40. Lo peor no pasó

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HOWARD
EDÉN: 19 - AVERNO: 1

—¿Estás listo para esto, hijo? 

Mamá analiza la desanimada versión de mí que se estira sobre la cama con el temple de la mujer sobreprotectora que siempre fue. Esta vez, no puedo ni tampoco pretendo ser quien detenga sus esfuerzos de cuidarme. 

Cuando tu cuerpo no responde a tus órdenes y ves como literalmente tu vida se desvanece ante una crisis que escapa de tu control, uno entiende que ha excedido límites que jamás deberían haber sido excedidos: los límites que mantienen estable nuestra sanidad mental.

No pensé que lo lograría. No creí que el hoyo oscuro en el que me había metido me dejaría volver a la superficie. No imaginé que la falla crítica que tintineaba de forma continua frente a mí podría detenerse, porque el daño acumulado asomaba ser irreversible. 

Lance y Jessica Saint me encerraron en sus brazos, se vistieron de superhéroes y me dieron la entereza que necesitaba para volver a respirar con normalidad. Aún con los recuerdos difusos en mi memoria, sé que fue su amor incondicional el que logró calmar el Sistema desatado, causante de mi alma quebrada. 

Tras hibernar por dos días en el dormitorio de mis padres —porque el mío necesita serias refacciones— y de prácticamente no levantarme de mi cama, ellos ya no quieren retrasar una conversación que le dará sentido a mi videncia, los dolores de cabeza y la anarquía cerebral que me persigue, por más que invoque un nuevo tipo de daño. 

No sé a qué se refieren y eso me estremece.

—Dame un segundo. Creo que necesitaré cargar mi agüita para esto. —Hago un esfuerzo considerable para tomar la botella vacía posada al lado del velador. 

Tomo una de las batas que hace muchos años papá se llevó de un hotel de California —ni los cristianos se salvan de tentaciones tan mundanas— y hago el recorrido hasta el baño de mis progenitores. Bueno, miento. Las últimas jornadas me adueñé de su posesión. Como nadie quiere molestarme ni alertar esa tan aterradora falla crítica del Sistema otra vez, mi familia ha hecho todo lo posible para tratarme como si fuera el rey de Holanda en su lecho de muerte. 

Bastante cerca estuve de pasar a mejor vida. 

—Dame una H... Dame una O... Dame una W... Dame una A... —Quizás debería haber sido parte del equipo de porristas. Tengo un claro talento natural para las piruetas, lo aprendí de las ovejas que saltaban los alambrados y las cercas de la granja Jenkins—. Dame una R... ¡Dame una mega-super-hiper-duper D, porque aquí llegó Howard, príncipe de cristal y destructor de dormitorios personalizado!

—¿Hermano? ¿Estás bien? —Observo a Britney a través del espejo mientras me lavo la cara con esmero y continúo gesticulando en el show personal que se armó mi imaginación. 

Dejo de utilizar el cepillo como micrófono y la crema para afeitar como bigote cuando me doy cuenta de que Britney evalúa si me está dando otro tipo de ataque. Reencontrarme con mi espontaneidad y mis deseos de niño han sido dos de las cosas que me han permitido resurgir en estos días.

—Claro. No te preocupes. Estaré con ustedes en un segundo. —Cargo la botella de agua en el lavabo y guardo el resto de los objetos en su lugar, pero mi hermana sigue fija en su lugar como una estatua—. ¿Necesitas algo?

Éticamente hablando, te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora