42. Hora de ajustar cuentas (parte 2)

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¿Acaso creían que un disparo podría destruirlo? A veces, los mortales son tan ingenuos... Fue molesto, sí, un leve dolor que incluso le supo a vida. ¿También pensaban que los tiburones se lo comerían? En todo caso, se los comería él a ellos, ¿no? Aunque tendría que estar muy desesperado para recurrir a algo así.

El ser humano es el único animal que ignora los sentidos de alerta; cualquier otro siente el peligro y huye antes de que sea tarde. No se deja engañar por disfraces ni buenas obras. Guardan las distancias y jamás se interponen en su camino. Sin embargo, la humanidad rebosa estupidez. Corre hacia su propia muerte por sentimientos que no valen nada o se deja encandilar por lo que una piel, una promesa o una mirada pueda decirles. Solo hay que encontrar la presa correcta y decirle aquello que quiere escuchar.

Cuando huyó de la isla, lo hizo con ansias de carne y sangre. Sin embargo, tras hablar con el intendente, comprendió que había algo que también ansiaba y no recordaba: poder. Tener a gente a sus pies y hacer lo que quisiera con ellos. Con un buen aliado, podía conseguir todo eso y más.

Tarik se dejó camelar por sus consejos, aunque no supo llevarlos a cabo. En fin, tiene tanto que enseñarle...

Alcanzar la fragata inglesa a nado no fue difícil. No para él. Sí lo fue, en cambio, mantenerse oculto y lejos del gato del pequeño traidor. Llegar hasta el intendente y tener su favor le facilitó las cosas; pudo hablar a escondidas con otros amotinados y, una vez preso el egipcio, prepararlo todo para la fiesta... que está a punto de comenzar.

Con todo el mundo en cubierta le es fácil llegar hasta Morgan. Ha oído hablar de él en varias ocasiones, pero todavía no ha tenido el honor de verlo en persona. A pesar de su edad, se mantiene en forma. Piel oscura, barba canosa, nariz ancha y ojos tupidos. Está claro que ha perdido visión, no obstante, su corazón bombea con fuerza.

—¿Matt? ¿Qué haces aquí? —le pregunta, ajeno a todo.

—Venía a hacerte una pequeña visita.

Sonríe con ímpetu y, antes de que el hombre pueda reaccionar, lo hace suyo. No es hasta que cumple la misión que tenía para aquel cuerpo que vuelve a Matt y, de paso, le da un último vistazo a Morgan. Podría darle un mordisquito, un tentempié, una mano, quizá ni la echaría en falta, pero sabe que las cosas pueden ponerse feas y todo buen plan conlleva una buena vía de escape. Sin despojarse de su instrumento —que algún día aprenderá a tocar— lo carga como quien carga a un borracho. Todos miran a la capitana, así que, tras depositar al maestro armero en un sitio seguro, se detiene a observar la función.

Cuando la daga del pelirrojo cae al suelo, Matt toma la zanfona y sonríe.

¡Hora de jugar!

¡Hora de jugar!

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BASTARDO (Bilogía 1/2)Where stories live. Discover now