Pólvora y sangre

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Eddie prefería las calles concurridas, donde la multitud los protegía con el anonimato. Ve parecía haberse enamorado de las luces de los carteles. Times Square se había convertido, sin mucho esfuerzo, en su lugar favorito. Quizá algún día incluso se podrían permitir comprar entradas para algún musical aunque ahora mismo ese día parecía muy lejano.

Eddie no se había atrevido ni a intentar alquilar una habitación en algún motel de mala muerte. Por las noches dormían en callejones solitarios y húmedos, entre cartones y con el olor de la basura colapsándole el olfato. No era la primera vez que sobrevivía sin un lugar en el que caerse muerto y al menos esta vez no estaba solo.

Eddie dormitaba, resguardado de la corriente tras un contenedor. Estaba convencido que hacía días que su ropa apestaba pero apenas notaba el olor. La miseria era buena maestra cuando se trataba de perder los escrúpulos.

"Tenemos compañía" Ve susurró sacando a Eddie de su letargo. El simbionte parecía vibrar bajo su piel. "Huele a pólvora y sangre". Los primeros filamentos empezaron a formarse a su alrededor percibiendo los aromas en el aire.

Antes de poder reaccionar, Eddie se encontró tumbado en el suelo. Los disparos hicieron eco en el callejón oscuro. Ve los rodeó con su masa, su sonrisa de tiburón dejando escapar una lengua infinita. Una nueva ráfaga de balas dibujó un arco sobre su pecho y se clavó en sus hombros y sus piernas.

–Si insistís en convertiros en nuestro desayuno. –Venom se relamió antes de saltar dándose impulso y aterrizar tras los hombres de negro que pretendían cerrar la boca del callejón–. Parece que no queréis entender que es mejor dejarnos en paz.

Venom levantó a uno de los hombres como si no pesara absolutamente nada y lo partió en dos. La sangre salpicó el ladrillo. Eddie podía notar las gotas resbalando contra su mejilla, calientes al tacto. Venom se relamió, paladeando el sabor metálico contra su lengua. Podía oír los latidos de la docena de hombres a su alrededor, acelerados por el miedo y perdiéndose entre el ruido de las ráfagas de balas.

"Tenemos que irnos" Eddie notaba como la sed de sangre les hacía perder el mundo de vista. "Tenemos que irnos ya" insistía intentando no perder la batalla contra el hambre que parecía querer hacerlos enloquecer. "¡Ve! ¡Tenemos que irnos ya!"

Esa gente les había robado su vida pero podían saciar su hambre. El grito atravesó el callejón como una daga recién afilada. El sonido se clavó en su cabeza, el dolor atroz los cegó por completo. La onda expansiva los tiró a todos al suelo y arrastró cascotes con ella.

Eddie se golpeó la cabeza contra la pared de ladrillo rojizo.

–No somos asesinos. –La visión de Eddie aún estaba borrosa cuando la figura de una mujer se dibujó a contraluz en la boca del callejón. Su mano alzada parecía ser lo único que los mantenía a salvo por el momento.

–Habla por ti. –Otro tío había entrado en el callejón cargando un rifle de francotirador al hombro. Eddie estaba convencido que llevaba una diana en la frente.

Eddie notó la sangre resbalándole por la frente, dónde algunos cascotes le habían hecho cortes. Seguía sangrando.

–¿Ve? –susurró intentando notar al simbionte bajo su piel. Con esfuerzo, se incorporó. Una de las pistolas de sus asaltantes había terminado abandonada a su lado. La cabeza le seguía dando vueltas y tenía ganas de vomitar.

–Yo me quedaría dónde estás. –La mujer lo miró condescendiente–. Sólo queremos al alienígena. No tienes porque verte más involucrado.

La masa inerte de Ve parecía un charco de grasa en medio del callejón a los pies de la mujer, los primeros rayos del amanecer dibujaban un halo alrededor se su cabello de un cabello rubio casi bordeando el blanco más absoluto.

–No puedo hacer lo que me pides. –Eddie se irguió, escondiendo la pistola en su pantalón y levantando las manos en señal de rendición–. No puedo dejar que os lo llevéis. Respiró hondo y dio un paso seguro hacia adelante.

–Tú mismo has visto lo que acaba de hacer. –La mujer parecía reacia a acercarse más al simbionte.

–Dejaros de juegos. –El hombre con la diana en la cabeza alzó el fusil. Eddie notó como se le helaba la sangre.

–¡Bullseye! ¡Para!

Era como si el mundo se hubiese quedado mudo. El sonido del silencio era como un pitido agudo. Eddie se cubrió los oídos. El callejón estalló en caos. La voz de la mujer lo había dejado sordo. Eddie ni siquiera sabía si Ve seguía vivo. Su cuerpo seguía inmóvil en el suelo. Pero parecía que lo peor del impacto se lo había llevado el loco de la diana.

Eddie se arrastró rezando para que su peor pesadilla no se hubiera convertido en realidad.

–Ve... –Alargó el brazo–. Ve... –suplicó protegiendo entre sus brazos el cieno negro.

Era como si el tiempo se hubiese detenido. En cualquier momento podía notar una bala perforándole la nuca pero lo único que le importaba era alejar a Ve todo lo que pudiera de allí. Eddie arrancó a correr sin prestar atención a nada de lo que lo rodeaba. Notaba el corazón estallándole contra el pecho. Estaba seguro que iba a acabar escupiéndolo por la boca.

Corrió hasta encontrarse en medio de la calle. El coche frenó a escasos centímetros.

Notó las miradas de la gente clavándosele como agujas. La sudadera roñosa estaba manchada de sangre, incluso sus manos, su rostro. La sangre reseca le apelmazaba el pelo contra la frente. La mujer avanzó despacio, una sonrisa dibujada en los labios.

Eddie apuntó el arma.

–No es un monstruo. –Le temblaban las manos. Nunca antes había apuntado un arma contra alguien. Su dedo estaba en el gatillo, sólo tenía que apretarlo–. Puede aprender como nosotros. Sabe diferenciar lo que está bien de lo que está mal. No podéis llevároslo. –Eddie apretó la masa de informe del simbionte con aún más fuerza contra su pecho.

–Ha partido a un hombre por la mitad. –La mujer lo miró, avanzando entre la multitud que los miraba–. No sé que te ha hecho para que puedas ver algo bueno en un ser capaz de hacer algo así pero

–¡Lo único que queríamos era poder vivir tranquilos! –Eddie gritó.

El disparo resonó por encima del ruido de los coches. Los gritos de la gente se le clavaron en el cerebro. No recordaba haber apretado el gatillo pero la sangre manchaba la camisa de la mujer como si quisiera dibujar una rosa. Eddie le había disparado.

Tiró el arma al suelo, horrorizado. La mujer se desplomó, inconsciente. Tenía que hacerlo. Quería llevarse a Ve. Quería llevarse a Ve y Eddie no podía permitirlo. No podía dejar que se llevara lo que más quería en este mundo. En sus brazos, Ve seguía sin reaccionar. Un nuevo disparo resonó en la calle. La gente huyó en embestida. El loco de la diana avanzaba, el fusil preparado para volver a dispara. Eddie reconoció la sonrisa sádica del hombre del autobús. Sabiendo que no iba a tener la misma suerte dos veces, Eddie desapareció entre la multitud.

MALA VIDAWhere stories live. Discover now