Chocolate

98 21 1
                                    

Eddie se recreaba en la sensación del viento helado cortándole las mejillas, dejando atrás millas de asfalto. Echaría de menos su moto una vez llegaran a Los Ángeles.pero los doscientos dólares que llevaba en el bolsillo no iban a ser suficientes ni para pagar el combustible. Al menos, vendiéndola esperaba poder sacar tres mil dólares.

"Pero te encanta" refunfuñó Ve cortando su hilo de pensamiento.

–Necesitamos el dinero –Eddie gritó sobre el ruido del motor rugiendo mientras zigzagueaba entre los coches.

"El dinero es estúpido" Ve parecía inquieto. Eddie podía notar un escalofrío cada vez que el simbionte se deslizaba muy cerca de las capas más externas de la piel haciendo que se le erizara el vello de todo el cuerpo.

–No voy a discutírtelo –Eddie rió recordando los debates con su profesor en Política económica–, pero seguimos necesitándolo si queremos llegar a Nueva York.

"Podemos hacer lo que queramos Eddie, no hace falta que sea Nueva York" Eddie echaba de menos notarlo directamente contra su piel pero le daba miedo que alguien pudiera darse cuenta de que la masa negra que a veces manchaba su piel estaba viva.

–La otra opción es vivir como ermitaños en medio del bosque. –Eddie pisó el acelerador–. Sin chocolate y sin televisión.

"¿Qué? ¡No! Chocolate, Eddie. No podemos quedarnos sin chocolate." Ve protestó alarmado.

–Lo sé, cielo –Eddie suspiró pensando en la incertidumbre que los esperaba al final del trayecto–, no me importa perder la moto si con ello podemos mantenernos a salvo.

***

La autopista transcurría pacífica a través de millas y millas de una planicie que parecía eterna. Los viñedos parecían pintados sobre el color arenisca de la tierra al otro lado de la carretera. El Otro se recreaba en la monotonía sublime del ruido del motor y del palpitar constante del corazón de su huésped e intentaba no obsesionarse con el remordimiento que lo carcomía lentamente.

Los sabores de Eddie lo confundían, dulces y frescos como no los había probado antes pero con un regusto amargo que hablaba de nerviosismo. Era como si estuviera intentando esconder sus auténticos pensamientos tras un muro de entusiasmo. Hacía poco que habían dejado atrás el cartel de Modesto cuando Eddie detuvo la moto entre dos trailers y se pararon a almorzar. Las calles eran anchas pero carentes de cualquier rastro de vida. Muchos de los locales parecían abandonados hacía tiempo.

Las mesas del bareto estaban ocupadas por hombres solitarios, perdidos en sendas tazas de café y distraídos en las pantallas de sus teléfonos móviles. Todo el local olía a fritanga y café barato. Eddie se sentó en la única mesa libre y cogió la carta leyéndola sin prestarle demasiada atención.

–¿Batido de chocolate? ¿Tortitas, bacon y huevos revueltos? –Eddie susurró–. ¿Va bien, Ve?

"Y patatas fritas" el Otro se deslizó hasta el exterior, materializando algunos filamentos alrededor de las muñecas de su huésped.

–Y patatas fritas, de acuerdo. –Eddie lo miró exasperado antes de sacar una pequeña libreta de la mochila con todo lo que se habían llevado desde San Francisco y siguió transcribiendo números de teléfono desde su móvil.

"Lo sentimos, Eddie" El Otro alargó uno de los tentáculos hasta formar una garra que cubría la mano de su huésped por completo. No podía evitar pensar que era su culpa que hubiesen tenido que dejar atrás todo lo que les importaba.

–No lo sientas –Eddie suspiró–, si no fuera por ti estaría pudriéndome en el fondo de la Bahía de San Francisco. Lo que me importa sigue aquí conmigo.

El Otro no pudo evitar ronronear deleitándose en el sabor suave de las palabras de su huésped.

–¿Lo sabes ya? –la camarera los interrumpió, sacando una pequeña libreta del bolsillo delantero de su uniforme.

Eddie se sobresaltó, escondiendo su mano derecha debajo de la mesa. La ansiedad diluyó los sabores dulces. El Otro volvió a hundirse, haciéndose un ovillo alrededor del estómago de Eddie. El sabor amargo del nerviosismo se hizo menos intenso a más se hundía en las entrañas.

–Perdón, sí. –Eddie cogió de nuevo la carta y dibujó una sonrisa forzada. La mujer los miró con una cara extraña. No era la primera vez que creían que Eddie estaba loco desde que eran Venom. El Otro hubiese querido poder manifestarse en medio del local y demostrarles que Eddie era mejor que todos ellos.

La mujer no tardó mucho en servirles un enorme batido de chocolate, dos platos de tortitas con sirope de caramelo, una montaña bacon crujiente acompañado por huevos revueltos y unas patatas fritas doradas y crujientes. El Otro robó una de las tortitas y se dispuso a dejarla a buen recaudo.

–Nueva York te gustará –Eddie balbuceó sin acabar de masticar una pieza de bacon–. Es la ciudad con más heridos por arma de fuego en el mundo. Mucha gente mala a la que poder comerse.

"Nueva York me gustará porque estaremos juntos, Eddie".

MALA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora