XIX

1.6K 259 9
                                    

El tiempo en casa de los Hastings no pasó veloz, pero Dra se las apañaba para que no tuviéramos ni un minuto libre. Tras haber revisado todos los libros de cuentas, transacciones, mercancías, empresas, embarcaciones, puertos... relacionados con su padre se empeñó en visitar algunos almacenes cercanos. La verdad, no se nos daba mal. Me sorprendió que mi mente siguiera funcionando igual de bien que cuando iba a la universidad y por ello, todos los datos que leía se quedan grabados. Al parecer, Dra pasó de odiarme por ello a utilizarme como su cuaderno de anotaciones. Creo que sólo me llevaba con ella a todos esos sitios para poner preguntarme datos o hacer que memorizase otros.

-La mercancía debería haber llegado hace dos semanas... -Nos encontramos en el puerto. Dra está discutiendo con el encargado del muelle. No sabía en qué momento había ocurrido, pero Dra había aprendido a intimidar a la gente sin usar sus puños ni malas palabras. ¡Y todo esto vestida de mujer! Tras un par de minutos más de reprimendas, cuando consideró que el hombre ya había recibido suficiente castigo dio media vuelta y se dirigió al carruaje.

-Cada día se te da mejor esto. -Comenté de vuelta a casa.

-He nacido para dar órdenes. -Dijo posando sus pies sobre mi asiento.

-¿Te duelen las piernas? -El doctor le dijo que no debía pasar tantas horas de pie, pero ella hace oídos sordos a todo lo que no le apetece. Antes de que contestara comencé a masajear sus gemelos. Ella puso mala cara, pero fue incapaz de evitar que un gemido de placer se escape entre sus labios. -¿Estás nerviosa?

-¿Por qué debería estarlo? -Preguntó manteniendo los ojos cerrados.

-Mañana es la lectura del testamento...

-¿Y qué? Cuando volvamos a ver al capitán le diré la poca fe que tenías en sus palabras.

En todo el tiempo que llevamos en la casa la familia de Dra no ha hecho mucho, ni por apartarnos ni por incluirnos. Su tío y su primo Angus poco o nada nos habían dirigido la palabra, aunque cabe decir que el Flin se mostraba bastante amable. En las ocasiones en las que nos habíamos visto forzados a compartir el mismo aire, la tensión era tan palpable que incomodaba a la servidumbre.

Desperté a la mañana siguiente poco después del amanecer, un par de horas más tarde intenté sacar a Dra de la cama, pero parecía una tarea imposible. Aquella jovencita que a penas necesitaba un par de horas de sueño para volver a estar activa había sido cambiada por una tentadora mujer que se enredaba entre las sábanas de nuestra cama.

-Señora Sant... -Dije subiéndome a la cama e inclinándome para acariciarle el rostro. – Debería levantarse ya, hoy será un día importante. -Ella pareció recordarlo, porque abrió los ojos velozmente.

-¡La lectura del testamento!

-¿Qué? -Dije fingiendo que no sabía de lo que estaba hablando. -Yo me refería a algo mucho más importante...- Dra me miró sin comprender. - ¡Feliz cumpleaños! -Dije depositando un casto beso en sus labios.

-No he celebrado mi cumpleaños desde que me fui de casa... así que no creo que deba hacerlo ahora. – Respondió incorporándose un poco con la intención de apartarme. Pero yo contraataqué situando mi cuerpo todavía más cerca del suyo.

-Quizás el volver a casa sea un buen motivo para retomar buenas costumbres... -Ella bufó.

-Princesa, creo que tenemos cosas más importantes que hacer hoy...

-¡Felices 21! – Dije haciendo oídos sordos a sus palabras y colocando ante su rostro una rosa. -Creo que esta no la tienes todavía en tu colección.

La primera vez que pisé tierra, después de haberme embarcado en la maldita, lo hice en un pequeño islote deshabitado. El capitán dejó que Dra y yo bajáramos con la condición de que debíamos ir juntos. Aquello no nos hizo gracia a ninguno de los dos, pero después de tanto tiempo navegando no iba a permitir que esa niña indeseable me impidiera desembarcar.

La hipocresía del destino (2º Libro saga 'VERDADES OCULTAS')Where stories live. Discover now