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Nadie aprecia lo que tiene hasta que lo pierde y yo no sólo lo he perdido todo si no que además he arrastrado a mi familia conmigo. Destruí mi vida y la de todos mis seres queridos intentando complacer a una maldita mujer...

Tenía más que claro cuál había sido el momento en el que lo mandé todo al traste. Hasta los 17 años fui lo que se dice plenamente feliz, tenía una familia maravillosa, unos padres no demasiado estrictos ni demandantes, cuatro hermanas estupendas y alocadas y un grupo de amigos inmejorable... es curioso como las cosas pueden cambiar tan tapidamente, como un par de años pueden convertir tu vida de un paraíso a un infierno.

No diré que fui un santo, porque ni a mis 14 años lo era. No había algo que me gustara más de niño que fastidiar y pelear con mis hermanas, pero jamás permití que otra persona que no fuera yo lo hiciera. Tampoco quedo exento de gastar una que otra mala pasada a algún compañero o profesor, ni de robar alguna botella de alcohol del despacho del director... pero nunca pensé que mis acciones pudieran desencadenar algo más que un par de gritos, azotes o sanciones. Sin embargo, mi egoísmo, inmadurez e inconsciencia llevaron mi vida y las arcas de mi familia al vacío más absoluto.

-¡Princesa mueve el culo de una puta vez!

La voz del contramaestre me despertó con brusquedad, continué tumbado en mi coy unos instantes sintiendo como el balanceo del barco movía la basta tela que había sido mi cama los últimos cinco años de mi vida. Subí a la cubierta y no pude evitar recorrer con la mirada el que ahora ya consideraba mi hogar. Me había costado dos años adaptarme a la vida en alta mar, bueno para ser sinceros, todavía no lo había hecho del todo, pero tenía una deuda que pagar, y no pensaba faltar a mi palabra. Observé al joven grumete afanarse por limpiar la cubierta bajo la asesina mirada del contramaestre y no pude evitar recordar el duro trabajo que tuve que hacer los primeros meses en aquel lugar.

Tenía poco más de 19 años cuando mis acciones terminaron por llevarme a formar parte de aquella tripulación, a pesar de intentar mantener un semblante serio, estaba seguro de que mi mirada delataba el miedo que sentía al ver a todos aquellos hombres gigantes, bronceados y armados hasta los dientes. Llevaba dos días sin dormir y la única certeza que tenía era que ahora mi deuda estaba con el capitán de aquel barco. No sabía qué es lo que tendría que hacer para saldarla, pero seguro que sería mejor que convertirme en un asesino al servicio de un demente. Y aunque esta vez mi destino no lo había forjado yo, este había resultado como consecuencia de todas mis acciones y no pensaba echarme atrás.

Después de haber descubierto lo que era el infierno tome la decisión de redimirme, debía corregir mis errores costara lo que me costara. Por ello, tras haber agotado todas mis opciones decidí acudir a los bajos fondos de Londres, seguro de que encontraría a algún acreedor que estuviera dispuesto a cubrir mi deuda a cambio de algo... sólo necesitaba separar a mi familia de aquello, no me importaba morir, pero no podía soportar que a ellos les pasara nada. Por descontado, esa no fue una buena idea.

Había recorrido todos y cada uno de los lugares posibles, pero parecía haberse corrido la voz de que yo no poseía nada y nadie estaba dispuesto a ayudarme. Me hallaba en la peor taberna que había visto en mi vida, reconoceré que me dio hasta miedo entrar, pero ahí me habían asegurado que podría encontrar a alguien que aceptaría ayudarme.

-Busco al Morlec.- Le dije serio al dueño. Él no dijo nada, sólo señaló con la cabeza una mesa. Para llegar hasta ella tuve que sortear a un grupo de marineros la mar de borrachos. - ¿Señor Morlec?

-Y usted debe de ser el joven desesperado...- No me invitó a sentarme, pero yo lo hice igualmente. -¿Cómo un noble termina en esta situación?- Preguntó divertido.- Sé que sobre su familia no recae título alguno, pero...- Yo agaché la vista avergonzado y el rio atrayendo a nuestra mesa algunas miradas y oídos indiscretos.- ¿Qué estarías dispuesto a darme a cambio de cubrir tu deuda?

-Lo que usted quiera....- contesté rápidamente. Él pareció complacido con mi respuesta, y me expuso cuál sería el precio que debía pagar por cubrir mi deuda. Me costó un poco comprender qué es lo que me estaba pidiendo. - ¿Quiere usted que sea un asesino? - Pregunté sobresaltado. - ¡No lo haré!

-Pensé que quería salvar a su familia...- dijo levantándose de la mesa.

-Por favor... - supliqué, pero aquel hombre siguió andando como si nada. -Por favor, tengo cuatro hermanas de las que cuidar, las matarán o algo peor si no.... – Si escuchó o no mis palabras no lo sé, pero su partida se vio interrumpida por un hombre corpulento de unos 50 años que se interpuso en su el camino y tras hablar con Morlec unos minutos aquel desconocido se acercó a mí. Yo lo miré con desconfianza.

-Tu deuda está saldada muchacho. -Dijo tendiendo su mano hacia mí. Yo la tomé sin comprender. -Ahora me perteneces. – Después de escuchar aquello perdí la conciencia. Podría justificarme diciendo que me golpearon, o drogaron, pero la realidad fue que la presión con la que había cargado por meses pareció liberarse de una forma atroz.

Quizás me había librado de un destino detestable para ingresar en uno peor, pero el simple hecho de escuchar que mi deuda ya estaba saldada, que mi familia ya no corría peligro fue suficiente para mí. Por fin sentí mi alma descansar. 

La hipocresía del destino (2º Libro saga 'VERDADES OCULTAS')Where stories live. Discover now