Interludio I

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Está anocheciendo. Los últimos rayos de sol se cuelan entre los árboles, sutiles, intentando ocultar los restos de la batalla.

Unas llamas surgen de la nada y danzan entre ellas hasta formar, poco a poco, una figura humanoide. Se acerca con pasos livianos.

—Te he estado esperando —ruge—. Sabía que serías ideal. Lo sientes, ¿verdad? —No contesta, tan solo observa con morbosa curiosidad—. Eres mejor de lo que esperaba.

«Lo sé», piensa.

—He tenido al mejor de los maestros.

Unos sollozos les obligan a girarse. El general todavía respira. Se aproxima a él con pasos felinos y una media sonrisa pintada en los labios.

—Disfruta —le instiga aquel ser, que ahora se encuentra a su espalda—. Disfruta y dame lo que es mío.

El hombre cuelga del árbol con los pies apoyados en un saliente del tronco. El cabello, sucio y húmedo, cae sobre su rostro y le ensombrece la tez. Lleva el uniforme abierto y el vientre al descubierto. Los pantalones están mojados. Huele a orín.

—Es tu culpa. —Eleva la daga y con ella acaricia ese torso. Aún no ha empezado, pero el mero hecho de pensar en lo que le va a hacer le produce un grato cosquilleo—. Lo pasaremos bien.

—Por.... Por favor... —suplica el infeliz, pálido, con los ojos muy abiertos y la mandíbula tensa—. Solo cumplíamos órdenes.

—No debisteis hacerlo. —Traza una línea desde el esternón hasta el inferior de los abdominales. El ahorcado intenta defenderse con una patada, pero al soltar la pierna de la corteza, la soga del cuello le oprime con más fuerza—. Si estás quieto, esto será más fácil. —Chasquea la lengua, le agarra de la barba y le obliga a mantener la mirada—. Estarás quieto, ¿verdad?

—Sí, lo... Lo estaré.

Clava el filo con saña, hasta el fondo. El condenado grita de dolor. Mejor. Lo disfruta. Y aún lo disfruta más cuando le abre en canal.

La sangre fluye por el vientre formando una cascada que aterriza sobre la hierba y le ensucia las botas.

A partir de ahí, todo se vuelve más fácil, aunque ya no hay gritos y, por tanto, no es tan excitante. Termina la incisión vertical, separa los músculos con sus propias manos, estira de los intestinos y los va retirando con parsimonia.

Antes de terminar la tarea, una gota cae sobre su frente. El general llora. «Qué pena».

—Es tarde para lamentos. ¿No crees? —La respuesta es una afirmación silenciosa—. Bien...

«¿No debería haber muerto ya?», se pregunta. ¿Cuánto dolor y sufrimiento puede resistir un cuerpo? ¿Cuánto durará sin órganos que cumplan su función?

Algunas de las vísceras han descendido, por lo que no tarda hacerse con ellas. Aparta el estómago y rebusca entre capas de sangre y tejidos antes de dar con el hígado, el páncreas y los riñones.

Cuando termina, el general ya ha fallecido. Una pena.

Trepa a lo alto del árbol y se sujeta con los pies a la rama. Introduce la mano entre las costillas, arranca el corazón de cuajo, se acomoda y lo muerde.

La silueta llameante se eleva. Está rabiosa y confusa.

—Es mío —advierte.

—Es nuestro —replica con la boca llena—. Pero puedo compartirlo contigo. —Le ofrece un riñón y el demonio, sumiso, acepta las sobras.

—No puedo creer que en el mundo haya un mal peor que yo —espeta.

—Y ambos estamos atrapados en este lugar. —Con la manga se limpia los riachuelos carmesíes que se escurren entre las comisuras. Se relame los dedos y baja del árbol de un simple salto.

—Estoy cansado —confiesa aquel ser.

—Tranquilo, tu suerte está a punto de cambiar —sonríe.

BASTARDO (Bilogía 1/2)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ