6. Tolerancia al cuadrado

9.8K 1.6K 929
                                    


HOWARD
EDÉN: 17 - AVERNO: 1

Caminamos hacia el dormitorio y siento el terror aflorar en mí. Es solo un rotulador, podré con ello. Me aferro a la hoja de mi contrato de coexistencia como si mi vida dependiera de ello.

Me siento intimidado por los estímulos del Diablo que rodean la habitación de mi impenetrable compañera de trabajo, Azariah Jenkins, que se cierne imponente ante mí tan pronto damos un paso dentro. Busco someter mi vista a las inmediaciones de lo que me corresponde para no caer en el malestar de este entorno tan complejo como irresponsable.

Aun así, estoy fallando estrepitosamente. No importa cuánto intente, el desastre me persigue a donde mire. A mi izquierda, unos dibujos tan dark como el alma de Lucifer cuelgan de un armario descuidado. La cama toda desbaratada con las sábanas por cualquier parte alteran mi actitud obsesiva con el orden de las salas. Sigo girando mi cabeza y me encuentro con una mesita todavía más desorganizada que el mismo aposento de descanso de la dama, con lápices, lapiceras, hojas y todo tipo de útiles dispuestos entre el espacio y el suelo. Por lo alto veo un par de repisas con fotos encuadradas de la familia completa que hasta ahora desconocía.

Me acerco para verlas con más detalle. Por una extraña razón, la mirada de su madre me genera una sensación de calma:

—Qué bonita que es tu mamá —comento con una sonrisa ladeada para mostrarle a Azariah una vez más que no soy ninguna amenaza para ella.

Mi compañera revolea los ojos en un movimiento drástico para evitar nuestro cruce de miradas. Al menos así lo interpreto cuando me da la espalda y susurra a un volumen que fuerza mi oído al máximo:

—Está muerta.

La noticia me redobla el estómago para dejarme perplejo. No tengo muy claro qué ni cómo contestar, así que me dedico a balbucear de forma incansable con el objetivo de encontrar una palabra que se amolde a lo que se espera de mí tras una revelación así.

Me acerco temeroso en un intento de consolación para acariciar los hombros de Azariah, que juega disimulada con su pulsera.

—Como se te ocurra tocarme voy a cumplir mi promesa y tendrás que despedirte de esa dentadura que tienes.

Doy tres pasos hacia atrás y caigo de espaldas contra la cama del terror que me causa su tono embrujado. Me apoyo contra la pared para hacerme un ovillo mientras observo como su presencia consume mi alma.

Empiezo a rezar tres Ave Marías para que, una vez más, este trabajo no termine con un resultado catastrófico. Evalúo mentalmente lo mucho que me costará alcanzar el Nivel 20 del Edén para poder eliminar una de mis adicciones y convertirme en mejor persona. Con Azariah merodeando, cada paso puede ser el último. Solo le pido a Dios que sea respetuoso con mi destino, pues yo no he elegido meterme en toda esta tramoya. No quiero sumar más puntos en el Averno, y menos que menos subir otro nivel.

Una adolescente que asumo es la hermana menor que acabo de ver en la fotografía se asoma en la habitación para salvarme la vida.

—¿Volviste a tomar el cargador de mi...? Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? ¿El objeto sexual de turno? —pregunta con tono burlón, pero sin dirigirme la palabra.

—Hola, yo soy...

Interrumpirme ya se está haciendo rutina.

—No es nadie, solo un compañero —responde con cizaña en lo que empiezo a interpretar es su modo usual de decir las cosas—. No, este no es el de química —añade con una mirada de advertencia cuando la otra está por hablar, lo que me desconcierta—. Tampoco tengo tu cargador. Lo habrás perdido con tu dignidad en casa de ese imbécil.

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now