Eddie

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La recepcionista del hotel lo miró con recelo. Su aspecto no era el habitual entre los clientes, pero aunque la ropa fuera de segunda mano, estaba limpia y no olía a rancio. Sin ningún pudor, Eddie sacó seiscientos dólares del bolsillo. No les quedaba mucho más, pero si no había ningún lugar en el que pudieran estar a salvo, al menos iba a disfrutar hasta el último centavo.

–Que tenga una buena estancia –la chica contestó educada.

Eddie no se molestó en contestar, cogiendo la tarjeta del mostrador y colgándose su maleta al hombro. Aún recordaba dónde estaban los ascensores desde la última vez que había estado allí con Anne.

"No me gusta" la voz de Ve refunfuñó en su cabeza.

–¿El qué? –Eddie susurró sin tener muy claro a qué se refería Ve.

"La mujer. Nos miraba como si se creyera mejor que nosotros" el simbionte se quejó indignado.

–Mi aspecto no ayuda mucho. –Eddie se encogió de hombros y entró en el ascensor.

El botones tardó un segundo en reaccionar antes de saludarlo y picar el botón que los conduciría hasta las plantas superiores.

Eddie respiró hondo nada más cerrar la puerta de la habitación y dejó caer la bolsa que los había acompañado desde San Francisco al suelo. Se sentía tan cansado y tremendamente viejo. Ve recorría su cuerpo inquieto. La separación había sido traumática para los dos pero al menos volvían a estar juntos.

Los filamentos azabache emergieron desde sus brazos, curiosos por lo que les rodeaba. Ve lo controló por un instante, acercándose al ventanal. El ocaso brillaba entre los edificios y dibujaba una panorámica espectacular de la ciudad. Eddie seguía sin sentirse cómodo cerca del ventanal pero el vértigo se mezclaba con el asombro que irradiaba del simbionte, completamente enamorado con la imagen frente a ellos.

–Pensé que te gustarían y no hay riesgo de que un avión nos haga caer al vacío. –Eddie rió nervioso al recordarlo.

Como una serpiente sinuosa, Ve se enroscó en su brazo, dejando que su cabeza descansara sobre el hombro de Eddie. Sus enormes ojos opalescentes fijos en el paisaje más allá de la ventana.

"Gracias, Eddie" Ve ronroneó contento.

Eddie se dejó caer en la cama, el colchón blando y las sábanas suaves bajo las palmas de sus manos. Sin ninguna prisa, se desnudó, la moqueta cálida bajo sus pies. Notó el cosquilleo contra su vientre, contra sus muslos y en la espalda. Ve acariciaba su cuerpo, pintando hasta el último rincón de un azabache brillante. Eddie se quedó ensimismado, recorriendo los reflejos de los últimos rayos del sol sobre su cuerpo. Era hermoso.

–De nada –susurró no queriendo molestar al silencio. Envuelto el el calor de su simbionte, Eddie se quedó dormido, su ropa abandonada en el suelo.

***

En la oscuridad de la habitación, las luces de la ciudad parecían teselas en un mosaico. La respiración acompasada de su huésped era lo único que se oía en la habitación. Aferrado a Eddie, el Otro pensaba. A veces, el hombre lo aterrorizaba pero no se arrepentía de nada. La puerta se abrió con un crujido casi imperceptible y volvió a cerrarse con un leve clic. Los pasos se acercaron silenciosos.

El otro envolvió por completo a Eddie, su rostro oculto tras una máscara llena de dientes afilados.

–¿A qué has venido? –la voz de Venom retumbó furiosa.

Incluso en la oscuridad, Venom podía ver a la mujer con claridad, su mechón fucsia cayéndole sobre la frente. La mujer se detuvo, los brazos alzados y las palmas extendidas, poniéndose en una falsa situación de desventaja. En su interior, Eddie despertó desconcertado.

–Hará dos meses, una tal Carl Brock puso una denuncia que nadie se hubiese tomado en serio sin saber nada de los experimentos de la Life Foundation. –La mujer habló sin inmutarse por la lengua que goteaba saliva dejando un charco en la moqueta.

En su interior, Eddie se estremeció al escuchar el nombre de su padre. Sin tener demasiado claro si estaba haciendo lo correcto, dejó que Eddie recuperara el control. El tamaño amenazante de Venom, desapareció. Sus manos, aún de un color negro brillante, dejaron de ser garras para volver a tener dedos.

–Según la denuncia, un monstruo estaba controlando a su hijo y lo había atacado en su propia casa. –La mujer continuó.

El Otro notó la carcajada histérica formándose en el pecho de su huésped y consumirlo por completo. Lo único que Eddie había querido era ayudarlo y su padre se lo había vuelto a robar todo.

–Aquí el único monstruo es Carl Brock. –La voz del Otro reverberó en los labios de Eddie–. Deberíamos haberlo devorado cuando tuvimos ocasión –gruñó, los tentáculos viscosos formando su rostro lovecraftiano.

El Otro odiaba a Carl. Lo odiaba. Odiaba cuan insignificante hacía sentir a Eddie. Eddie era suyo. Suyo y de nadie más.

–¿Por qué no lo hiciste? –La mujer lo miró sorprendida, bajando las manos.

–Eddie nos pidió que no lo hiciéramos. Nunca haríamos nada que pudiera hacer daño a Eddie. –El Otro no pudo evitar volver a sentir la vergüenza que lo había carcomido aquel día. Los gritos de Eddie y el terror. El Otro contuvo el impulso de hacerse un ovillo en la entrañas de su huésped. La última vez, esconderse no les había hecho ningún bien.

–Sólo queremos que nos dejen en paz. –Eddie parecía haberse tranquilizado un poco. Agotado, se sentó en la cama, su mirada perdida en los dedos de sus pies.

El Otro seguía pendiente de los movimientos de la mujer, aún receloso de sus intenciones. Antes de que el Otro pudiera reaccionar, la mujer les lanzó un sobre. El simbionte lo capturó con uno de sus tentáculos, observándolo como si fuera una bomba a punto de explotar.

Eddie se lo robó. Al abrirlo había una nueva tarjeta identificativa y un número de seguridad social, una cartilla con algo de dinero y el nombre Eddie Sym. Eddie alzó el rostro sin entender lo que estaba viendo.

–Pensé que te gustaría el apellido. –La mujer se encogió de hombros.

–¿Por qué nos ayudas? –Eddie la miró con suspicacia, la documentación falsa entre sus dedos.

–Algo de lo que dijiste me hizo pensar. Dijiste que está aprendiendo y todo el mundo merece una oportunidad, da igual que no sea humano. Así que bueno –Melissa se encogió de hombros.

–¿Y ya está? ¿Hasta cuándo? Todo tiene un precio. –El Otro notaba el corazón de Eddie a punto de estallar contra su pecho.

–Tendrás que fiarte de mí. –La mujer sonrió apartándose el mechón rosa de la cara antes de darse la vuelta.

–¿Cómo te llamas? –Eddie preguntó dándose cuenta que no lo sabía.

–Melissa. –La mujer se giró una última vez antes de desaparecer cerrando la puerta tras de sí–. Adiós, Eddie.

MALA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora