16. Culpable

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Jungkook comenzaba a sentirse culpable. No era la clase de persona que pensaba antes de hablar, y mucho menos alguien que fuera a disculparse tras cometer un error. Solía, muy por el contrario, convencerse a sí mismo de que el resto de las personas debían aceptar su honestidad tajante o alejarse de una buena vez. No recordaba muchos momentos en los que se hubiera detenido antes de soltar un comentario acre cuando lo creía necesario, o de dar su opinión a pesar de no haber sido solicitada. Y entonces Jimin había sonreído durante el desayuno y dicho sin más:

—Decir lo que sea que estás pensando, cuando sea que lo estés pensando, no es ser honesto. Simplemente estás siendo un idiota insensible.

Su padre había hecho un gesto con las manos, casi indicando lo obvio, y el rubio había reído. Suave y delicado, sin una pizca de molestia o sorna. Y quizás ese fue el momento en que el castaño se dio cuenta de algo importante, o tan solo terminó de concebir algo que ya sabía. No conocía a Jimin. Así como probablemente tampoco lo hacía el resto de las personas que solían hablar a sus espaldas. Y ser consciente de eso era jodidamente molesto. Él podía soportar los comentarios mal intencionados mientras estuviera convencido de ellos, incluso podía ser él mismo quien los hiciera, siempre y cuando los creyera lo suficiente.

Pero Jimin no era el chico dorado de los maestros. No era ni el tipo angelical ni el carismático que promocionaban algunos. Y, por supuesto, no era la perra fácil de nadie. Había sido difícil salir de los prejuicios, eliminar la imagen tan distorsionada que se había creado durante las ayudantías, los almuerzos, las fiestas de facultad. Empezar a ver a quien estaba oculto tras capas y capas de historias era, sin duda, un trabajo difícil, pero cada pequeña cosa parecía derribar una barrera tras otra. Y aun así, ¿qué tanto podía saber él del rubio si tan solo interactuaban cuando ambos se encontraban en casa de su padre?

En realidad Park era más. Describirlo era así de simple. Más. Más listo, más elocuente, más molesto, más arrogante, más atrevido. Cuando el mayor entraba en confianza el ambiente se transformaba en un huracán, su personalidad arrasaba todo lo que estuviera a su paso y luego alguien tenía que encontrar la forma de solucionar el desastre. Y este desastre era precisamente el no poder volver a cerrar los ojos, no poder seguir pasando por alto las cosas obvias. Aquello que estaba frente a sus ojos.

Poco a poco el sentimiento que había comenzado a asentarse el día que vio al mayor con Namjoon se fue volviendo más y más pesado en su estómago. Cómo podía haber sido tan ingenuo. Sus años de adolescencia se habían esfumado rápidamente, pero la necesidad de aprobación, de encajar, había permanecido tiempo después. De no haber sido así, quizá hubiera notado el brillo en los ojos de Jimin durante sus ayudantías, el tono indulgente que usaba cada vez que alguien se quedaba una vez que terminaba la clase, o al menos la delica abnegación con la que existía. En cambio había decidió ignóralo, tomarlo por falso y engreído, y lo había orillado a sentir pena de sí mismo.

Antes de que el tren en que su mente se había subido siguiera su curso, la figura del rubio se removió a su lado. Jimin se frotaba los ojos lentamente, intentando deshacerse de la pereza.

—¿Quiéres pedir comida? —preguntó su padre desde la sala de estar. Jimin hizo un sonido de duda aún frotándose los ojos y luego miró a Jungkook. Su rostro tan amable como lo había sido las últimas semanas.

—¿Tienes hambre?

Jungkook negó. El mayor movió afirmativamente la cabeza.

—Comeré cuando llegue a casa o Jungkook obtendrá un cero mañana.

El castaño frunció el ceño y exclamó en reproche. Llevan como mínimo tres días estudiando y Jimin seguía sin confiar que fuera lo suficientemente capaz como para retener toda la información.

—Solo digo que si quieres la especialidad de Historia, al menos deberías, ya sabes, saber algo de Historia. —Jungkook bufó por lo bajo.

—No todos podemos ser señor perfecto.

La sonrisa de Jimin era malditamente molesta, pero últimamente lo ponía de buen humor.

Su padre se acercó por detrás antes de cruzar los brazos por sobre los hombros de Jimin y depositar un beso en su mejilla. Se veía cálido y cómodo, como si todas las cosas estuvieran en orden, y a la vez parecía fuera de lugar, como si no pudiera dejar de esperar algo diferente, como si tratara constantemente de conformarse. El castaño volvió a fruncir el ceño.

—Ya suéltalo, tengo un examen mañana y si no saco sobre seis tendré que volver a tomar esta materia el semestre que viene. No estoy dispuesto a eso.

—Entonces debiste estudiar antes —respondió el mayor comenzando a arrastrar a Jimin hasta el sofá. Jimin reía alegre. Luego un par de chasquidos húmedos, el lejano sonido del televisor encendido y finalmente pequeños susurros acompañados de una que otra risilla burlesca.

Jungkook no terminaba de entender porqué, si ahora Jimin le agradaba, no dejaba de sentirse incómodo al verlo con su padre.

SUGAR BABY | Kookmin [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora