10. Convenio de equilibrio

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HOWARD
EDÉN: 17 - AVERNO: 1

—Lo tuyo se llama falsa tolerancia —repite Azariah.

Pretendo suspirar como cuando la gente quiere demostrar malestar, pero no tengo idea como se hace. En cambio, me conformo con un revoleo de ojos aleatorio que creo que en vez de generar discrepancia con su afirmación termina dando un mensaje equivocado.

Intento encontrar formas de que nuestras opiniones conecten para restaurar la armonía perdida. Avanzar con el trabajo se está haciendo más difícil de lo que pensaba.

—No se trata de eso...

Mueve frenéticamente las manos antes de interrumpirme, lo que hace que me tire para atrás del susto. Necesito meter a esta señorita en una fuente de agua bendita.

—¿De qué se trata entonces? —Bufa antes de continuar. Busco grabar en mi mente ese suspiro resignado que hizo para ponerlo en práctica la próxima vez que lo necesite—. Tú, Mery Stuart, y todos los que van dando vueltas por la vida pensando que son superiores al resto por sus supuestas buenas acciones, en realidad solo están consumidos por lo que quieren, pero no pueden decir. ¿Alguna vez te pusiste a pensar que ni siquiera eres capaz de pronunciar la palabra nalgas como una palabra normal? ¿Pompis? ¿En serio? Hasta Oklahoma llama las cosas por su nombre.

No tengo muy claro qué contestar a la catarata de acusaciones de mi compañera. Decido aferrarme a mis creencias, sobre todo la de las pompis, y dirijo la conversación hacia el único punto de toda su locución en el que siento que podemos llegar a estar de acuerdo:

—Mery no está por encima de nadie. Me ha roto el corazón en pedacitos con su desdicha...

—Exactamente. Mírala a ella, mira lo que te ha hecho. No se atrevió a demostrar que se ha rebajado a la gente del Averno y por eso prefirió mentir y ocultar su verdad. ¿Me refutarás eso también? —pregunta escalando los niveles de nerviosismo a cada palabra, aunque manteniendo un récord de cero insultos verdaderamente admirable para lo que me tiene acostumbrado.

—Sí, no, bueno, no sé... ¿Podemos volver al tópico del trabajo, por favor? —digo rascándome la mejilla con el mismo carácter dubitativo. 

Las ideas me dan vueltas y no he tenido tiempo de ponerme a evaluar lo que me ha hecho mi mejor amiga. Me es imposible llegar a cualquier conclusión que me deje conforme, y menos que menos la de una mujer del Averno con las perspectivas inversas.

Se ve que mi contestación no la deja a gusto en absoluto. Lanza otro manotazo efusivo. Oh, por la Santa Virgen María. Aquí llega la tempestad.

—¿Te das cuenta lo que haces, Howard? ¡Eres un orgulloso, un mente cerrada! Ni siquiera eres capaz de reconocerme algo tan simple como que tu amiga te ha traicionado porque no se atrevía a defraudarte.

Un atisbo de rabia desconocida aflora en mí como nunca antes. Me molesta estar sentado con un trabajo de filosofía cuando debería ponerme a rezar o mirar el techo y poder digerir lo mucho que me afecta que mi mejor amiga no es quien yo creía. En cambio, debo escuchar que una persona como Azariah me dé sermones sobre lo que puedo y no puedo ser. 

Llamo a los once colegas de Jesucristo para que me den calma y paciencia, pero me es imposible cuando se me empiezan a cruzar imágenes de todos los momentos que compartí con Mery y que ahora los siento como un recuerdo negativo que no debería estar grabado. Lo bueno se convierte en malo, y una turbulencia arrolladora se apodera de mi humor. Ni las voces de Santiago y Mateo, mis apóstoles favoritos, son capaces de acallar el sentimiento de culpa por no haber notado la traición en todo este tiempo.

Éticamente hablando, te quieroWhere stories live. Discover now