24. Inocente

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Jungkook en su casa era una idea horrible. No había dejado de pensarlo durante todo el camino, sobre todo porque cuando intentaba enfocarse en otras ideas, solo podía comenzar a insultarse a sí mismo. Sí, claro, el niño pone ojos de cachorro y tú vuelves a arrastrarte por él. ¿Emocionado por presentarle a tus padres? Odiaba que su voz interna últimamente se pareciera tanto a Yoo, y odiaba mucho más que tuviera razón. Había estado deprimido por días, pero apenas Jungkook le había dado una mínima muestra de interés el mundo comenzó a parecer menos lúgubre. Y entonces: Le pareces asqueroso. Cree que eres ridículo. Es un niño mimado al que solo le interesa tu atención. Va a patearte lejos tan pronto como se aburra de ti. Y luego descubría al menor mirándolo de reojo, ansioso, tragando saliva constantemente, como si se estuviera esforzando por decir algo. No era suficiente, porque había sido tonto al permitirlo acompañarlo a casa, pero volver a creer que Jungkook sentía algo por él solo demostraría que se odiaba profundamente. No, él era mejor que eso, o al menos quería convencerse de que lo era. Tan ingenuo.

El castaño caminaba a su lado, cargando la bolsa con los trozos de pastel, pareciendo totalmente fuera de lugar e incómodo. Jimin estaba molesto, él debería haberse negado, mantenerse alejado de Jungkook era lo mejor que podía hacer por sí mismo y por la poca dignidad que había logrado salvar esa noche en el Lux. Y aún así, le costó demasiado tiempo reaccionar cuando lo vio fuera de la tienda, porque Jungkook lo había seguido y estaba esperando por él, con los ojos brillantes y el cuerpo tenso. Y entonces cuando el castaño preguntó si podía acompañarlo dudó y observó atentamente su rostro, no estaba seguro de lo que buscaba, pero solo encontró culpa y algo muy similar al anhelo. Sintió su estómago contraerse. Ridículo. Lo sabía, todo lo que tenía que ver con Jungkook era un error tras otros. No podía soltarlo fácilmente como hacía con tantas otras personas, y eso era ridículo.

Lo miró de reojo, el abrigo naranja terroso, los pantalones de vestir gris, el suéter café con pequeñas figuritas y el beatle celeste que destacaba entre tantos colores otoñales. Todo en perfecta armonía, dándole una imagen cálida que tenía a el rubio desconcertado. Alguien había tomado a Jungkook, le había enseñado que existían más colores que el negro y lo había lanzado al mundo, envuelto en papel de regalo para Jimin. Y él quería olvidar el dolor en el pecho que llevaba días acarreando, porque Jungkook se veía como el último rayo de solo de una tarde de verano, se sentía como la primera brisa cálida de la primavera. Namjoon había dicho una vez que para Jimin era fácil dejar ir a las personas porque nunca las dejaba entrar realmente a su vida, y el rubio no podía entender por dónde había entrado Jungkook, con la horrible personalidad que tenía en un inicio, con lo horrible que lo había hecho sentir. Algunas cosas están destinadas a pasar, dijo Yoo unos días atrás sin mucho ánimo. No lo estaba recriminado, no estaba molesto, simplemente entendía.

Abrió la puerta del departamento y lo dejó pasar, sin quitarle la vista de encima. Necesitaba ver que haría una vez que colisionara con su mundo y, para su sorpresa, lo escuchó soltar el aire que al había contenido antes de entrar. La casa de Jimin era acogedora, las paredes estaban pintadas de colores suaves y cálidos, y decoradas para las festividades. Las mismas guirnaldas que estaban en la cafetería adornaban el techo del departamento de Jimin, solo que estas tenían luces de colores que se encendían y apagaban en un ritmo perezoso. El mayor tragó al ver como los ojos de Jungkook brillaban al observar la decoración.

—Puedes dejarlo sobre la mesa —indicó débilmente, llamando lo atención del menor para que dejara de sostener la bolsa. Jungkook asintió. —Noona, estoy en casa.

Creyó ver a Jungkook fruncir el ceño, pero entonces su tía apreció desde la cocina con una gran sonrisa.

—¿Cómo te fue? —preguntó envolviéndolo en un apretado abrazo. Jimin se inclinó y hundió la nariz en el hueco del cuello de Shinhye, aspirando su aroma, sintiéndose en casa.

—Bien —respondió comenzando a soltarse.

Shinhye abrió los ojos sorprendida al alejarse del rubio, Jungkook los miraba tímido de pie junto a la mesa.

—¿Este es Taehyung? —preguntó sonriendo. Jimin rio intentando no ponerse incómodo.

—Ya quisieras conocer a Taehyung, pero le das miedo. Es Jungkook.

La mujer formó una pequeña 'o' con la boca, sin decir nada. Probablemente no debería haberle hablado a su tía tanto sobre Jungkook si luego lo iba a llevar a casa con si nada. En su defensa, hace algunos meses quería asesinarlo y hace unos días volver a hablar con el chico parecía una mala broma.

—Un gusto —dijo el menor, moviéndose solo lo suficiente para darle la mano a Shinhye. Ella tomó su mano suavemente, entrecerrando los ojos. Jimin supo que su tía diría algo que lo haría desear desaparecer.

—¿Te pareces a tu madre?

—¡Noona!

—Solo quiero saber —se excusó. —Tú te pareces a tu madre, y deberías estar agradecido. No sé qué sería de ti si te parecieras a tu padre. No te dejaría vivir aquí.

—Noona... —reclamó nuevamente, esta vez luciendo indignado.

Y luego Jungkook rio. Un dulce sonido que le brotaba desde el pecho. Jimin se estremeció antes de voltear a verlo. Tenía las mejillas sonrosadas y una adorable sonrisa en el rostro, los ojos brillantes y el cabello despeinado, se veía muy joven. A Jimin le dolía el pecho. Era tan malditamente injusto.

—En realidad —comenzó— suelen decirme que me parezco más a mi padre.

—Ya veo —dijo asintiendo levemente—. ¿Te quedarás a cenar?

—No creo que sea buena idea —respondió Jimin si darle oportunidad al menor. Shinhye sonrió divertida dirigiéndose a la concina.

—Tranquilo, cancelaron el vuelo de tus padres por la nevada. Tu amigo puede quedarse, la cena estará lista en unos minutos.

La mirada que Jimin le dirigió a Jungkook no debió ser muy agradable, porque el menor se encogió vagamente en su sitio. 

SUGAR BABY | Kookmin [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now