29. Deja la mar, Tom; ¡Oh, déjala!

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Cuando Cillian y Elliot entraron en la enfermería, no se sorprendieron al ver que no eran los únicos

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Cuando Cillian y Elliot entraron en la enfermería, no se sorprendieron al ver que no eran los únicos. El cirujano del negrero, Michael, temblaba mientras cosía una puñalada en el hombro de Berta. Temblaba con razón, y no porque la marea se estuviera tornando violenta ni porque tras la batalla hubiese vuelto la lluvia, ni por los truenos que se escuchaban a lo lejos y que les recordaban la amenaza constante. No. La razón por la que temblaba era mucho más mundana: mientras él trabajaba, Anne amenazaba con rajarle el cuello.

Cillian no sabía que la contramaestre había despertado y se alegró de que así fuera. Se fijó en que, a pesar de estar intimidando con una cuchilla al indeseable que tenía al frente —porque después de lo que había presenciado, no podía llamarlo de otra manera—, los ojos de la muchacha de cabello negro y ojos pardos iban y venían hacia Anthon, quien permanecía sentado en una silla, con una pierna apoyada en el suelo y la otra... bueno, la otra ausente. Ante él estaba Julius. Este último lucía una herida en el antebrazo y el joven médico la examinaba a fondo arqueando las cejas sobre la montura. Al lado de Julius, se postraba Jane, una de sus compañeras de alturas y cuyo hermano, Tom, había perecido durante la batalla.

—No es nada grave —comentó Anthon.

Terminó de limpiar la herida al vaivén de las olas y la vendó. Elliot y Cillian permanecieron en el umbral sin decir nada, aún con la mano del poeta sobre la herida de su amigo, quien insistía en que no era para tanto cuando, evidentemente, sí lo era.

Una vez terminada la cura, Julius se levantó y abrazó a la chica.

—Siento lo de Tom —le dijo al oído, lo bastante fuerte para que todos pudieran escucharle—. No deberíamos haber abordado ese barco.

—No —contestó ella con un sollozo lleno de ira—. No deberíamos.

El Bastardo se sacudió y todos se aferraron a algo antes de recuperar la compostura. Luego, Julius y Jane se dirigieron a la salida. El poeta observó a la muchacha con la que tantas veces había trabajado. Llevaba el cabello corto, al mismo estilo que lo había llevado su hermano, y sus ojos castaños escondían la semilla de la venganza.

—Lo siento —mencionó el poeta, también.

Ella lo miró de arriba abajo y, antes de irse, susurró con voz fría:

—Tu guerrero será un buen capitán. Él nunca nos habría metido en esto.

Cillian supo que la muerte de Tom, junto con la de Joseph y los demás, había sido un gran punto a favor de Tarik. Elliot agarró la mano del poeta, la que se ceñía a la herida, y lo buscó con una mirada desesperada.

—Tú viste lo que sucedía en ese barco, Cillian. Yo no me arrepiento de haber peleado.

—Ni yo —añadió Berta. Su voz era potente y quebrada a la vez, rota por años de ron y guerra—. Esa escoria merecía morir. —Agarró el brazo de Michael, que por fin había dado la última puntada, y lo empujó hacia atrás—. Todos deberíais arder en el infierno. —Luego, se acercó también al umbral, con la mano zurda sobre el hombro que le acababan de coser—. Pero los altos no deberíais haber ido. Ni Joseph. Joseph debería estar vivo...

BASTARDO (Bilogía 1/2)Where stories live. Discover now