8. Fantasmas del pasado

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Cuando abandonó la mansión todavía era de noche

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Cuando abandonó la mansión todavía era de noche. No sabía cuántas horas había dormido, aunque estaba convencida de que no faltaba mucho para el amanecer.

Debía evitar que la vieran, lo que menos necesitaba era dar explicaciones que la tripulación no podría entender. Además, Jacques había sido claro: «has de ir sola». Por eso salió con sigilo por la puerta trasera. Atravesó el jardín y los viñedos de los que el anfitrión —o demonio— había hablado y fijó rumbo a su destino.

Bordeó la costa en dirección al Norte por el costado contrario al que habían desembarcado. Allí, a su derecha, las rocas se encontraban con el mar en un abrazo cargado de violencia y las algas se aferraban sobre la pétrea superficie. Por contraste, a la izquierda y en un nivel algo más alto, había un retazo de bosque que parecía estar completamente fuera de lugar.

El sonido de los insectos nocturnos que se ocultaban entre las zarzas la distraía mucho más de lo que le hubiera gustado reconocer. En el Bastardo tenían pulgas y piojos, incluso ratas, pero no grillos.

Avanzó erguida, dejando la fracción de bosque atrás y adentrándose entre los acantilados. Un ligero viento hizo tambalearse a la llama que llevaba en la mano. Esta bostezó y amenazó con apagarse. Por fortuna, resurgió. El resto del camino lo hizo agazapada para proteger la antorcha con su cuerpo.

El sol empezó a asomar tras la montaña. Este desprendía unos tímidos haces, sin la suficiente fuerza para iluminar el cielo, pero sí con la suficiente para poder ver algo más allá de la lumbre.

Ahí estaba la gran roca a la que Jacques la había enviado.

No podía distinguir el supuesto color blanquecino, mas al reflejarse entre las rocas, la poca luz que la alcanzaba producía embriagadores destellos que la hacían inconfundible. A los pies halló una abertura estrecha, tanto que tuvo que pasar de costado.

Decir que sintió miedo, seguramente, sería falso. En cambio, sí tuvo una sensación extraña: la de saber que una vez estuviese dentro no habría marcha atrás. Titubeó. El instinto y la curiosidad se batieron en un duelo en el que el primero jugaba en clara desventaja. Fue una batalla rápida. En menos de un segundo, la curiosidad había ganado la partida.

Una vez dentro, lo primero que notó fue un olor especial, una mezcla de moho y salitre. Las paredes lloraban y cientos de estalactitas despuntaban por toda la gruta, produciendo así, el sonido de un leve tintineo que se yuxtaponía con el de las olas que chocaban desde el exterior. Los pasos resonaban entre las paredes e, incluso, su propia respiración le llegaba de vuelta con la sensación de tener alguien a su espalda. A pesar de la estrechez de la entrada, la gruta se iba ensanchando de forma gradual hasta convertirse en un lugar amplio.

En el centro, vallado por rocas de granito, había una especie de lago de agua dulce. Se asomó a él y observó el reflejo que este le devolvía.

Vio su rostro, su pelo, su piel... y una sombra que se situaba tras ella.

BASTARDO (Bilogía 1/2)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon