30. Bon jour, Justice!

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Desde su cabina, June podía escuchar el llanto de aquella neonata y los sollozos de la madre que descansaba en su camarote. Les había cedido su espacio, algo que Margaret no había aprobado, pero ¿qué iba a hacer, sino? No podía dejarla allí, le había hecho una promesa.

Entre las pertenencias que se había llevado al despacho, estaban la caja de nogal y el espejo, aquel en el que observaba sus cicatrices día tras día. Esa noche, tras el funeral y el arresto del italiano, no le gustó lo que vio. Nunca se había dado cuenta de lo huesudo y estrecho que era su cráneo ni de lo juntas que estaban las sienes. La cicatriz de la mejilla estaba más pronunciada, al igual que las arruguillas alrededor de los ojos y, en especial, las ojeras. La noche estaba por terminar y aún no había dormido. Apartó el cristal, se colocó el batín y agarró la botella de whisky.

Estaba vacía.

A desgana, tomó la lámpara de aceite y volvió a inspeccionar el diario de a bordo de Baker. En él figuraba una lista de importantes esclavistas, varios de ellos en la Novelle-Orleans, que era el lugar al que se dirigía el Ominira antes de ser abordado. Al menos, podría sacarle partido al viaje.

—¿Qué vamos a hacer con Giorgio? —comentó Margaret. Aún no había terminado de entrar; ni siquiera se había tomado la molestia de llamar o, menos aún, saludar.

—Matarlo, no queda otra. Se saltó las normas. —Guardó el cuaderno, se dirigió a la estantería y empezó a acariciar las solapas de los libros con las yemas—. Pero no aún. Acabamos de despedir a cinco compañeros. Condenarlo ahora sería una falta de respeto.

—Entiendo. —Margaret miró un segundo al suelo, siguió sus pasos y también acarició las solapas hasta dar con una de cerámica. Extrajo un libro falso. Cuando se lo mostró a June, esta endureció el gesto y se lo arrebató de las manos—. Estás perdiendo el control. Es normal. —La recién nacida volvió a llorar, la capitana apretó los párpados. Destapó el tomo y dio un largo trago al licor que albergaba—. Son muchos frentes abiertos, pero si no te centras, lo perderás todo —aconsejó la inglesa.

—¿Es que ya no confías en mí? ¿Tengo que preocuparme también de que me traiciones tú? —resopló.

Margaret se le acercó, despacio. Le quitó la botella y, al hacerlo, June sintió el roce helado de sus dedos mientras los ojos claros se posaban en sus labios.

Antes de hablar, bebió.

—Nunca te traicionaría, no podría aunque quisiera. Mi corazón te pertenece, mi reina. —Le dio la espalda y se sentó sobre la mesa, con la botella en la mano y las piernas entreabiertas.

—No me gusta que hables así.

Se acercó con intención de recuperar la bebida que tanto necesitaba, mas la muchacha aprovechó la situación: la apresó entre sus muslos, dejó el libro de cerámica a una distancia prudencial y la rodeó con los brazos.

BASTARDO (Bilogía 1/2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora