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Cuando tenía dieciséis años, James estaba seguro de que no existía una sola persona en el mundo que pudiera amarlo como era. No solo se había dado cuenta que era diferente a los demás chicos de su edad, sino que, además, todo lo que él era parecía incorrecto a los ojos del mundo.

A James le gustaba ver las estrellas porque lo ayudaban a sentirse menos solo.

Unos años atrás James era el típico adolescente fatalista, pensaba que todo lo malo del mundo le pasaba solo a él. Luchar con su orientación sexual fue una batalla dura y agotadora, así que cuando decidió no sentirse avergonzado de ello, inició otra guerra que no se terminaría hasta el último de sus días. A veces era agotador, triste, solitario le hacía sentirse muy mal consigo mismo, sobre todo en la pequeña escuela en la que estudiaba.

El mundo parecía demasiado pequeño para alguien como él, lleno de personas que tenían un problema con su existencia, así que de vez en cuando se preguntaba si existiría alguien con quien compartir su soledad, quería hallar a alguien que lo entendiera, que lo quisiera, que no se avergonzara de que los vieran juntos.

James quería un amigo, ni siquiera se atrevía a desear algo más y con el tiempo sus deseos se cumplieron: encontró a Vincent.

Ahora esas pinceladas en la pared le recordaron lo solitaria que era su existencia, mirando el mural frente a sus ojos, se sintió sobrecogido por aquellos sentimientos.

—¿Sabías que esta obra, la original, la pintó Van Gogh estado encerrado en un asilo? —La voz de Donovan interrumpió su momento de introspección—. Fue su última pintura, después de terminarla, murió —el tono de voz del chico sonó, fría, monótona, parecía que estaba hablando de cualquier cosa cuando en realidad relataba la trágica muerte de un hombre. James no pudo evitar girarse y mirarlo con los ojos muy abiertos. Donovan ladeo el rostro observando el mural y después de un momento fue consciente de lo que había dicho.

Con un toque de diversión casi imperceptible se giró hacia él, encogiéndose de hombros.

—Creo que arruiné el ambiente ¿cierto? —Inquirió, dando dos pasos hacia atrás para ver mejor la pintura—. ¿Qué te parece la réplica? Personalmente he visto mucho mejores.

James frunció el ceño, observando a detalle los colores y las pinceladas que se marcaban con claridad en la pared. Era lindo.

—No estoy seguro, no se mucho del tema, pero me gusta cómo se ve —comentó, soltando un suspiro. Podría decir mil cosas en ese momento, pero no quería quedar en ridículo por hablar de más, no era su estilo.

—Bien... —Donovan parecía satisfecho con la respuesta y de inmediato señaló una mesa al fondo, que estaba parcialmente oculta por estanterías y muebles—. Deberíamos sentarnos —agregó, señalando algunas de las mesas que se encontraban rodeadas de pequeños estantes, llenos de libros y lo suficientemente escondidos como para darles privacidad.

La cafetería era un gran salón cuadrado, con una pared en el centro, que recibía a los invitados con un mural de la noche estrellada. Dicha obra estaba pintada directamente sobre el concreto y custodiada por dos enormes estanterías delgadas, que parecían pilares de ébano. A James le gustó el lugar, era bastante acogedor y además estaba plagado con el aroma a café recién hecho. El olor lo volvía loco, le encantaba.

—Me gusta este lugar —dijo, observando los tonos cálidos de la pared y la manera en que los pequeños estantes dividían los espacios de las mesas, adornados con figuras de cerámica o plantas variadas. Le daba una sensación de familiaridad que lo relajaba.

—¿Más que la tienda de postres? —inquirió Donovan de manera distraída. James se giró, sin comprender el sentido de aquella pregunta.

Cuando sus miradas se encontraron, James notó de inmediato el brillo de diversión en el rostro de Donovan. Parecía que se estaba bromeando, aunque también podría haber estado burlándose de él. Como sea, no se lo tomó muy a pecho y sonrió.

El destino de las estrellasWhere stories live. Discover now