silencio, tal como prometió. Desde allí oye los gritos, la melodía del acero, y nota el aroma a sangre.

Un fuego se extiende por toda la superficie. Solo entonces, el temor anida en él y el chico huye de ahí por miedo a morir en llamas.

Al salir al exterior, la oscuridad devora cualquier sensación que pudiera quedar de falsa seguridad.

—¡Madre! —grita, pero el sonido de la batalla es más fuerte que su propia voz.

El olor a pólvora y chamusquina es casi tan fuerte como el del hierro y la muerte, pero aún no puede verlos. Sigue andando, rumbo al interior del bosque. Allí lo ve, y es como verlo todo a la vez: espadas alzadas, mosquetes disparados, pistolas por el suelo... Los cuerpos de su gente yaciendo en el suelo, cubiertos de sangre, cráneos abiertos... Otros pocos continúan a las armas. En medio de todo ese caos está ella, su madre, con la espada entre las manos y moviéndose con soltura.

—¡Este es nuestro reino! —la escucha gritar.

Alza el filo y lo hinca en el vientre de un soldado francés. El hombre cae abatido con los intestinos asomando bajo su peto. Ella, rauda, se gira a tiempo para estocar a otro soldado que le venía por detrás. No contenta con eso, lo agarra entre los brazos y le muerde la cara. Se separa de él con la mejilla en su boca. Mastica y vuelve morderlo, esta vez, en la yugular. El soldado francés se está desangrando y la pálida piel de su madre empieza a teñirse de un color oxidado.

Colette sonríe. En algún momento, el reflejo de las llamas le muestra unos ojos oscurecidos y un aura negra.

—Morid —pronuncian sus labios.

En cuestión de segundos, todas las armas caen al suelo y los adversarios, uno a uno, van cayendo a sus pies.

Todos menos uno.

Lo ve tras ella.

El hombre al que reconoce como su tío, se eleva tras la reina regente y la estrangula con una cadena de la que pende una especie de medallón.

El muchacho se pone en pie con intención de detenerlo, pero al momento se siente paralizado.

—La reina ha fracasado —pronuncia Adami—. No cometas sus mismos errores. Nyala te ayudará.

—Dos... Tenemos que ser dos... —recuerda en voz alta—, pero él no... —No alcanza a terminar la frase.

Impotente y sin poder moverse, contempla el cuerpo de su madre desplomarse en el suelo antes de ser devorado por unas llamaradas violetas. El asesino queda hipnotizado por la visión durante unos segundos, hasta que esas mismas llamaradas intentan terminar con él.

—El lugar está sellado. ¡Nunca saldrás de aquí! —exclama con el medallón en alto.

Y huye en dirección a la playa.

—¡Madre! —grita el muchacho, aún sin poder moverse.

—Ya no es ella, mi señor.

DuBois cae al suelo, abatido y con tan solo un objetivo en la mente: la venganza.


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BASTARDO (Bilogía 1/2)Where stories live. Discover now